Capítulo 3

94 26 20
                                    

El arte quita del alma el polvo
de la vida cotidiana.
Pablo Picasso

La cantidad de vehículos que circulaban por Nueva York provocaba la escasez de aparcamiento. Eso era algo con lo que Ethan luchaba cada día. Además de que el tamaño de su coche no ayudaba en absoluto. Su padre, William Brown, ya le advirtió de que conseguir un lugar donde aparcar se le complicaría el doble si se lo compraba, pero el chico se enamoró de ese Jeep Grand Cherokee desde que lo vio a través del cristal de aquel concesionario al que acudió un año atrás.

Logró encontrar un puesto a un par de calles de la suya, por lo que tuvo que realizar el resto de recorrido hasta su apartamento andando. Para él encontrar ese piso, unos años antes, fue como encontrar un grano de oro en una montaña de excremento. Aunque sería más adecuado decir que fue como tener suerte dónde no creía que la encontraría. La zona, situada cerca de Central Park, provocaba que los precios fueran muy elevados; sin embargo, ese lugar apareció ante sus ojos con un precio casi regalado.

Entró en su apartamento al tiempo que dejaba caer las llaves en el pequeño cuenco que había en el recibidor. Había reutilizado una mesita de noche, que tenía de sobra su hermana, para colocarla en la esquina y ahí dejar el cuenco. La decoración de esa casa a veces tenía sentido y otras no. Eso lo había sacado de su madre, que adoraba mezclar cualquier tipo de estilos, aunque no combinara nada.

Acababa de volver de una comida con ellos y su hermana pequeña, con la cual se llevaba dos años, pero a la que quería y protegía muchísimo. Había sido un buen rato junto a ellos, como todos los que vivió a su lado. Pero adoraba la independencia que tenía, por más que los extrañara.

No se detuvo a pensar en nada ni nadie cuando se dirigió directamente a su buhardilla. Aquella que estaba totalmente enfocada a su mayor pasión.

La pintura.

El pequeño, pero bien aprovechado espacio tenía cuadros terminados amontonados en una de las esquinas; lienzos en blanco en otra y varios muebles donde guardaba el material. Aunque mayormente tenía este todo tirado y desordenado.

"Hay orden dentro de este desorden", eso le decía a su madre cuando ella accedía a esa zona. La mujer la daba por perdida.

Tenía un lienzo a medio terminar sobre el caballete, en medio de la habitación. Abrió la pequeña ventana de una de las paredes, cerca del final del techo a dos aguas. Después, sin demorarse mucho, volvió a su tarea.

Esa pasión la había adquirido desde bien pequeño. No porque alguien de su familia o entorno se dedicara a ello o lo incitara a hacerlo. Simplemente, empezó como un pequeño entretenimiento en clase y terminó con tardes enteras encerrado dibujando. Para él, al principio, era una mera afición, pero terminó convirtiéndose en su mayor pasión y, esperaba, en su futuro.

Podía pasarse horas y horas entre aquellas paredes, inspirando el olor a químicos que soltaban las pinturas. Incluso podía ocurrir una guerra en el exterior que él, de tan absorto que se encontraba, no se enteraría de nada.

Como aquella vez, que tuvo que sonar cinco veces el teléfono antes de que sus ojos se desviaran del cuadro. Era un leve murmuro que se intensificó al bajar de nuevo las escaleras. Llegó con el tiempo justo para cogerlo.

– ¿De qué te sirve tener un teléfono si nunca contestas? – preguntó la voz de su amiga.

– Ahora te estoy contestando, ¿no?

– Adivino –, Kai hizo una pausa fingiendo que pensaba, cuando en realidad tenía claro el motivo por el que el castaño no había cogido las anteriores llamadas –, estabas pintando –. Ethan asintió con un sonido mientras se dejaba caer en su sofá marrón –. El día menos pensado te fusionas con uno de tus cuadros.

Mentiras || DISPONIBLE EN AMAZONWhere stories live. Discover now