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-¿Tienes algún plan para hoy?

Era sábado por la mañana. Claire se estaba preparando para el trabajo y Adara estaba acomodada en el sofá con una taza de chocolate caliente, dibujando en su cuaderno con tranquilidad. Tenía que encontrar un buen rotulador para plasmar el dorado de esos ojos. Afuera estaba nevando. Serían unas navidades blancas.

-Esta tarde iré al cine con Bella. –contestó finalmente sin levantar la vista del dibujo.

-¿Esa no es la hija del jefe de policía? –quiso saber su madre, dándole un sorbo a su café demasiado caliente. Adara no soportaba la cafeína, hacía que su habilidad de descontrolara al ponerse nerviosa, pero Claire era una adicta a ella.

-Ajá. –unos segundos después alzó la vista para mirar a su madre con curiosidad. -¿Conoces al jefe de policía?

Claire se encogió de hombros.

-Vino al hospital a pedir una cita psicológica para su hija. Pero la acabó cancelando.

Adara frunció el ceño ante esa nueva información. Estaba conociendo a Bella cada vez más y sabía que era testadura. Si no quería hablar de sus problemas, no lo haría.

-Creo que Bella está pasando por un mal momento. –confesó finalmente.

Claire suspiró desde su sitio en el taburete de la cocina. Los problemas adolescentes eran tan importantes como los de los adultos pero poca gente les prestaba atención. Como médica había visto a demasiados chicos poniendo al límite sus vidas para olvidarse de dichos problemas y que acababan en la sala de urgencias. O en peores sitios.

-Charlie parecía genuinamente preocupado.

La pelirroja alzó ambas cejas con una pequeña sonrisa divertida en sus labios.

-¿Charlie?

Su madre se sonrojó ligeramente.

-Bueno, se llama así, ¿no? Simplemente nos presentamos. Tú estás en esa casa cada dos por tres.

-Sólo he ido tres veces, mamá. Y ya me presenté el primer día.

-Bueno, suficiente para que quiera conocerme. –atajó su madre con rapidez- Es policía, quiere saber a quién mete en su casa, lo que me parece bien porque es importante cuidar de la familia.

Adara observó a su madre detenidamente, aún tenía un ligero rubor en las mejillas y había dejado la taza vacía para ponerse a hojear el correo con movimientos nerviosos.

-Oh. Dios mío. ¡Te gusta el padre de Bella!

El ligero rubor pasó a ser un sonrojo profundo, casi del mismo tono que el pelo de su hija, la cual estaba soltando una carcajada desde el sofá.

-¡No digas tonterías! Es sólo que me parece un buen rasgo que se preocupe por su hija. Parece un buen hombre. –pasó las cartas tan rápido que Adara creyó que rompería alguna. Hasta que extendió el brazo hacia ella. En su mano había un sobre. –Esta es para ti.

Adara olvidó meterse de nuevo con su madre cuando vio el sobre. ¿Quién mandaba cartas a esas alturas de la vida? Lo cogió y observó el sello lacrado. La forma de una hermosa rosa estaba sobre la cera roja.

La volteó para ver de dónde provenía y abrió la boca sorprendida.

-Es de Alaska. –informó a su madre.

-¿Conoces a alguien en Alaska? –preguntó la rubia confundida.

-No que yo sepa. –abrió la carta con cuidado y sus ojos se movieron entre las letras. Los hombros, que se le habían tensado presa de la inquietud, se relajaron. –Es sólo una estudiante en su programa de escritura. ¿Recuerdas el que hice en Nueva York?

Su madre también se había relajado visiblemente y asintió ante la pregunta, distraída en meter las cosas en su bolso.

-¿Le contestarás? Recuerda lo mal que te sentiste cuando nadie contestó a la tuya.

-Sí. Supongo que sí. –murmuró aún centrada en la carta. Alice, así se llamaba la chica, tenía una letra hermosa con curvas elegantes que hacían que las palabras parecieran de otra época. Y parecía realmente ilusionada por escribirle.

-Entonces nos vemos esta noche cuando vuelvas del cine. Ten cuidado, ¿vale?

Adara asintió alzando la mano como despedida ante el beso que le lanzó su madre.

-¡Saluda a Charlie de mi parte!

Fue lo último que escuchó junto con la carcajada de su hija antes de cerrar la puerta más fuerte de lo necesario con un bufido. Adolescentes. Siempre tan graciosillos.






-¿Por qué odias las comedias románticas? –quiso saber Adara cuando salieron del cine.

Bella se había empeñado en ver una película de zombies. No es que fuera una mala película pero a la segunda escena con sangre y vísceras dejó de interesarle. Fueron dos horas muy largas.

-No las odio es que...-la morena se encogió un poco sobre sí misma, como replegándose en un capullo mientras se rodeaba con los brazos. –No me gustan, eso es todo.

Adara tocó su brazo con gentileza, parando el paseo de ambas. A su alrededor la gente charlaba animadamente a pesar del frío.

-Bella, sabes que si en algún momento quieres hablar de lo que te pasó, puedes contar conmigo. –intentó que su tono fuera lo más suave posible.

Bella la miró con sus marrones ojos abiertos de par en par, como un pequeño ciervo asustado.

-No me pasó nada.

-Bells, puedes no contármelo pero no me mientas, ¿vale? –rogó la pelirroja. Siempre había odiado las mentiras porque ella misma ocultaba un gran secreto. Prefería no hablar a mentir. Era su manera de consolarse por ocultar algo tan importante.

-Es sólo que...que...-sus manos empezaron a jugar con un hilo suelto de su abrigo, centrando toda su atención en él. –Alguien se marchó. Alguien importante para mí. Y se llevó mi corazón consigo.

Adara la observó en silencio. El amor era algo maravilloso pero también duro. O al menos eso creía. Nunca se había enamorado. Dejar a alguien entrar de esa forma en su vida implicaba una confianza absoluta que no se veía capaz de brindar. ¿Quién querría estar con alguien que puede prenderle fuego?

-Lo siento mucho, Bella. –dijo finalmente. Y lo dijo con sinceridad. Su nueva amiga era una buena persona, no merecía sufrir por un idiota que se había ido sin mirar atrás. –Pero no creo que tu corazón se haya marchado. Sólo que se te ha olvidado cómo hacerlo latir por ti misma.

Bella le devolvió una sonrisa triste.

-¿Y eso no es lo mismo que no tenerlo?

Adara movió la cabeza negativamente, haciendo que su melena pelirroja se moviera al compás.

-En absoluto. Sólo necesita un poco de trabajo para recordar cómo funcionar solo.

-¿Y si no lo consigo?

Adara enlazó el brazo con el de Bella, haciendo que ambas volvieran a caminar. Ella no sentía el frío tanto como el resto pero podía ver como Bella empezaba a tiritar ligeramente.

-Tienes suerte de que yo siempre consigo lo que me propongo. Te haré incluso jugar bien al bádminton, ya verás.

-Lo dudo. Probablemente le pegue a Mike con la raqueta en la cabeza.

-Bueno, quizás así olvide su obsesión por invitarme a salir cada fin de semana. Lo veo como un éxito se mire por donde se mire.

Eso hizo que ambas soltaran una carcajada, relajando el ambiente. Al menos Bella había conseguido hablar un poco de su tema tabú. Un avance era un avance.

Compañera. | Alice Cullen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora