32: Ladrones de almas

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Ambas lo percibieron, y con un intercambio de miradas, estuvieron seguras de que lo que sentían en la atmósfera era más que una descarga de paranoia

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Ambas lo percibieron, y con un intercambio de miradas, estuvieron seguras de que lo que sentían en la atmósfera era más que una descarga de paranoia.

La noche de pronto se había vuelto absoluta, muda y más helada que nunca. La nieve cubría sus botas y el viento aulló una última vez, soplando tan fuerte como para apagar el fuego de las antorchas.

Tragaron en seco, pues ninguna veía más allá del temor en el rostro de la otra.

—Shaula...

—Sshhh —calló la princesa interponiendo su mano enguantada sobre los labios de su doncella. Por primera vez, ni siquiera pensó en el bochorno de estar tocándola.

Las nubes despejaron el cielo de un modo extraño. Puntos blancos aparecieron en él: estrellas; no como en Ara, donde el polvo cósmico y los astros eran fácilmente visibles como acompañantes de aquellas luces, pero ahí estaban, iluminando un cielo que hasta entonces parecía congelado en su somnolencia.

Las estrellas pueden ser una buena señal en cualquier reino, menos en uno donde los mitos hablan de criaturas que beben poder de estas; y tú no eres una de esas.

Shaula podía sentir la respiración de Isamar como un corazón que galopaba contra su mano, pero no desistió, pues esa firmeza era lo único que le quedaba para sentirse en control de una situación jamás vivida.

Dio un paso hacia atrás, y tiró leve de su dama para que ella entendiera que la instaba también a hacerlo. Así, con mucho cuidado de no hacer ningún tipo de ruido, y confiando en su sentido de orientación, ambas fueron en reversa, aproximándose a las entrañas del bosque donde habían estado dirigiendo sus flechas.

El cielo empezó a parpadear, como si todo el poder que daba vida a las estrellas de pronto se agotara y renovara de golpe, más intenso.

Esto se fue repitiendo periódicamente, como si marcara un ritmo. Y cobró sentido a medida que advirtieron dos siluetas que bajaban de la colina en dirección al carruaje.

Parecían formas humanas solo en la medida que iban de pie con dos piernas,  un par de brazos y una cabeza. Pero las manos parecían arrastrar tres espadas en cada una, la punta levantando la nieve del suelo al avanzar. 

Sus siluetas se fueron iluminando, como si el parpadeo del cielo de algún modo las recargara; se estaban robando la vitalidad de las estrellas, alimentando el modo en que sus extraños cuerpos azulados vibraban.

Con esa nueva luz, ellas lo vieron: no eran espadas lo que llevaban los desconocidos, eran sus propias manos, con huesos tan largos como zarpas que llegaban al suelo. Y su postura no era lo extraño, sino la forma de su columna, donde cada vértebra parecía fracturada, con una punta larga que amenazaba romper la piel.

Isamar empezó a negar desesperada, sus lágrimas bañando el guante de la princesa. Pero Shaula no la soltó, aunque tuvo que arrastrarla los últimos tramos hasta que ambas quedaron apoyadas de un árbol lo suficientemente lejos de la vista sin correr el riesgo de perderse.

Monarca [Completa] [Saga Sinergia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora