Capítulo 25

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Coincidir con una persona, mental y emocionalmente
es una suerte. Es como tropezar con la felicidad.
Walter Riso

Newen se había quedado dormido en el suelo de madera de su buhardilla con un pincel entre los dedos y una obra a medio acabar sobre el caballete. Quedaban apenas seis días para Acción de Gracias y debía terminarlo para entonces, ya que era un regalo para sus padres. Sin embargo, el sueño pudo más con él. O al menos hasta que llamaron al timbre.

El sonido reverberó por toda la estancia hasta colarse por la puerta entornada de su estudio. Aún con los ojos cerrados frunció el ceño y se removió, refunfuñando por el insoportable ruido. Este no cesaba, al contrario, parecía insistente hasta el punto de que no le dio otra opción que despertarse. El castaño maldijo por lo bajo, al tiempo que entreabría los ojos, que se mantenían casi pegados por el sueño, y descendió por la escalera con lentitud. Por más que murmuraba un aviso de que ya iba, el timbre no dejaba de sonar.

Frustrado y con su mano frotando su ojo izquierdo se dignó a abrir la puerta.

– ¿Alyn? – su pregunta salió rasposa, aunque sorprendida.

– Hola – lo saludó la chica antes de ponerse de puntillas para dejar un casto beso en sus labios y pasar por debajo de su brazo para entrar.

– Claro, adelante, como si fuera tu casa – ironizó. La siguió hasta la sala, donde no dejaba de dar vueltas –. ¿Qué haces aquí tan tarde?

– ¿Tarde? Si solo es media noche.

"¿Solo?", pensó Newen. "¿A qué hora me he quedado dormido?", añadió.

– Da igual, aun así es tarde para aparecer de la nada en mi puerta y como si tuvieras un ataque de nervios –. Sus propias palabras le hicieron reaccionar y despejarse de golpe. Acortó la distancia con dos zancadas y tomó el resto de la chica con sus manos –. ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien? ¿Kai? – lanzó el interrogatorio con preocupación.

– No ha pasado nada, estoy bien y Kai también – respondió, deteniendo su mirada en la herida de su ceja.

– ¿Entonces? – cuestionó tras dejar escapar un suspiro de alivio –. ¿Qué te ha traído hasta aquí –, bostezó –, a media noche?

Alyn sentía un nudo en el estómago y los nervios la trasformaron en un terremoto andante. No podía parar de moverse.

– ¿Re... recuerdas que hace casi un mes (o puede que ya haya pasado un mes, no me acuerdo) me hiciste acompañarte, a ti y a Kai, a hacer un graffiti porque ella quería reivindicar los derechos de su profesora? –. El castaño asintió con un leve sonido mientras la seguía con la mirada, aunque no se estaba quieta. Caminaba y caminaba por toda la sala, mirando a todas partes –. Pues desde ese día, desde que desenterré la... bueno, ya sabes, la libreta esa... no he dejado de mirar los dibujos y desde que me hiciste pintar en tu estudio –, hizo una pausa para tragar saliva –, los he admirado de otra forma. Ya sabes que no he parado de dibujar desde entonces. Se ha vuelto una obsesión –. Cada vez hablaba con más rapidez –. Dibujo en los libros, cosa que odio, pero que no puedo evitar; en los márgenes de las libretas, en las servilletas... En todos lados.

– Eso no está...

– Y también he vuelto a dibujar en esa libreta – lo interrumpió, como si ni siquiera lo hubiese llegado a escuchar –. Yo que pensaba que nunca volvería a tocarla... Pues ahí están, nuevos dibujos –. Agitó la cabeza y se reprendió a sí misma cuando se dio cuenta de que se estaba desviando del asunto –. La cuestión es que hace unos días vi un dibujo, uno de los últimos que hice antes de dejarlo y... Bueno, a mi mente se me vinieron todas tus palabras –. Newen la miraba desconcertado, ya que no estaba entendiendo a dónde quería llegar y mucho menos el porqué se encontraba en ese estado –. Todas esas veces en las que me decías que tenía que ser menos cuadriculada, que no fuera tan cerrada y que me atreviera más, que hiciera más locuras. Y no sé... Hace una hora intentaba dormir y se me ha ocurrido... Pero no sé, Newen. Porque todo se me está mezclando. Y, claro, dibujar es mi pasión, eso lo sé, pero... No sé si tanto como para...

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