CAPÍTULO 19

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Promiscuous – Nelly Furtado, Timbaland

—Esta es tu taquilla —musitó Rubén lanzándome una llave.

Elevé las cejas cuando comprobé que quedaba justamente en la esquina opuesta a la suya, a la otra punta de la sala. Mateo y Antón ya estaban allí, y les interrumpimos algún tipo de conversación estúpida cuando llegamos. Antón estaba tumbado en el banco cuan largo era, lanzando una pelota azul brillante hacia arriba y recogiéndola cuando se acercaba demasiado a su rostro. Mateo estaba sentado en el otro banco, un brazo apoyado en los respaldos que quedaban contrapuestos. Apartó la vista de Antón cuando entramos.

—¿Qué tal la reunión? —comentó con una sonrisa encantadora.

—Fructuosa —dije, llevando el abrigo de pelo alrededor de mi brazo izquierdo—. Ahora tengo que trabajar con esa cara de culo durante el resto de mis días.

Señalé a Rubén con él mentón, y él se limitó a ignorarme mientras rodeaba los bancos, en dirección a su taquilla. Mateo rio, siguiéndole con la mirada. Antón se irguió y abrió los ojos al apreciar mejor mi vestimenta. Sus ojos recorrieron mis piernas y siguieron el mismo camino que la mirada de Rubén había hecho con anterioridad. Le di la espalda de forma deliberada, metiendo la llave en la cerradura.

La taquilla era vieja, estaba vacía y olía a metal oxidado y humedad. Era un espacio bastante amplio; desde unos centímetros por encima de mi cabeza hasta mi pecho. No era una taquilla de pie, del tamaño de una persona... pero era algo. Al menos cabrían ciertas pertenencias mías que en mi casa corrían peligro.

—Siento ser yo quien te lo diga, pero en este equipo somos tres —me dijo Antón con marcado acento argentino.

Me giré hacia ambos con lentitud, intercalando mi mirada entre él y Mateo, que trataba de controlar una sonrisa condescendiente.

—No me dijiste que ellos estaban incluidos en el pack —musité, cruzándome de brazos y sorteando los bancos centrales para mirar a Rubén, buscando algo en su taquilla.

—A ver si te pensabas que trabajo solo. —Cerró la puerta de un portazo, guardándose la cartera en su habitual chaqueta de cuero negra—. Son mi equipo, y ahora tú formas parte de él. Desgraciadamente.

Añadió eso último arrugando el rostro con desagrado, y no me contuve en sacarle el dedo medio.

—Che, esto va a estar re loco. —Antón soltó una carcajada, y extendió una mano por encima de los respaldos de los bancos—. Cinco a que duran menos de dos días trabajando juntos.

—¿Dos? —Mateo elevó las cejas con sorpresa—. Mucho margen les has dado. Yo les doy uno.

Ambos chicos chocaron las palmas, sellando su trato. Rubén soltó un suspiro, caminando hacia la puerta.

—Tenemos trabajo que hacer —dijo, volviéndose hacia ambos chicos y apoyando un brazo en el umbral de la puerta justo a la altura de su cabeza—. Y tú, información que traerme.

—Ya puedes ir con calma —contesté, extendiendo una mano en su dirección—. Estas cosas hay que hacerlas con cuidado y lentitud.

—No tengo todo el tiempo del mundo. —La cabeza de Rubén se giró hacia mí como una flecha—. Así que mueve tus contactos o haz lo que mierdas se supone que hagas, y encuéntralo.

Cerré la puerta de la taquilla de un fuerte envite y caminé hacia él.

—Que trabajemos juntos no implica que puedas hablarme de este modo. —Mis ojos se clavaron en los suyos, interponiéndome entre Mateo y Antón, que se habían quedado quietos junto a los bancos, y Rubén, cuyo peso del cuerpo recaía sobre su brazo apoyado en el umbral—. Somos compañeros, ¿lo pillas?

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora