16: Reviviendo traumas

85 19 37
                                    

20 | Junio | 2007

Aquel día se levantó de mal humor por dos razones en específico: Estaba lloviendo y le había llegado su periodo. Dos cosas que no podía controlar y odiaba con toda el alma, April esperaba con ansias su menopausia.

Y solo para empeorar su mal humor, había olvidado empacar toallitas nocturnas.

—Aquí dice que el chocolate al contener magnesio ayuda a relajar los músculos y puede aliviar los cólicos menstruales, ¿Quieres que te compre un poco?

—No me gusta el chocolate. —Responde de mala gana, observando fijamente las gotas de lluvia corriendo por la ventana de la habitación.

—¿Por qué no me habías dicho eso antes? Buscare algo mas entonces.

Aslan estaba al borde de una crisis. El hombre llevaba alrededor de una hora investigando métodos para disminuir los cólicos luego de que April casi se pusiese a llorar debido al dolor. Ella se lo estaba poniendo difícil; no le gustaba el chocolate ni las infusiones calientes, las pastillas no le hacían efecto y no tenían a la mano una bolsa de calor.

April no tenía ganas ni siquiera de respirar, así que mucho menos de viajar, por lo que terminó pagando un hotel en cual tenían planeado quedarse los días que fueran necesarios para que ella se sintiera mejor.

—Escucha esto, —Aslan se acerca hasta ella, tomando asiento a su lado en el gran sillón frente a la ventana, con el libro que April no tenía idea de donde había sacado y el pijama aun puesto. —Se a comprobado que hacer ejercicio durante el periodo menstrual puede aliviar muchos síntomas asociados como los cólicos. —Detuvo su lectura, mirándola fijamente con los ojos bien abiertos, esperando por alguna señal de aprobación.

—No pienso moverme de aquí, Aslan. —Sentenció, con los brazos cruzados y notando como el hombre suspiraba con cansancio. —Me duele mucho.

Y era verdad, sentía muchísimo dolor, pero no encontraba la forma de hacerle entender eso a Aslan. Aunque se estuviera esforzando por hacerla sentir mejor, el hombre nunca iba a entender lo que estaba sucediendo con su cuerpo y todas esas sensaciones. Comprendía y aceptaba que era un proceso por el cual todas las mujeres tenían que pasar, pero aun así la hacía sentir inservible, porque siempre que llegaban esos días del mes era como si todas las partes de su cuerpo se pusieran de acuerdo para inmovilizarla, obligándola a estar en casa todo el día y convertirse en una señora amargada.

Al menos ya sabía porque había estado tan sensible esos últimos días.

—Vamos April, te hará bien y será divertido.

—Está lloviendo.

—Tengo una sombrilla y puedo prestarte mi bufanda para que no te resfríes. Vamos, ¿No estabas diciendo que no tenías de esas toallas nocturnas? Podemos hacer una parada y comprar. —Insistió el hombre, picándole el brazo con un dedo e insistencia, la suficiente para que April terminara frunciéndole el ceño.

—No vamos a salir y punto.

Como era costumbre en Londres, el cielo estaba nublado y grandes gotas de agua salpicaban cada rincón de la ciudad, los londinenses estaban tan acostumbrados al clima que no salían huyendo a refugiarse de la lluvia cuando esta iniciaba, en cambio solo continuaban con su camino como si nada.

—Creí que esto sería divertido, pero me equivoqué. —Dijo el pelinegro a su lado mientas sujeta con más fuerza el mango de la sombrilla.

April no le encontraba nada de divertido a caminar bajo la lluvia con unos terribles cólicos mientras se desangra. Pero la verdad era que nunca le gustó la lluvia, incluso si esta era de lo más común en su ciudad natal, mucho menos si la obligaban a salir, prefería encerrarse hasta que acabase.

Espacio, tiempo y otros defectos ✓Where stories live. Discover now