Capítulo 25

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Tarde

«Kagome» Gruñó el hombre con desesperante necesidad. Su mano meneaba con fuerza sobre su hombría, saboreando el recuerdo de la feminidad que acarició hace tan solo quince minutos. Aquel deseo febril lo controlaba; Un instinto tan primitivo que lo impulsaba a repetir el nombre de la azabache como un poseso con ansias de dominio. De volver a hurgar en su centro, de escucharla gemir su nombre, de embestirla hasta que su simiente la desbordase. Estaba prendido en aquellos rizos oscuros. Cada parte de la mujer se acababa de transformar en una obsesión y estuvo apunto de perder la calma cuando bebió de aquel manantial que logró saciarlo; Incrementando las ganas de sumirla y follarla como un verdadero loco. Un enfermo de su placer.

Podía sentir como la deliciosa corriente de extrema excitación transportaba los espasmos por todo su cuerpo sin dejar de mover la mano; Aquella que se enfundaba con la misma prenda que antes estuvo ocultando la entrada que lo dirigía hacia el bendito paraíso. Cerró los ojos con fuerza, murmurando incoherencias a lo que su mente le reflejaba: Unos labios carnosos y suaves oprimiendo la hinchada cabeza de su virilidad, y los grandes y oscuros ojazos mirándolo con la misma inocencia que le demostraban las fuertes succionadas «¡Mmmhgimió suavemente. Casi tan suave que apenas podía sentirse entre toda la sacudida que ejercía sobre su miembro; Rojo, venoso, y palpitante. Que le causaba un pequeño dolor en cada punzada que su mástil eréctil le proporcionaba.

Entreabría su boca en busca de un aire que no le llegaba. En su mente solo arrimaba un sonido estridente; El canto glorioso y sollozante de cuando su apertura lo apretaba y exprimía. La misma electricidad que lo hizo temblar en su asiento mientras se descargaba en el suave algodón de las bragas de la pelinegra. Las que cargaban con su olor. Tan atrayente como un digno afrodisíaco. Soltó una ráfaga de aire mientras miraba todo el desastre que produjo con su semen; Parte del asiento estaba manchado, algunas gotas por el volante, en lo que el resto recorría su tronco hasta gotear contra el suelo. Soltó una maldición, ¿Acaso era un chiquillo de preparatoria que no sabía controlarse? La última vez que se había masturbado ocurrió hace ocho meses en alguna especie de juego con una de sus citas casuales. En ese entonces se había corrido en su boca, pero nada era comparado a la suciedad que había desperdigado por toda la zona del piloto del auto alquilado. Como pudo limpió todo con las mismas bragas y recostó su cabeza contra el espaldar.

Sonrió a su suerte con socarronería; Lo peor, era que la maldita paja no había aliviado ni la mitad de su libido. Su dureza se mantenía intacta como un fierro de acero.

«Al perecer ya no puedo esperar». Parecía un maniático enfebrecido sin dejar de recordar la calidez de los labios femeninos contra los suyos. Como su pene se endureció al verla contener estúpidamente aquellos gemidos de éxtasis y gozo; La suavidad de aquella perla escondida entre sus piernas y como la hizo vibrar ante el primer lametón. Sí. Definitivamente era un degenerado pervertido. Pero era una condición que solo surgía cuando se encerraba junto a ella; Junto a la mujer que parecía retarlo con tantos insultos que pedían a gritos ser dominada. Y no lo negaba: Porque apenas en este juego del que tiene más poder, lo gana quién sucumbe primero y por ahora él llevaba la delantera.

Pronto Kagome caería rendida contra sus brazos y quedaría a su voluntad. Sería esclava de su pasión, y suya. Únicamente suya. Porque así la había marcado hace catorce años y estaba dispuesto a cumplir con aquella promesa.

«Solo mía, Kagome» Miró nuevamente hasta la cima de la escalinata del silencioso templo abandonado. Sentía que faltaba muy poco para lograr su acometido.




































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