Capítulo 34

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Noho me ka hau'oli.
(Se feliz)
Proverbio Hawaiiano

Steve se levantó pronto, se quedó un largo rato pensando en un examen que tenía la semana siguiente y al ver que Kai aún tardaría en despertarse optó por sacar los apuntes y repasar un poco. Fue cuando se sentó en la silla del escritorio que se fijó en una cartulina morada que sobresalía un poco de la mesa. No le extrañó que fuera alguna de las manualidades de la morena, de hecho no era una chica muy ordenada y siempre solía dejar sus trabajos de por medio. Con curiosidad e ilusión, desplegó el papel. Entonces vio de que se trataba. Dudó de si debía seguir leyendo o no, pero un fuerte impulso de curiosidad le invadía. Podríamos criticar el acto de Steve, pero la mayoría hubiera seguido y quien diga lo contrario miente.

No estaban todos los puntos marcados, dedujo que los que tenían fecha eran los cumplidos. A cada punto que leía se daba cuenta de la gravedad del caso. No se trataba de deseos como: "Quiero viajar a Londres" o "Quiero un perro que se llame Tobby"; estos iban más allá, estaban hechos para guiar una vida, la vida que aquella pobre adolescente no pudo tener a causa de su enfermedad. Le dolió ver que eligió universidad por su hermana, que se forzó a emborracharse, que dejó ir muchas oportunidades para tener un primer beso, que no pudo escoger cómo perder una de las cosas más importantes que tenemos, que podrían haberla pillado por cometer una ilegalidad, que... que había roto una relación.

Justo se despertó. Quiso darle su derecho a expresarse, a que le diera una razón lo suficientemente buena para convencerle de que no se trataba de su relación con Emily.

– Sé que puede parecer una locura, pero sí, ese era uno de los deseos de Alana y no estoy orgullosa de él, de hecho no quería cumplirlo.

– Pero lo has hecho – le interrumpió. Ella asintió nerviosa –. Dime que no se trataba de mí –. La chica desvió la mirada y no respondió –. Kai, por favor. Mírame a los ojos y asegúrame que no era la mía –. Pero ella siguió sin decir nada.

Steve no necesitó entonces una respuesta verbal, obtuvo toda la información necesaria. Resopló, se llevó las manos a la cabeza, maldijo unas cuantas cosas y, entre todo eso, seguía sin haber palabra por parte de ella, hasta que se levantó para recoger sus cosas.

– No fue queriendo – dijo con un hilo de voz al que el rubio apenas hizo caso –. Reconozco que al principio fue por venganza a Emily, pero no quería hacerte daño a ti.

– No te creo.

– Steve, no me inventé nada, todo lo que te conté fue real, todo lo que te he dicho ha sido de verdad. Quería que ella se sintiera como me sentí yo, pero en ningún momento he querido jugar contigo o mentirte.

– Te disculpas igual que Emily – respondió sin piedad, sabiendo que le dolería.

– Lo siento de veras –. Se acercó a él, casi suplicándole el perdón, con los ojos vidrioso y la necesidad de expresarse como es debido por mucho que le costara.

– Tranquila, era lo que tenías que hacer. Es totalmente comprensible.

Nunca había sido tan frío con nadie ni siquiera con Emily, con ella usaba el sarcasmo y solía reírse de la mayoría de las discusiones, se marchaba, les sacaba importancia; hasta con sus padres solía actuar así. Pero esta vez no le encontraba la gracia por ningún lado, se sentía como cuando te haces un corte tan profundo que ni siquiera sangra, pero te duele más de lo habitual.

De camino a la puerta ella lo siguió, en ningún momento le hizo caso. No quería escuchar nada, ni creer nada de lo que dijera. Tuvo la mala fortuna de encontrarse a Lia en el camino.

Mentiras || DISPONIBLE EN AMAZONWhere stories live. Discover now