35: Estatuto Oro

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Orión

Las primera prueba había sido vencida, los reclutas sobrevivientes se habían ganado el derecho a quedarse y entrenar para defender su reino.

Orión estaba agotado, negándose en rotundo al trauma, imaginando que aquellos asesinatos habían sido el equivalente a la caza y así se convenció de merecer la alegría que empezaba a sentir por ser digno de aquel aislamiento.

Podía quedarse. Pronto, si seguía teniendo la misma suerte, si su disciplina y honor se demostraban impecables, tal vez ganaría el derecho de volverse un caballero.

Sacaron a los reclutas del circuito que se confinó para la matanza, y posterior a eso los dividieron en pelotones a los que se condujo al otro extremo de las ruinas, pasando incluso las carpas hasta llegar a unas habitaciones improvisadas entre los escombros, a modo de cavernas apenas habitables.

Orión entró con su pelotón, y no perdió tiempo en preguntar al soldado guía:

—¿Qué es esto?

—Su pelotón.

—No, no la gente... Esto.

Orión miró alrededor, con su bolsa de viaje —y mudanza— anclada con un cinturón a su torso.

El lugar era austero. No solo por los escombros y las piedras difícilmente apiladas, sino por las literas, suelos desnudos y ausencia total de cualquier otro elemento, mesas incluidas.

—Este es su cuartel, recluta —le respondió el soldado.

Y no era el único en ese hoyo al que habían llamado cuartel. A juzgar por las seis literas de dos colchas, al parecer serían doce en un mismo cuarto.

—Y... ¿Cuál será mi closet?

—¿Tú closet? —El hombre parecía tomado por sorpresa por la pregunta, pero igual respondió—. La caja al pie de la litera es donde pueden guardar sus pertenencias, y debe compartirse con su otro compañero de cama. Pero... ¿closet?

El soldado volteó hacia el teniente Legoztah Aldebarán y le dijo en voz baja:

—Señor, pregunta por su closet, señor.

Orión sintió que se encogía de vergüenza al ser delatado de ese modo. Era una pregunta inofensiva, nada que tuviera que ser presentado ante la autoridad de Aldebarán, que luego de la bienvenida que les hubo dado, daba terror solo mirarle los hombros.

—Dime tu nombre, recluta —le dijo el teniente a Orión, quien procedió a pararse firme.

—Mi nombre es Orión.

El silencio que se hizo en los soldados fue espeluznante, los ojos ensanchados y en sus cuerpos una rigidez que podría ambientar un relato fúnebre.

El hijo del joyero frunció su ceño, notando el cambio en la atmósfera, mas todavía no temiéndolo.

—Acércate, recluta —indicó el teniente Aldebarán.

Orión así lo hizo.

—Repíteme tu nombre.

—Orión.

El duro ceño del teniente se alzó de forma apenas perceptible, pero dio un aspecto tan severo a su rostro que Orión supo que acababa de hacer algo tan malo como para herir el ego de su superior.

—Acompáñame afuera, recluta... ¿Orión es tu apellido?

—Mi nombre. Enif es mi apellido.

—¿Y preguntabas por qué cosa?

Monarca [Completa] [Saga Sinergia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora