Capítulo 19

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Cuanto más profundo el
sentimiento, mayor es el dolor.
Leonardo da Vinci

– Imbécil, gilipollas, estúpida – mascullaba entre dientes mientras se paseaba de un lado a otro de la habitación –. ¿Cómo puedes cagarla tanto? ¿En qué puto momento se te ocurre abrir la bocaza y soltar esas mentiras? –. Se frotó el rostro con ambas manos –. Ethan no se merece que cambies su imagen –. Gruñó –. Joder, si tal como es, es perfecto.

Quieta. Detuvo su verborrea consigo misma, al tiempo que sus pies se detenían.

Esas últimas palabras, que habían brotado de ella con una cruda sinceridad y seguridad, le asustaron y confundieron. Agitó la cabeza y las ignoró, aunque no las contradijo. Al fin y al cabo, en su subconsciente, sabía que eran ciertas.

– Joder, soy tonta – concluyó su autoflagelamiento, al mismo tiempo que se sentaba en el bode de su colchón.

Había pasado las posteriores veinticuatro horas, después de la comida con su familia, reviviendo las nefastas mentiras que había dicho y, sobre todo, el rostro de Ethan en la entrada de su casa, unos instantes antes de irse. Esa mirada había roto algo en su interior, aunque era consciente que ella le había causado algo peor, y que si ahora se encontraba dolida había sido por su propia culpa.

Era consciente de lo que estaba diciendo, de cada cosa falsa que mencionaba y, sin embargo, no pudo detenerse. En ese momento la reacción y las palabras despectivas, aparte de las miradas, que podían haber dicho sus padres, le atormentaron, causando que no viera las posibles consecuencias de sus actos, y menos el daño que esas le iban a causar a ella misma. Había herido a Ethan y eso la mataba.

Soltó un gruñido.

Tomó de nuevo el teléfono de la habitación, que compartía con Kai, y se lo quedó observando unos segundos. No era la primera vez que intentaba contactar con él desde que se había despertado. Lo llamó antes de ir a correr, después e, incluso, un par de veces tras la ducha. Pero no había contestado en ninguna. Era seguro que tampoco le contestaría esta vez. No obstante, lo intentó.

Primer tono... Segundo tono... Tercer tono... Cuarto tono...

Nada.

Suspiró, derrotada, y se dejó caer sobre la cama.

– Solo quiero disculparme, Ethan – susurró.

✩  ✩  ✩

El ambiente dejaba ver que Halloween se acercaba. La gente paseaba por las calles de Nueva York en busca de sus disfraces y las paredes estaban repletas de carteles que anunciaban la temática en discotecas y bares. Al igual que los folletos que repartían en la entrada de las universidades, dónde informaban de la fiesta de Halloween que se celebraría, como cada año, en una de las fraternidades más famosas y grandes. Halloween ganaba territorio.

A Alyn no es que le apasionara mucho esa festividad. En verdad, era la que menos le gustaba de todas las que se celebraban durante el año. Prefería, millones de veces, antes Navidad que Halloween. Aunque la semana anterior se la había pasado pensando que ese año sería distinto, que tal vez volvería a disfrazarse como cuando era niña y salía a pedir caramelos por su barrio. Y que si lo hacía, seguramente fuera por convicción de un castaño con ojos verdes.

Pero claro, eso fue antes de lo ocurrido.

La chica caminaba por las calles de Manhattan con unas antenitas de abeja en la cabeza, a juego con sus mallas a rayas, amarillas y negras. Las personas a su alrededor la observaba con confusión, pena e, incluso, como si estuviera loca. Se había adelantado unos pocos días, pero es que el motivo que la había llevado a ponerse eso, era uno muy distinto al simple hecho de celebrar Halloween.

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