CAPÍTULO 46

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Charlie – Everyone You Know

El camino en coche a la facultad fue ameno, aunque no hablamos mucho. Su hermano ya no estaba en casa cuando nos fuimos, y tengo que admitirlo: me quedé con ganas de conocerlo. Si bien es cierto que me proporcionaba un mínimo de anonimato el que no me hubiera visto la cara, nunca había sido pudorosa respecto al tema de que me pillaran en la cama con alguien. Los humanos teníamos sexo y era algo normal. ¿Me habían escuchado? Bueno, mala suerte para ellos.

Rubén me ofreció desayuno antes de marcharnos a clase y me tomé una rápida taza de café solo mientras lo observaba. Estaba en el salón, jugando con Thor. Se notaba que quería mucho a ese perro, y casi me enterneció. Verle jugar con el animal estuvo cerca de arrancarme una sonrisa, pero me contuve a tiempo.

«Para mí, eso es el amor. El impulso para poder coger altura al volar, no la cuerda que te retenga junto a mí mientras vuelas bajo.»

«Porque si me quieres a mí, volverás. Me escogerás cada día, cada mañana que te levantes. Porque el amor se construye, no se obliga.»

«Yo nunca te pondré correas ni jaulas, Olivia. Yo no tiro de la correa, yo vuelo contigo.»

Esa mañana tomé una decisión. Con esas frases resonando en mi mente como un cántico reiterativo, decidí que no iba a poner más freno a nada. Que no iba a ocultar lo que sentía ni a forzarlo a desaparecer. Principalmente porque, cada día que pasaba, se volvía más grande e incontrolable. Había tomado la decisión de dejarlo fluir.

Vivir de medio kilómetro en medio kilómetro. Centrándome en el aquí y el ahora.

No sabía qué me depararía comenzar algo con él, fuera lo que fuera. No amor... no aún. Pero sí las ganas del otro, tanto físicas como emocionales. Queríamos estar ahí para el otro, disfrutábamos y necesitábamos la compañía del otro durante el día. Me gustaba él, lo poco que conocía y la calma que me enfundaba. Con Jaime siempre había sido un vaivén de emociones, como si viviéramos en una montaña rusa constante. Buscaba estabilidad en una pareja, y buscaba estar con alguien maduro que pudiera proporcionarme ese lugar seguro en el que cobijarme.

Quería que mi pareja fuera mi hogar, no mi cárcel.

Y las palabras de Rubén la noche anterior... terminaron por convencerme. Si tenía alguna duda acerca de dejar fluir lo que estaba sintiendo, él se encargó de solventarlas todas.

Ya en el coche, recorrimos el camino en silencio. No era uno de esos tensos o incomodos, en absoluto. Todo lo contrario: era reconfortante. Me sentía en paz por primera vez desde hacía mucho, y eso que aun no habíamos acabado el trabajo de Coppola. Daba igual; siempre que estaba junto a Rubén, orbitando a su alrededor como una polilla hacia la luz, me sentía en calma. Eso no quitaba que Rubén provocara en mí reacciones fuertes; de hecho, era el único que había sabido proporcionarme algo que ningún otro había logrado: darme adrenalina y emoción, pero siempre desde un ambiente cálido y tranquilo.

Me hacía vivir, pero sintiéndome segura a su lado.

Todo lo contrario a lo que había vivido con Jaime.

Apoyé la cabeza en la ventanilla de la puerta, observando los edificios que pasaban ante mí. La ventanilla comenzó a bajarse, sobresaltándome, y cuando me volví hacia Rubén, vi que sonreía. Me devolvió la mirada, bajando la ventanilla del todo desde su puerta. Le ofrecí una sonrisa auténtica, de esas que mostraban felicidad anodina, y apoyé mi cabeza de nuevo en la puerta. El aire me impactaba de cara, revolviendo mi pelo. Por primera vez en mucho tiempo, me importó una mierda que mi pelo no se viera perfecto. Daba igual no verme perfecta, porque me sentía libre.

Y merecía mucho la pena pagar ese precio a cambio de la libertad.

—Entonces... ¿qué somos? —murmuré, los ojos cerrados mientras sentía el aire frío sobre mi rostro.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora