CAPÍTULO 18

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LoveGame – Lady Gaga

Mis tacones resonaban contra la calle adoquinada. Había recogido el Bugatti del puerto donde lo había dejado abandonado, y agradecí a todo dios existente que no me lo hubiesen robado o saqueado. Ya tenía vehículo propio.

Un problema menos.

Mi padre no había dado señal alguna acerca de devolverlo, así que me tomé la licencia de usar el coche para mí. Rubén me pasó la ubicación por mensaje, después de aclararme que había conseguido mi número a través de Antón, que a su vez lo había conseguido de Delia. Aparqué lejos de la puerta, evitando que identificaran aquel coche como mío... a pesar de que Rubén supiera que ese Bugatti me pertenecía. Nunca venía mal algo de precaución.

Empujé la puerta del local con el hombro, mi abrigo negro de pelo aplastándose cuando apoyé todo mi brazo en ella. Llevaba un vestido de satén negro, sencillo y elegante; era mi vestido de las reuniones, nunca me ponía otro que no fuera ese. Con un pronunciado escote y la tela pegándose a mis curvas, caminé contorneándome hacia la puerta al final del local.

En esos momentos había gente en el ring, haciendo algún tipo de entrenamiento, pero eran adultos. Y casi me arriesgué a creer que eran parte del «nosotros» que Rubén había utilizado durante nuestra conversación en los baños, dándome a entender que quizás no eran solo ellos tres los que conformaban la red de trabajadores de aquella... lo que fuera. Lo comprobé cuando pasé junto al ring donde se encontraban y me echaron una mirada peculiar. De esas que implicaban que te conocían de oídas, pero no de verte en persona. De interés.

O simplemente admiraban mis curvas bajo el abrigo abierto, que podía ser.

Los miré con indiferencia altiva a través de mis gafas de sol negras de Prada. Empujé la puerta de nuevo con el hombro y me inmiscuí por el largo pasillo. Rubén me había dicho que nos reuniríamos en uno de los despachos que había en ese corredor. Al parecer, la salita donde descubrí que todos estaban bien metidos en el ajo era un lugar donde dejaban sus cosas y guardaban sus armas, como supuse. No me costó demasiado identificar cual era el despacho de Tony; había un hombre ancho y alto, de cabeza rapada y brillante apostillado junto a la puerta abierta.

No me dejé intimidar y me detuve junto a él. Bajé ligeramente mis gafas sobre mi nariz y le miré por encima. Él se limitó a señalar el interior de la sala con un movimiento seco de cabeza. Volví a subirme las gafas y entré en la sala con aire regio.

El despacho era sobrio y simple, a diferencia del elegante de mi padre. El suyo rebosaba dinero y poder, este... simplicidad. Como si no hubiese puesto demasiado empeño en decorarlo. Tony, sin embargo, era un señor bien entrado en sus cuarenta.

Cuando se hablaba de hombres de la mafia, casi todos eran hombres de aspecto algo dejado y que mostraba al mundo cuan poderosos eran: de trajes caros de Armani con collares extravagantes de oro y barrigas cerveceras. Cuando estabas en lo más alto de la cadena y tenías dinero, te acomodabas. No te hacía falta estar en misiones de alto riesgo que implicaran tener un físico perfecto. Ellos eran las cabezas pensantes, antiguas y astutas como un lobo viejo que lideraba la manada. Así eran la mayoría de capos.

Por eso me sorprendió sobremanera el aspecto de Tony. Un hombre bien entrado en sus cuarenta, sí... pero de aspecto fornido y cuidado. Una espesa barba gris muy cuidada decoraba el mentón cuadrado de su rostro curtido, y su pelo elegantemente peinado hacia atrás tenía ligeras canas que aclaraban su color marrón oscuro. Podríamos decir que sí... era atractivo.

Se puso en pie cuando entré, y descubrí con disgusto que no estaba solo. Rubén estaba sentado en una de las sillas de cuero oscuro, y ni se giró ni se levantó para saludarme. Tony extendió una mano amplia y callosa, y yo se la estreché con elegancia.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora