TREINTA

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El viaje hasta casa de Hunter es lento y asfixiante. Y no porque junio haya llegado con fuerza a la ciudad, que también, sino porque cada vez que Hunter me mira me derrito. Me fundo y temo quedarme para siempre pegada en el asiento. No ayuda que él me acaricie la piel de la pierna con su mano libre, ni que justo cuando creo que va a subir y acariciarme algo más, cambie el rumbo y baje.

Menudo capullo.

¿Ver una película? Sí, hombre.

—Eres un imbécil —susurro, sin poder resistirlo más.

Hunter esconde una sonrisa.

—¿Por qué? —pregunta. Y tiene la desfachatez de volver a subir la mano. Me levanta el vestido por el camino y sus dedos rozan la cinturilla de mis bragas.

Si es que es un capullo, joder.

No le doy la satisfacción de contestar. Suelto un gemido leve como única respuesta y esta vez él se echa a reír. Por suerte, no me sigue torturando más. Hemos llegado a su casa y necesita las dos manos para aparcar. Menos mal que es un conductor increíble y en apenas unas pocas maniobras el Chevrolet se encuentra dentro del garaje.

Esta vez me toca a mí ser la calientapollas.

Me desabrocho el cinturón de seguridad e inclino el cuerpo hacia él. Lo beso en la mandíbula y luego desciendo por su cuello. Lo noto tensarse cuando mi mano va hacia su entrepierna, pero no la rozo; la apoyo en el asiento y alejo mis labios de su piel.

—Joder, Iv —masculla. Intenta besarme, pero le retiro el rostro y él chasca la lengua—. Eres... —No finaliza. Se desabrocha el cinturón y abre la puerta del conductor. La cierra con demasiada brusquedad y me lanza una mirada desesperada a través del cristal. Me lo tomo como una pequeña victoria y yo también me apeo.

—¿Qué soy? —pregunto. Me apoyo en el capó del Chevrolet con inocencia y alzo las cejas.

Hunter parece estar peleando en serio con las palabras.

—Increíble.

No era lo que me esperaba, así que se me quitan las ganas de bromear. Cuando Hunter tiende una mano en mi dirección, la acepto sin dudar.

Entramos en casa de los Brooks en un silencio cómplice. No es hasta que llegamos al recibidor cuando Hunter se gira y me besa. Es rápido, solo un roce de labios que me sabe a poco.

—Bien —susurra—. ¿Qué película te apetece ver?

Arqueo una ceja.

—¿En serio?

—Claro. La última vez escogí yo, así que te toca a ti.

No lo pillo. ¿Y lo del coche? Los besos, ¡el jueguito previo! ¿Me lo habré imaginado todo? Igual para Hunter ver una película es ver una película de verdad. Me extrañaría mucho, pero a esta versión de él no la conozco. Solo lo conozco como mi mejor amigo. ¿Y si es de los que esperan antes de llegar a la última base? De los que batean y echan a correr o yo qué sé. No sé nada de béisbol.

—Eh... Bueno, vale —digo, finalmente. Sé que estoy descolocada, que mi rostro muestra el desconcierto que siento, pero Hunter no dice nada. Sin soltarme la mano, tira de mí y echa a andar hacia el salón.

Entonces, dice algo sobre la nueva película de un director europeo indie y, si eso no me hace sospechar, la carcajada que suelta en el umbral de la puerta me termina de confirmar que he caído en una broma.

Al Hunter rencoroso sí que le conozco. Es su forma de vengarse por lo del coche.

—Tendrías que haberte visto la cara —me dice entre risas—. Dios, Iv, ha sido buenísimo.

Nunca digas nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora