CAPÍTULO 2

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Rude Boy - Rihanna

Casi tropezándome al ponerme las botas de tacón, solté un taco. Llegaba jodidamente tarde. Por si no bastara con eso, acababa de enterarme a qué universidad habían hecho traspaso de mi expediente.

Una universidad pública de cuyo nombre ni siquiera me acordaba.

Porque claro, haber estado durante años trabajándote un futuro en condiciones no valía para nada cuando a tu madre le daba un venazo en la crisis de sus cincuenta. Había estado toda mi vida trabajando al máximo por conseguir las mejores notas, los mejores expedientes, los mejores profesores y las mejores opiniones para que pudiera entrar en la UAM, como para que ahora mi madre decidiera tirar por tierra todo ese esfuerzo yendo a una universidad de tres al cuarto.

Era uno de los motivos principales por los que había discutido ferozmente con ella. Tras el divorcio con mi padre, mi madre solo había buscado poner tierra de por medio. Cosa que comprendo, teniendo en cuenta lo terrible que era mi padre como persona, como influencia... como todo. Duró con él más de lo que yo habría durado siquiera. El problema fue cuando a mí me vendió un cuento completamente diferente el día que decidió mudarse. No íbamos a irnos demasiado lejos y yo podría seguir estudiando en la UAM.

¿La realidad?

Cuando el camión de mudanzas se llevó todas mis cosas y no había manera posible de retractarse ante dicho trato, mi madre decidió contarme la verdad de todo: que nos mudábamos a casa de mi tía Ana. Sumado al hecho de que la relación que tengo con mi padre es especialmente mala, quedarme con él en su casa nunca había sido una opción.

Así que estaba atrapada en esa situación, viviendo en un cuchitril de tres al cuarto, yendo a una universidad mediocre y soportando ese estúpido frío que se colaba por todas partes. Me acabé de anudar las botas y cogí mi abrigo de pelo negro sintético que utilizaba casi siempre. Era una especie de marca personal. Me lo até hasta arriba, dejando nulo espacio al frío para reptar hacia mi caliente piel, y salí al pasillo. Mi madre asomó la cabeza a través del umbral de la puerta de la cocina, pero no me digné a mirarla siquiera. Fue mi tía Ana quien, saliendo del salón que quedaba justo en frente de la puerta principal, me tendió una carpeta llena de papeles. La cogí con desgana.

—Espero que no se te haga demasiado pesada la jornada de hoy. —Se cruzó de brazos y sonrió con algo de malicia, apoyándose en el umbral con la bata de estar por casa.

—Adoro hacer traspases de expedientes —comenté con ironía, esbozando una falsa sonrisa. Extendí mi mano derecha en su dirección.

Ella sacó las llaves de su bmw del bolsillo de su gruesa bata y me las dejó sobre mi palma extendida.

—Hoy es el único día que te dejo el coche —me advirtió, extendiendo un dedo acusatorio en mi dirección.

Me volví hacia mi madre por primera vez en toda la conversación, una mueca de hastío plantada en mi cara.

—¿Enserio? ¿Ni siquiera voy a tener coche?

—¿Quieres uno? —Mi madre elevó las cejas, llevándose el vaso humeante de café a los labios y soplando—. Bien, trabaja y cómpratelo.

Cerré la mano con rabia alrededor de las llaves del coche de mi tía Ana, dejando caer el brazo con frustración.

—Todas mis malditas tarjetas están bloqueadas —mascullé.

—Cortesía de tu padre. —Me guiñó un ojo antes de desaparecer en la cocina de nuevo.

Hijo de puta.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora