CAPÍTULO 40

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Doubt – Twenty One Pilots

—Lo de Coppola lo sabíamos —murmuró Mateo, inclinándose sobre la mesa—. Lo de Adriano es nuevo y nos viene de puta madre.

Miré a Antón, que se rascaba la barbilla, pensativo.

—Quizás pueda hacer algo —comentó, levantando sus ojos bicolores hacia mí—. Si su círculo cercano se mueve por acá, no creo que sea tan difícil de encontrar quienes son.

—Mis contactos están buscándolos —dije, golpeteando con la punta del bolígrafo sobre el papel que había en la mesa, frente a mí—. Es cuestión de tiempo que me den nombres.

—¿Con eso podrías buscar algo? —Mateo se giró hacia Antón, recostado en su silla a su izquierda, los pies cruzados sobre la mesa.

Antón volvió a acariciarse la barbilla, dilucidando una respuesta.

—Hemos perdido el maletín —habló Rubén, sentado a mi derecha, frente a ellos—. Lo que implica que no tenemos esa baza. Era perfecto para que nos introdujeran en el centro de todo, para poder oír lo que sucedía en el interior de su maldito clan. Pero ahora no tenemos nada. Así que, o esperamos a que el padre de Olivia vuelva a darle otro maldito cargamento que entregar, o esto tiene que ser suficiente para poder empezar a tirar.

Antón clavó sus ojos en él, su rostro aun meditabundo.

—Si me das nombres, puedo buscarte algo. —Su mirada se deslizó hacia mí—. Pero necesitaría apellidos. ¿Podes hacer eso?

—Puedo hacer eso, sí. —Asentí, mi mirada impertérrita clavada en él con fijeza.

—Con eso, podría encontrar una localización. —Antón ladeó la cabeza, entrelazando los dedos de sus manos y dejándolas reposar sobre su pecho—. Quizá más.

—Respecto al maletín... —Mateo frunció el ceño, reflexivo—. ¿No creéis que son demasiadas coincidencias?

Entrecerré los ojos con suspicacia.

—¿A qué te refieres?

Mateo se humedeció los labios, mirando a cada componente del grupo unos instantes antes de volverse hacia mí.

—Has intentado entregar contrabando dos veces, y las dos han salido mal.

—Bueno, la primera no fue del todo misteriosa —comenté con una media sonrisa arrogante, cruzándome de brazos—. Rubén se encargó solito de frustrar mi encuentro.

Rubén puso los ojos en blanco, desviando la mirada hacia la pared de su derecha. Por suerte para nosotros, la sala de estudio en la que estábamos no estaba tan llena como pensaba. Había un par de grupos pequeños, distribuidos por todo el espacio y lo suficientemente lejos de nosotros como para que pudiéramos ser escuchados. Además, estábamos cubiertos por dos grandes estanterías repletas de libros polvorientos y antiguos, proporcionándonos más privacidad.

—Vale, quizás no la primera. —Mateo entrelazó los dedos de sus manos sobre la mesa, los codos apoyados y todo su cuerpo inclinado hacia delante—. Pero sí lo de ayer.

Mi sonrisa se borró con lentitud, a medida que mi mente iba conectando las ideas e interpretaba lo que las palabras de Mateo querían decir.

—¿Crees que hay alguien que trata de frustrar mis entregas de forma intencionada? —Enarqué una ceja, enfatizando mi pregunta.

Mateo se encogió de hombros, esbozando una mueca dubitativa.

—No estoy del todo seguro. —Mateo echó una mirada desconfiada hacia su derecha, al pasillo que dividía la parte donde nos encontrábamos del resto de la gran sala—. Pero es mucha coincidencia. Nos estamos acercando, y de repente... alguien se carga a Adriano.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora