CAPÍTULO 11

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Burn – Ellie Goulding

No entré a la clase durante esa hora. Tampoco la siguiente. El ataque de ansiedad que me dio a raíz de la llamada con mi padre me dejó indispuesta más de lo que me imaginaba, y tuve que intentar controlarlo con las herramientas que tenía en ese baño cochambroso —que eran nulas más allá de las técnicas de respiración que me había enseñado mi psicóloga y que, por supuesto, no me servían para una mierda—. Cuando todos se habían marchado ya, entré en la clase para recoger mis cosas. El profesor también se había ido, cosa positiva para mí porque me ahorró tener que darle explicaciones que no tenía ni quería comenzar a inventarme.

Con la mochila colgada al hombro, me dirigí a la salida. Mis ganas de acabar el día en la universidad eran nulas, así que no iba a torturarme ni un segundo más. Muy a mi pesar, me saltaría todas las clases y me iría a mi maldita casa para comprar algún billete que me llevase directa a la Antártida, donde pudiese morir congelada.

La vida se había propuesto putearme pero bien.

Cuando pasé por delante de la puerta de la cafetería, Delia estaba llegando hasta allí de algún lado. No sabía de dónde; la había visto aparecer por el concurrido pasillo, abriéndose paso entre la gente. No había coincidido con ella en todo el día debido a que no compartíamos pragmática como asignatura optativa. Nos cruzamos de frente, y ella me obligó a detenerme.

—Estamos tomando algo —me dijo con una sonrisa algo cansada—. ¿Te unes?

No eran mucho más tarde de las diez, pero el madrugón y la falta de horas de sueño se le notaba en el rostro. Quería creer que era por eso y no porque la clase hubiese sido tan mierda que hubiese logrado cansarla hasta a ella. Delia siempre parecía tan... llena de energía. Qué envidia.

—Delia, voy a saltarme el resto de clases. —Con una mano firme agarrando el asa de mi mochila, señalé la puerta de salida de la facultad con el mentón—. Aprovecho y marcho a casa para descansar.

Delia se encogió de hombros.

—¿Qué más da que vayas a saltarte las clases después? Al menos, ven y tomate algo con nosotros.

Me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia el interior de la cafetería, sin dejarme posibilidad alguna de objetar. Con un bufido me dejé arrastrar hacia la mesa donde todos estaban ya sentados y, aparentemente, discutiendo sobre algo.

—Solo estoy diciendo que no puedes echarlo todo por tierra —estaba diciendo la rubia, Sofía creía recordar que se llamaba—. Llevamos una semana de clase. Tampoco es para tanto.

La morena estaba a su lado, su silla contra la pared y un pie apoyado en el borde. Tenía la cabeza apoyada en la pared y estaba poniendo los ojos en blanco en el mismo momento en que me senté.

—La esperanza es lo último que se pierde, Rebecca —la animó Mateo con una sonrisa.

—La esperanza la perdí el día que vi que era una asignatura obligatoria y debía cogerla sí o sí. —Ladeó la cabeza para mirarlo, sentado frente a ella.

Los sitios quedaban igual que la última vez, como si ya estuviesen seleccionados. Delia se deslizó al lado de Sofía y yo volví a quedar frente a Antón. El argentino me saludó con una sonrisa picante.

No tenía el día para estas mierdas.

Mateo soltó una risotada mientras apuraba el café que quedaba en su vaso. Aparté la mirada en su dirección, fingiendo que todos esos problemas banales suyos me importaban algo hasta que dieran por finalizada la conversación, se levantaran para ir a su maldita clase y yo pudiera irme a mi casa.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora