Todo empezó con el primer día de clases en el Colegio Exclusivo de Betty Cooper; Como toda niña de apenas cinco años, estaba nerviosa por enfrentarse ahora a algo que no era el Kinder en el que había estado al otro lado de la ciudad de los Ángeles, California.
Esto era nuevo, y le asustaba un poco.
La pequeña niña rubia entró al colegio acompañada de su madre Alice Cooper, quien la tenía tomada de manos hasta estar en las afueras del salón en el que la ojiverde tomaría sus primeras clases.
Alice se agachó hasta quedar a su altura y besó su frente, con una sonrisa. —Mi niña hermosa, tan inteligente. Bebé, eres mi única hija y tienes que seguir siendo la mejor. Haz muchos amigos mi amor—
Betty asintió, con una sonrisa de lado a lado. —Está bien mami—
En eso, el padre de la pequeña, Hall Cooper, llegó apresurado hacia su esposa e hija después de haber estado charlando con los profesores del colegio y el director.
—Lamento la tardanza mi niña— Se disculpó Hall, agachándose frente a la pequeña rubia y dejando un beso en su frente. —Estamos orgullosos de ti, ahora ve a clases—
Betty sonrió y abrazó a ambos padres, para entonces retirarse corriendo a su salón de clases. —¡Los amo mami y papi!— Les gritó.
Hall y Alice sonrieron, viendo a la pequeña correr hacia el interior del salón de clases; Betty era una niña muy lista para su edad, y muy aplicada. Andaba con su adorable coleta, su elegante uniforme rojo y pequeña mochila rosa.
La niña entró al tan colorido y alegre salón de clases, y dejó su mochila en un asiento cerca del pizarrón; No habían muchos niños aún, salvo dos niños que estaban en un rincón del aula, jugando con unos dinosaurios de juguete.
Pero en ese momento la niña ojiverde observó a otro niño que aún estaba fuera del aula. Un niño pelinegro, con cabellera abundante y de ojos azules preciosos, con una sonrisa extremadamente adorable. El pequeño estaba despidiéndose de los señores que parecían sus padres con cariñosos besos y abrazos.
Ella no dejó de mirar a ese niño hasta que lo vio acercarse a ella, solo que el pequeño se veía muy tímido al entrar al salón de clases.
Betty tomó aire y se acercó a aquel niño, muy confiada, dispuesta a darle la bienvenida a ese nuevo niño tímido.
—Hola— Saludó Betty, con una sonrisa, estrechando su mano con la del niño pelinegro. —Elizabeth Cooper, pero si quieres puedes llamarme Betty—
El pequeño la miró por un momento hasta que estrechó su mano con la de ella. —Soy Jughead Jones—
—Jughead— Contestó Betty, con una sonrisa. —Es un nombre muy original, me gusta—
—Mejor vamos a sentarnos porque la profe o el profe ya viene. ¿Quieres sentarte conmigo?— Le preguntó ella, entusiasmada.
Jughead asintió rápidamente, porque después de todo, la única amiga que había hecho hasta el momento era Betty. Se sentaron juntos en aquella aula hasta que llegó la maestra, los demás estudiantes, y la clase empezó.
Fue una clase muy entretenida, ya que era un colegio muy prestigioso, donde asistían los niños de personas adineradas y poderosas. Los profesores estaban perfectamente calificados para enseñar con métodos innovadores y entretenidos.
Al final de la clase, los niños salieron del aula y fueron a la cafetería del colegio a degustar sus desayunos; Betty y Jughead se sentaron juntos, solo ellos dos, y cada quien sacó su desayuno y empezaron a jugar con la comida.
—¿Qué trajiste?— Le preguntó Jughead a la rubia.
—Manzanas, uvas, kiwi y fresitas picadas—Contestó la ojiverde, mirándolo. —Tambien limonada, mi mami y mi papi me hacen comer muchas frutas—
—Que aburrido, a mí me gustan las hamburguesas — Dijo el niño, sonriente. —Pero solo traje unos sandwiches y también unas manzanas con jugo de naranja. Mis papás me prohíben comer las hamburguesas que quiera— Se quejó.
—Mi mamá dice que engordan. Oye... ¿Jugamos después de desayunar?— Le propuso Betty al niño.
Jughead asintió rápidamente y después de desayunar salieron rápidamente al gran jardín del colegio, y empezaron a jugar persiguiendose, subiendo a los juegos infantiles del patio y riendo hasta que les doliera el estómago.
Cuando se cansaron de jugar, se sentaron sobre el césped en el jardín y el pequeño Jughead se puso de pie, se acercó a un arbusto lleno de flores, empezando a recogerlas.
Betty lo miró, extrañada. —¿Qué haces Jughead?—
Jughead no le respondió, hasta que se dió la vuelta y se acercó a la pequeña rubia con un pequeño ramo de todas las flores que pudo encontrar en ese arbusto.
—Para ti— Le dijo el menor a la ojiverde tendiendole aquel ramito de flores.
Betty sonrió, se puso de pie y tomó aquel ramo de flores. —Gracias—
—De nada. A veces mi papá le da flores a mi mamá. Tu eres muy buena y por eso lo hice— Se justificó el niño, encogiéndose de hombros.
Betty sonrió una vez más y se acercó para besar su mejilla. —Eres muy dulce Jughead. Gracias—
Jughead sonrió y la abrazó, y ella le siguió el abrazo.
—Parecen novios — Admitió un pequeño niño rubio, acercándose, divertido.
Jughead se separó de Betty de golpe y lo miró mal. —Eso es asqueroso —
—Si, es asqueroso. Eso lo hacen los grandes— Lo defendió Betty.
—Como sea— Le restó importancia el niño rubio, encogiéndose de hombros y retirándose.
—No le hagas caso, ven— Le pidió el niño a la ojiverde, tomando su mano.
Los dos pequeños, tomados de las manos, se retiraron al interior del colegio; Era una hermosa imagen a la vista de cualquiera que los viera. La verdad era que ambos niños tuvieron una conexión especial desde que se vieron.
Asistieron al resto de la clase, se despidieron con un amistoso y tierno abrazo, y se fue cada quien con sus padres.
Una dulce e inteligente niña rubia y un adorable niño pelinegro, los cuales no sabían que el mundo cruel convertiría su dulce infancia en algo no tan colorido.
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