SIETE

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Cuando me planteé la idea de solicitar plaza en Columbia tuve muy claro que necesitaría presentar un currículum impresionante para destacar entre el resto de los candidatos. Mis notas, aunque sobresalientes, no serían determinantes, así que opté por potenciar mi participación en los clubes a los que asistía e incluí el voluntariado como una manera de subir puntos.

Esa es la razón por la que estoy cosiendo una especie de jersey de crochet un domingo a las once de la mañana.

—Muy bien, niña —me felicita la señora Rodriguez con una sonrisa—. Así, un, dos, un, dos. Punto a punto.

Comparo el jersey de la anciana con el mío y tuerzo la boca en una mueca.

De todos los voluntariados que se me ocurrieron, entretener a ancianos en una residencia me parecía lo más fácil. Por mucho que me gusten los animales, mi madre es terriblemente alérgica a ellos, así que jamás he tenido perros, gatos o ni siquiera peces —ahora que lo pienso, quizás la alergia es un poco excusa— y no sé manejarlos. Tampoco tengo estómago para leer a enfermos. Desde la muerte del padre de Hunter, los hospitales me traen malos recuerdos.

Al menos, la residencia me pilla a un par de paradas de bus de casa.

—¿Le regalarás ese jersey a algún mozuelo en especial? —pregunta la señora Prior, y yo casi me saco un ojo con la aguja de ganchillo—. ¿Qué? Lo has hecho muy ancho.

—Pero ¡porque no termino de pillar bien las medidas! —me excuso—. No hay ningún mozuelo.

—Por supuesto que no —espeta la señora Rodriguez—. Hoy día los chavitos salen todos con todos. ¿Es para una chica?

Oh, Dios.

Sí, vale. A veces tengo la sensación de que mi vida sería más sencilla si me gustaran también las chicas, pero luego recuerdo los dramas amorosos de Willow y se me pasa. No quiero meterme en el doble de líos. Al final, da igual el género, o el no género. El amor es problemático se presente como se presente.

—Tampoco —digo. Dejo caer el jersey sobre el regazo y me sorprende darme cuenta de que tengo las mejillas encendidas—. De verdad que no.

La señora Prior me observa unos segundos. Es una señora muy bajita con movilidad reducida a la que la edad no le ha quitado ni un ápice de curiosidad.

—Pues vaya —se queja. Vuelve a centrar la atención en su propio jersey y masculla un simple «jóvenes» como si fuera el peor insulto del mundo. Por lo que la conozco, lo es. Hay gente que simplemente ha nacido para ser anciana y la mujer que tengo delante es una prueba de ello.

Agacho la vista. Es cierto que el jersey es demasiado ancho. Y puede que el azul que he escogido se parezca mucho al color favorito de Brody, pero... No, no, no. Brody es historia. Historia prehistórica, en concreto. O incluso más antigua.

Maldición. Deshago los puntos hasta que amontono un buen rollo de lana en el suelo. A la mierda dos semanas de trabajo. No importa. Lo repetiré y... Ah, si seré idiota... Podría haberle regalado el jersey a mi padre, o a Nil. Incluso a Hunter. Me imagino su expresión al recibir semejante horror de prenda y casi se me escapa una carcajada. Estoy segura de que se burlaría de mí, pero se lo pondría, al igual que se pasó años utilizando una camiseta que le regalé cuando cumplió los once años.

En mi defensa en ese entonces yo era joven, inocente y no sabía que el merchandising de las bandas se podía falsificar. Cuando vi a aquel tipo vendiendo en internet una camiseta de los Rolling, la compré sin dudar.

¿Qué culpa tenía yo de que el Mick Jagger de la camiseta tuviera las facciones de Ellen DeGeneres?

—Señora Rodriguez —anuncia entonces un celador—, mire quién ha venido a verla.

Nunca digas nuncaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin