Capítulo 10

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Prometí no llamarla o volver a escribir sobre
ella, pero estaba sobrio cuando lo hice.
Charles Bukowski

El estadio estaba lleno de gente y apenas se podía reconocer a alguien, lo cual era obvio teniendo en cuenta que entre Columbia y Dartmouth había veinte minutos de camino. Por lo que había mucha, mucha gente.

Al inicio vio a Alyn, le sorprendió que estuviera allí y más con Ethan. La verdad es que no había dos personas tan distintas como ellos, no tenían nada que ver, además de que aquel moreno no era de su agrado. Pero es lo que tiene estar saliendo con su hermana pequeña. A quien no vio fue a la dicha, de hecho discutieron la noche anterior a causa de un malentendido y al parecer aún no se habían calmado las aguas. Ella era así de intensa, cuando le daba la rabieta podía pasarse días sin hacerle ni caso y luego aparecer como si nada. Al parecer, lo usó como excusa para no ir al partido. Steve ladeó la cabeza como si quisiera expulsar las preocupaciones de esta y respiró hondo, concentrándose en el campo, en el equipo y en el juego. Ya tendría tiempo para preocupaciones más tarde.

Era el inicio de la Ivy League de aquel curso y al mismo tiempo el último año de Steve en ella antes de graduarse, por eso era muy importante para él destacar y llamar la atención de algún ojeador que pudiera interesarse en su participación para la NFL. Aquel era su sueño, claro. O mejor dicho el de su padre.

James Michael Jones era un empresario conocido en gran parte de Nueva York, de hecho el setenta por ciento de los edificios del estado tenían su placa en la entrada. Steve era su único hijo y aunque nunca le faltó de nada, siempre se sintió vacío. Se ve que cuando tu padre fue una eminencia en la universidad, en el fútbol americano y ahora en la industria, es de esperar que, como hijo suyo, seas igual o mejor, si no quedarás eclipsado. Y ten por asegurado que te exigirán más que al resto.

Así era la vida de Steve, la viva imagen de su padre, pero que nunca llegaba a superar. James Steven Jones nunca pudo ser uno mismo hasta que empezó a tener conciencia de que vivía en una burbuja y de que su vida no era tan perfecta como quería aparentar, por esa razón prefería que usaran su segundo nombre, por eso prefirió ir a Dartmouth y no a Columbia, o estudiar química en vez de arquitectura, aunque le gustara, y por eso eligió jugar con el número doce y no con el treinta y cuatro. Porque Steve era Steve y él tenía su identidad, y no quería que siguieran comparándolo con su padre. Aunque fuera algo imposible.

Una parte de él le decía que jugara de forma pésima aquella temporada, de ese modo no le daría a su padre el gusto de conseguir lo que quería. Pero no llevaba diez años jugando al fútbol para nada y tampoco era algo que odiara, al contrario, de hecho era el capitán y no podía fallar a su equipo solo por una rabieta con su padre, así que debía darlo todo y más en el primer partido. No permitiría que Dartmouth quedara en malos ojos mientras él estuviera allí. Por suerte, aquel día no pasó. 

Con la victoria para los Big Green y dos touchdowns de Steve, lo celebraron en el vestuario con hurras y una previa a la fiesta que les esperaba.

– Un vaso bien cargado para nuestro quarterback estrella – le sirvió Lorie, su mejor amigo.

– Gracias, pero creo que me esperaré a la fiesta de verdad. Tengo que conducir y tú también – sermoneó mientras le daba una palmadita en la espalda.

Lorie era un gran punto de apoyo en su vida, se conocían desde pequeños, ambos habían ido juntos al instituto, eran inseparables. De hecho, él también fue una de las razones por las que fue a Dartmouth, querían jugar juntos y realmente conectaban muy bien en el campo, igual que en su amistad. Aunque muchas veces el rubio quisiera matar al moreno por más de una idiotez o por su falta de sensatez.

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