CAPÍTULO 49

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Mum – Luke Hemmings

Recorrimos la costa, ascendiendo cada vez más en dirección a una montaña que rompía contra el mar, hasta llegar a una rotonda que me era conocida. Reconocí el monumento que quedaba a mano izquierda y la carretera adoquinada, la basta superficie de mar extendiéndose a mi derecha varios metros hacia abajo. La carretera por la que conducíamos se elevaba en la falda de una montaña, a mi derecha, más allá de la acera que conformaba el paseo marítimo, solo quedaba un escarpado acantilado. Las olas chocaban contra él, resonando con fuerza en la distancia.

Ese lugar era donde celebraban las carreras de coches ilegales.

Rubén condujo a lo largo de la carretera, la vista fija en el frente y sus facciones aún contorsionadas por la rabia. Mi mano tembló mientras me colocaba un mechón tras la oreja, tratando de controlar mi ansiedad. A medida que avanzábamos por el camino, el mar iba quedando más cerca nuestro, la carretera descendiendo mientras hacía una oblicua curva. Rubén condujo el Nissan hasta el aparcamiento donde habitualmente se arremolinaban los coches antes de las carreras. Estaba vacío a esas horas, el atardecer cayendo sobre el mar e inundándolo todo de tonos anaranjados y rosados.

Rubén condujo el coche hacia un lado, aparcando en cualquier parte. Detuvo el vehículo y dejó caer las manos sobre su regazo, soltando un lento suspiro. Apoyé un codo en la base de la ventanilla, dejando caer mi cabeza sobre el puño cerrado de mi mano. Mi vista se perdió a través del cristal, viajando más allá del mar que quedaba frente a nosotros.

—He llegado todo lo rápido que he podido después de que me mandaras el mensaje —murmuró Rubén, sonando decaído.

—Está bien —susurré, la voz a punto de rompérseme.

Las lágrimas anegaban mis ojos, pero yo me negaba a dejarlas caer. Estaba harta de llorar y de ocultar mi dolor. Verle había sido lo suficientemente duro como para dejarme fuera de combate... de por vida. Sabía que nuestra relación había terminado hacía tiempo, pero verle ahí frente a mí, rogándome y murmurándome palabras de amor que llegaban condenadamente tarde... había sido duro. Esa era la palabra perfecta.

—Está claro que no, Olivia —comentó él con un toque de dulzura—. Pero no voy a presionarte. Solo quiero que sepas que estoy aquí.

Mi mano pasó de sostener mi cabeza a cubrir mis labios, resistiendo todo lo posible por impedir que las lágrimas se derramasen. Rubén había dicho las palabras más simples del mundo, ofreciéndome lo mínimo que cualquier persona merecía: estar ahí cuando lo necesites. Y había provocado la estampida más masiva de todos los insectos y colonias que hubiese en mi estómago.

Jaime ya no me provocaba eso, y comprendí que le había soltado mucho antes de lo que creía.

Cosas curiosas del corazón. Ciencias que no comprendía, ni pretendía hacerlo.

—Tienes razón —musité con cansancio, sintiendo los hombros pesados—. Nada está bien.

Rubén tenía una mano aun sobre su volante, el otro brazo apoyado en el reposabrazos central. Los dedos tamborileaban sobre la tela, sus ojos azules fundiéndose con el mar frente a nosotros.

—Podría retirarme y no meterme en donde no me llaman, pero no voy a hacerlo.

Me quedé sin habla. Volviéndome lentamente hacia él, mi corazón aumentó de velocidad como si estuviera en medio de una carrera. Respiré hondo para tranquilizarme, sintiendo que las manos aún me temblaban.

—Si es algo estable y bueno, no quiero ser el tercero en discordia. —Rubén frunció el ceño, alternando la vista entre mí y el parabrisas—. Pero sé que no lo es. Lo veo en la forma en la que te alteras cuando estás a su alrededor.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora