Capítulo 37

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Sólo las personas que se atreven a ir demasiado
lejos logran descubrir hasta dónde pueden llegar.
T. S. Eliot

Alyn tenía la sensación de estar viviendo un paralelismo, un pequeño déjà vu con escasas diferencias. Tres meses atrás se encontraba en el mismo lugar, en el asiento de copiloto, y junto a ella, como en esos momentos, también se encontraba Steve conduciendo. Sin embargo, por más que las calles fueran las mismas, el escenario no lo era. Septiembre fue el mes en el que se fue de casa a la residencia y este diciembre volvía a ella. Y no era el único cambio.

Tres meses le supieron a poco para todo lo que había pasado en ellos. Nueva compañera de habitación, Ethan apareciendo en su vida por una borrachera, un "secuestro", risas, horarios rotos, experiencias, ilegalidades graffiteras, charlas artísticas, aquel chico adentrándose por sus rendijas, una venda caída de los ojos, el reencuentro de una pasión, mentiras, reconciliaciones, besos, emociones... amor. Engaños, llanto, soledad. Todo aquello había formado parte de esos noventa días. Parecía real e irreal a la vez.

Tres meses atrás, en ese mismo coche junto a Steve, empezó todo y ahora... Ahora Alyn se encontraba más perdida que nunca, pero con algo creciendo en su interior y con ganas de salir. No era la misma chica, eso lo tenía claro, y, mucho menos, creyó ser una persona más débil. Sin embargo, seguía sin saber quién era.

– ¿Estás segura de que quieres hacer esto hoy? – le preguntó el rubio una vez se bajaron del coche. Ante ellos la casa de la familia Stewart –. Podemos volver otro día si no te ves capaz, no pasa nada.

– Tiene que ser hoy, Steve – afirmó ella, sintiendo una opresión en el pecho.

Veinte de diciembre. Su abuela Evie cumpliría los sesenta y seis años.

Alyn se pasó gran parte de la noche llorando, hasta que en un ataque de impulsividad terminó en casa de su mejor amigo, quién, aunque tampoco estaba pasando por un buen momento, la arropó entre sus brazos. A la mañana siguiente, tras una charla profunda del estado de ambos, esta tomó la decisión de ir a casa de sus padres a por ciertos recuerdos de su abuela que quería tener con ella ese día.

Una vez se adentraron en la casa, Steve no pudo evitar observar cada rincón esperando que el matrimonio los abordara y los echara. Aunque la casa también había sido de la castaña, no tendrían por qué hacerlo, pero las cosas seguían sin arreglarse entre padres e hija y dudaba que alguna vez ocurriera. Alyn se giró hacia él y ahogó una risa, una de las pocas que había tenido esos días.

– Steve, cariño –, llamó su atención –, no están en casa. Me he asegurado de ello.

– ¿Segura que no van a aparecer? Porque no creo que estemos en condiciones de empezar en una discusión –. Las palabras brotaron de él sin apenas pensarlas, pero el sentimiento que dejó fue duradero. Ambos pensaron en los engaños y traiciones que habían vivido hacía poco y el ambiente se cargó.

– Sí, estoy segura – murmuró la chica antes de dirigirse a las escaleras –. Ahora vuelvo.

Steve dejó que su mejor amiga ascendiera sola, ya que era consciente de que era un momento que ella debía tener a solas. Además de que tenía claro que la chica sabía que en caso de necesitarlo solo tenía que llamarlo y no dudaría en tenerlo a su lado en menos de diez segundos. Sin embargo, dejó esa posibilidad en el olvido y confió en ella, mientras recorría esas paredes dónde la castaña creció. Los muebles era elegante y secos, como si fuera uno de esos apartamentos que salen en las revistas de gente millonaria. No tenía vida. Y, aunque había estado ahí varías veces, fue esa la primera vez que vio aquello parecido a lo que era la casa de sus padres. O, ya en ese entonces, solo de su madre.

Mentiras || DISPONIBLE EN AMAZONWhere stories live. Discover now