CAPÍTULO 35

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Maneater – Nelly Furtado

La tarde del lunes transcurrió sin mucho ajetreo. Rubén me avisó cuando recogieron el maletín del lugar donde mi padre ordenó dejarlo, así que estuve más tranquila lo que restó de día. Me centré en hacer cosas de clase para mantener la mente ocupada.

Sabía que podían salir mal muchas cosas, que todo podía torcerse con demasiada facilidad, pero darle vueltas tampoco ayudaba en nada. Solo me hacía perder más el control. Así que, cuando me llegó el mensaje de que tenían el maletín, les contesté de forma escueta y apagué el teléfono. Cené en mi cuarto y me quedé hasta tarde adelantando apuntes, mi cabeza demasiado ocupada como para poder dormir.

Al día siguiente, Rubén vino a recogerme. Parecía que iba a ser costumbre eso de que me acercara a la facultad en su coche, pero tampoco me quejé. Era gasolina que ahorraba. Le agradecí enormemente que no hablara de nada de lo que iba a suceder a la noche, porque lo último que necesitaba era pensar más en ello. Si había ido a la facultad esa mañana, era precisamente para evitar estar toda una mañana pensando en el mismo tema.

Alargué la mano para cambiar de canción, pero Rubén me dio un manotazo.

—¿Qué haces?

—Quitar esta mierda —musité, señalando el reproductor de música con el dedo índice.

Rubén elevó las cejas con sorpresa, rozando la estupefacción cuando giró su rostro hacia mí.

—¿Acabas... acabas de decir que esto es mierda?

Entrecerré los ojos, acercándome al reproductor para poder leer bien el nombre de la canción.

—Sí —murmuré echándome de nuevo hacia atrás, recostándome en el asiento—. Y me mantengo en lo dicho

—Decir que CRO es mierda, tiene delito —comentó él negando con la cabeza—. Respeto que no te guste el trap, pero respeta un poquito sus obras de arte.

Se me escapó una carcajada que no me molesté en contener.

—¿Arte esto?

Rubén negó con la cabeza, y yo no pude contener otra sonrisa cuando vi el gesto de desagrado que se le dibujó en el rostro. Alargando la mano hacia el móvil, colocado en el soporte que había junto al reproductor de música, me dijo:

—¿No te gusta esta canción? Bien.

Rebuscó entre los cientos de canciones que había en esa lista, el coche detenido en un semáforo. Cuando encontró la que buscaba, clicó y subió el volumen. No la conocía, pero el reproductor mostraba su nombre.

Reina, de CRO.

Tuve que disimular una sonrisa. Rubén me dedicó una mirada ladeada, y no supe si logré ocultarla del todo. Subió el volumen de la canción y aceleró cuando el semáforo cambió de color, permitiéndonos el paso. Bajé la ventana, dejando que el frío aire de la mañana entrara en el coche y me helara el rostro. Rubén no pareció quejarse, así que apoyé mi cabeza en el reposacabezas y perdí mi mirada en el ajetreado paisaje. No tan ajetreado como la ciudad de Madrid, pero sí más de lo que me imaginaba para la ciudad de Coruña.

Escuchando la canción, dejé mis pensamientos fluir y evaporarse. Cerré los ojos, sintiendo el aire y concentrándome en esa simple sensación. Por unos segundos, no fui más que una chica cualquiera en un coche corriente, en una ciudad más de un mundo de mierda. Ansiaba tener ese tipo de libertad algún día, ese anonimato y rutina en algún momento. Cuando el coche entró en el aparcamiento de la facultad, abrí de nuevo los ojos, regresando a esta realidad. Rubén aparcó el coche en una de las plazas, apagando el motor y dejando caer las manos sobre su regazo.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora