28: Si pudiera devolver el tiempo

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En alguna línea

La teoría del eterno retorno.

April tenía catorce años cuando leyó por primera vez acerca de esa teoría, ciertamente, ella no sabía acerca de las consecuencias que ese simple acto desencadenaría en ella. Pero estaba pasando por una etapa obsesiva con Nietzsche y su libro favorito: "Así habló Zaratustra".

La visión del tiempo en esta teoría consiste en un concepto circular de los acontecimientos. Existe un principio y un fin ya escritos, que no pueden ser modificados o variar, solo suceden, una y otra vez, una historia cíclica, no lineal. Todo se repite de nuevo.

April estuvo aterrorizada por varias semanas ante la posibilidad de que en cuanto su vida acabase, empezaría desde el inicio, y entonces tendría que volver a vivir todo de nuevo, por el resto de la eternidad. Nietzsche estaría decepcionado de ella, porque hace parte de ese conjunto de personas que consideran esa posibilidad como algo terrible, y no como algo positivo que la impulse a llevar una vida plena, la cual valga la pena repetir una y otra vez.

Preferiría pasar el resto de su supuesta eternidad entre las llamas del infierno que volver a nacer.

Y se obsesionó tanto con esa idea, incluso si era solo una teoría, April tenía que hacer algo, modificar esa parte de su vida que no le gustaba. No tenía mucho sentido algo como eso, pero apenas había cumplido los catorce años.

Aunque entre sus planes iniciales nunca estuvo la opción de estudiar alguna carrera relacionada con la física, admite que fue un gran método de escape. Se esforzó por ser la mejor, entró a la universidad con tan solo trece años, y a los diecinueve inició con la construcción de la máquina.

Dedicaba la mayor parte de su tiempo en finalizar sus estudios y trabajar a su vez, en sus momentos libres se ocupaba de la máquina, y cuando no estaba haciendo ninguna de las tres cosas anteriores, solo se acostaba en su cama y dejaba pasar las horas mientras pensaba en lo mucho que quería estar muerta. No vivió, no disfrutó su niñez, no amó durante su adolescencia, nunca se preocupó por hacer amigos o salir de compras al centro comercial.

Ahora es una adulta que creció sin saber nada sobre la vida.

—Te compré uno de uva. —Aslan aparece en frente suyo, April alza la mirada, sintiendo los ojos hinchados y aceptando la caja de jugo que el hombre le extiende. —Sé que te gusta más el de fresa, pero no había.

—Este sabor también me gusta, gracias. —Mira la cajita, chuzando el huequito de la parte superior con el pitillo. —Siéntate, tenemos que hablar.

Espera a que el hombre se siente a su lado, mientras bebe su jugo, gustosa de por fin tomar algo. Lo mira en silencio, pensando en cómo debería iniciar esa conversación.

Aslan no le ha pedido alguna explicación, y aunque de todas formas no se la debe, luego de haber llorado por más de media hora bajo la lluvia, aferrada a su pecho, es una escena que amerita una explicación. Recuerda lo incómodo que fue cuando la lluvia empezó a disminuir y tuvo que levantarse del pavimento, vio a Aslan a los ojos mientras él intentaba apartarle el cabello mojado del rostro. ¿Qué debía decir en ese momento? No había una explicación coherente para lo que había hecho.

Se levantaron, volvieron a la línea anterior, recogieron sus cosas en el hotel y viajaron a la primera línea que la máquina marcó. No tiene idea de qué año es, solo llegaron a un hostal y durmieron el resto del día, sin decirse ni una sola palabra. Y ahí están un día después, limpios y con los estómagos llenos, sentados en aquel parque cerca de su casa, observando los juegos deteriorados y cubiertos de nieve.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste si alguna vez había besado a alguien, y dije que no?

—Lo recuerdo.

Espacio, tiempo y otros defectos ✓Where stories live. Discover now