CAPÍTULO 5

1.6K 116 3
                                    

Hurricane – Tommee Profitt, Fleurie.

Cuando subí al bus, caminé hasta el final. De normal no solía coger transporte público a excepción del metro, así que eso era nuevo para mí. Se cogían pocos buses en Madrid, así que estaba poco familiarizada con ellos. Pregunté al conductor qué parada era en la que me tenía que bajar y me explicó que había una que quedaba relativamente cerca de la urbanización, así que me senté y esperé.

No era un viaje muy largo, así que me puse los cascos y perdí mi mirada entre el paisaje rural de aquella ciudad tan hostil y desconocida para mí. Saltó una canción que me provocó una ligera congoja en el corazón. Bajé la mirada al móvil y, alargando el dedo más que dispuesta a pasar la canción... me quedé mirando el nombre. Poco importaba ese dato; lo que realmente importaba era lo que representaba: era la canción que compartía con Jaime. Con las lágrimas anegando mis ojos, bloqueé la pantalla del teléfono y me volví hacia la ventana, sin cambiar la canción.

Toda aquella situación me daba una pena enorme. Me provocaba un tipo de dolor distinto, más profundo y desgarrador que cualquier traición o infidelidad posible. El tipo de dolor que te ocasiona tener que dejar marchar a la persona que supuestamente amas... porque ya no le amas. Porque se ha roto. Porque ya no funciona. Porque ya no. Ese tipo de dolor que te arrolla cuando, a pesar de que lo has intentado, no puedes hacer nada para curar la brecha tan grande que se ha abierto sobre ambos... y que nos ha roto, a él y a mí. El dolor de ver que hay una herida tan grande entre nosotros y saber que, por mucho que intentemos paliarlo, es incurable.

Podríamos haber hecho grandes cosas. Podríamos haber sido felices, incluso. No tenía ninguna duda acerca de ese hecho. Llevaba imaginándome una vida al lado de Jaime el suficiente tiempo como para sentir toda esa nueva vida sin él extraña y errónea. Sabía que sentirme así era parte del proceso, de dejar atrás la que había sido mi zona de confort y enfrentarme a la vida, a todo lo nuevo que estaba por llegar. Sabía que Jaime ya no sería más el lugar de protección, de reconforte, de calma y quietud. Eso se había terminado el día que se fue todo a la mierda.

Esa simple noche... que tantas cosas podían haber cambiado. Que todo podía haber sido diferente. Que no tenía que haber sido así.

Pero fue.

Cerré los ojos, controlando las irrefrenables ganas de llorar que me abrumaban. ¿Llorar por qué? Estaba demasiado cansada de llorar por algo que ya paso. Algo que no iba a poder solucionarse nunca. Así que... suficiente. Era más que suficiente.

Pestañeé para apartar las lágrimas, limpiándome bajo ellos por si alguna había logrado derramarse. Percatándome de que era la antepenúltima parada a la que yo debía bajarme, marqué el número de Alba. Este tipo de cosas muchas veces eran como las tiritas. Salían mejor si las quitabas de un fuerte tirón. Me llevé el móvil a la oreja y escuché los tonos antes de que descolgara.

—¿Qué tal? —Su voz sonó clara y despreocupada—. ¿Ya estás menos agobiada?

Había incluso diversión en su voz.

—Sí, hace un rato que salí de clase. —Me deslicé hacia el asiento contrario, lista para ponerme en pie cuando el bus llegar a la parada.

—¿Qué tal todo por allí? —Se escucharon sonidos de cocina de fondo—. ¿Es muy distinto?

—Bastante. —Apoyé un brazo sobre el respaldo del asiento y miré en derredor, el bus casi vacío—. Me siento un poco como Princesa por sorpresa... pero al revés.

Escuché que Alba soltaba una risotada al otro lado de la línea y casi logró contagiármela.

—Sé que es tu esencia... pero no seas tan melodramática —me dijo, y el sonido de algo cociéndose inundó la línea—. Seguro que no está mal. Ojalá yo pudiera escapar de aquí también.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora