25: La gallina arruina bodas

50 16 30
                                    

Aslan no sabe si es porque se encuentra aún bajo las influencias del alcohol o se debe a que los últimos meses no ha pisado un gimnasio ni por casualidad, pero cuando abre los ojos esa mañana y lo primero que ve es a April a un costado suyo, su corazón empieza a latir tan rápido que, por unos breves segundos, cree que se va a salir de su pecho o dejar de funcionar por completo.

Se muerde los labios en un vago intento de disminuir todo nerviosismo de su cuerpo, agradece que April esté dormida, porque sabe que en ese momento debe verse como un completo idiota enamorado. Se siente incapaz de mirarla por más de cinco segundos sin sonrojarse, o que una tonta sonrisa se le plante en el rostro, recuerda todo a la perfección, el beso, la caricia de ellos grabada en sus labios como una condena que estaría dispuesto a cumplir por el resto de su existencia.

Piensa y siente tantas cosas al mismo tiempo, que la cabeza le empieza a doler, Aslan quiere acariciar su rostro o abrazarla, pero se contiene, desea quedarse ahí para siempre, en la mitad de un bosque, pero junto a la única persona que lo hace ser mejor y aferrarse a la idea de iniciar una nueva vida. Gira su cabeza para mirarla, sabe que tiene un gran problema cuando la mera idea de imaginar el día en que April encuentre a Aryn le aterra de una forma inexplicable.

Se acerca un poco, lo suficiente para ver más de cerca su rostro. April es hermosa, su cabello azul siempre tan rebelde y enredado, su rostro luciendo impasible como pocas veces lo está, sus labios delgados pero suaves y sus mejillas rojas por el frío.

Oh, él realmente se siente perdido en la esencia de April Davies Lee. Y lo peor es que, no le molesta, en lo absoluto.


Antes de irse a dormir, imaginó lo que sucedería el día siguiente, cómo se supone que enfrentaría a Aslan luego de semejante equivocación. En cuanto se despierta, se apresura a recoger todo lo que tenían regado, despertar a Aslan para que caminaran de vuelta al auto, con la excusa de que tenían que devolverlo al señor, también porque sus padres ya no se encontraban por ahí.

Aslan intenta hablarle en más de una ocasión, pero ella se las arregla para interrumpir el rumbo de la conversación e iniciar otra, así durante todo el camino hasta que llegaron a la dirección correcta.

Recuerda muy bien esa pequeña tienda, cuando salía de clases solía pasar sus tardes allí, ya que se negaba a quedarse en casa sola, por lo que prefería quedarse en el trabajo de su madre y hacerle compañía, incluso si ella lo único que hacía era echarla del lugar u obligarla a sacar la basura del establecimiento. Así que, ahí se encuentra, incapaz de dar un paso adelante, con los nervios a flor de piel. Aslan la espera en el auto, unas calles abajo, tal como ella le ha indicado.

Inhala todo el aire que sus pulmones le permiten, reteniéndolo por un rato, luego lo expulsa con lentitud, sus manos tiemblan, por lo que las esconde en su chaqueta y por fin se atreve a dar un paso hacia adelante, las puertas se abren y el aire frío le golpea el rostro como una cachetada. Ahí se encuentra ella, intenta mirarla con disimulo, toma lo primero que se encuentra en uno de los estantes y se dirige a la caja, no hay nadie haciendo fila, por lo que la atiende enseguida.

—Buenas tardes. —Dice en cuanto pone el paquete de chicles en el mostrador con delicadeza, un escalofrío le recorre todo el cuerpo cuando la escucha hablar.

Está demasiado cerca. Su respiración se corta y las palabras no salen de su boca, ella alza la mirada cuando su saludo no es correspondido y enseguida frunce el ceño. Hermosa, es lo único que en lo que April puede pensar cuando la mira tan de cerca. Su cabello negro como solía ser el suyo antes de que decidiera arruinarlo con químicos azules, sus ojos un poco rasgados, de un color bastante cercano al café, pero más claro, sus mejillas salpicadas de pequeñas pecas y sus labios fruncidos, al igual que sus pobladas cejas.

Espacio, tiempo y otros defectos ✓Where stories live. Discover now