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Esto es todo lo que conozco de Francia: Madeline y Amelie y el Moulin Rouge. El Arc de Triomphe y la torre Eiffel, aunque no tengo ni idea de cuál es su función. Napoleón, María Antonieta y muchos reyes que se llamaban Luis. Tampoco sé exactamente lo que hicieron, aunque creo que tiene algo que ver con la Revolución francesa, que a su vez tiene algo que ver con la Fiesta Nacional de Francia. El museo de arte se llama Louvre y tiene forma de pirámide, y la Mona Lisa vive ahí junto a esa estatua de la mujer sin brazos. Y hay un café o bistró o como se llame en cada esquina. Y mimos. Y se supone que la comida es buena y que la gente bebe mucho vino y fuma sin parar.

También me han dicho que no les gustan los extranjeros ni las deportivas blancas.

Hace unos meses, mi padre me matriculó en un internado. Por teléfono me aseguró, como si citara un panfleto publicitario, que vivir en el extranjero sería una «gran experiencia educativa» y un «souvenir que tendría para siempre». Si, un souvenir. Le habría corregido si el pánico no se hubiera apoderado de mí.

Desde entonces, he gritado, rogado, suplicado y llorado, pero nada le ha hecho cambiar de opinión, así que ahora tengo un pasaporte y un visado de estudiante nuevos. Ambos documentos declaran que soy Yang Jeongin, ciudadano de Corea del Sur. Y aquí estoy, el chico nuevo del último curso de la School of Asia de Paris, deshaciendo las maletas con mis padres en una habitación que parece una caja de cerillos.

No es que sea un desagradecido. Al fin y al cabo, es Paris. ¡La ciudad de la Luz! ¡La ciudad más romántica del mundo! Soy consciente de ello. Es solo que todo este rollo del internado internacional es más algo para él qué para mí. Desde que vendió su alma por dinero y empezó a escribir libros patéticos, que se han convertido en películas todavía más patéticas, intenta impresionar a sus amigos importantes de Nueva York con su gran nivel cultural y su riqueza.

Mi padre no es culto, pero sí rico.

No siempre fue así. Cuando mis padres todavía estaban casados, éramos gente de clase media–baja. Fue por la época en que se divorciaron cuando todo rastro de decencia se esfumó y su sueño de ser el Gran Escritor de Busan se redujo al deseo de simplemente ver su obra publicada. Entonces empezó a escribir novelas que transcurren en cualquier pueblucho de Daegu y hablan sobre personas con buenos valores humanos, que se enamoran y luego mueren a causa de enfermedades terminales.

Lo digo en serio.

A mí esas historias me deprimen, pero las señoras las devoran. Les encantan los libros de mi padre y adoran sus jerséis de punto y su sonrisa blanqueada y su bronceado artificial. Y eso lo ha convertido en un bestseller y en un total imbécil.

Ya han hecho adaptaciones cinematográficas de dos de sus obras y tres más están en producción, y de aquí viene todo su dinero: de Hollywood. De alguna manera, todo el dinero y pseudoprestigio que ha ganado han afectado a su cerebro y ahora cree que yo debo vivir en Francia. Durante todo un año. Solo. Y no entiendo por qué no podía enviarme a Australia o Irlanda o cualquier otro país donde el inglés sea la lengua oficial. La única palabra que sé en francés es oui, que significa «sí» y que hasta hace poco no sabía que se escribe o–u–i y no w–i.

Por lo menos la gente de mi nueva escuela habla mi idioma. La School of Asia de Paris fue fundada para asiáticos prepotentes a los que no les gusta tener cerca a sus propios hijos. Vamos, porque, si no, ¿para qué otras cosas enviarían a sus hijos a un internado? Es como Hogwarts, Pero sin magos guapos ni caramelos mágicos ni clases de vuelo.

En su lugar, estoy atrapado junto a otros noventa y nueve alumnos. En mi curso somos solo veinticinco, casi nada en comparación con los seiscientos de mi instituto de Busan. En París estudiaré lo mismo que en el mi anterior instituto y, además, francés para principiantes.

Oh, sí. Francés para principiantes. Con los de primero, sin duda. Que increíble.

Mamá dice que tengo que dejar de amargarme, y pronto, pero ella no es la que deja atrás a un fantástico mejor amigo, Soobin. Ni un fantástico trabajo en los multicines Royal Midtown 14 Multiplex.

Y todavía no puedo creer que me separen de mi hermano, Nikki, que solo tiene siete años y es demasiado pequeño para que lo dejen solo en casa después del colegio. Sin mí probablemente lo secuestrará ese señor raro del final de la calle que cuelga toallas de CocaCola sucias en la ventana. O Nikki comerá por error algo que contenga colorante allura rojo y se le hinchará la garganta y no habrá nadie que lo lleve al hospital. Incluso podría morir, y seguro que entonces no me dejarían volver a casa para asistir a su funeral, y tendría que ir solo al cementerio al año siguiente, y papá haría poner una escultura horrorosa de un querubín de granito junto a su tumba.

Y ojalá no esperen que luego solicite plaza en alguna universidad de Rusia o Rumania. Mi sueño es estudiar Teoría del Cine en California. Quiero convertirme en el primer asiático crítico de cine influyente de Estados Unidos. Algún día me invitarán a todos los festivales y tendré mi propia columna de opinión en un periódico y un programa de televisión y una página en redes increíblemente popular. De momento solo tengo la página, y no es especialmente popular. Todavía.

Necesito más tiempo para trabajar en ella, eso es todo.

— Jeongin, ha llegado el momento.

— ¿Qué?

Levanto la vista de mis camisas perfectamente dobladas.

Mamá está mirándome y juguetea con su colgante con forma de tortuga. Mi padre, engalanado con un polo de color melocotón y náuticos blancos, mira por la ventana de mi habitación. Es tarde, pero al otro lado de la calle una mujer canta a gritos algo que parece opera.

Mis padres tienen que volver a sus respectivos hoteles. Ambos vuelan mañana temprano.

— Oh.

Aprieto con fuerza la camisa que tengo entre las manos. Papá se aleja de la ventana y me desconcierta descubrir que tiene los ojos húmedos. Me estremece ver a mi padre, aunque sea mi padre, a punto de llorar.

— Bueno, hijo, supongo que ahora ya eres todo un hombre. — Papá da un abrazo de oso a mi cuerpo paralizado.

— Cuídate. Estudia mucho y haz amigos. Y ojo con los vendedores andantes. A veces van de dos en dos.

Asiento con la cabeza, que tengo apoyada en su hombro, y me suelta. Y se va. Mi madre todavía está aquí.

— Será un año maravilloso para ti. — dice. — Estoy Segura. — Me muerdo el labio para que deje de temblar y ella me rodea con los brazos. Intento respirar. Inhalar. Contar hasta tres. Exhalar. Su piel huele a crema corporal de uva.

— Te llamaré en cuanto llegue a casa. — dice.

A casa. Busan ya no es mi casa.

— Te quiero, Jeongin.

Ahora sí estoy llorando.

— Yo también te quiero. Cuida a Nikki por mí.

— Por supuesto.

— Y a Capitán Jack. — digo. — Asegúrate de que Nikki le da de comer y le cambia la cama y llena su botella de agua. Y vigila que no le dé demasiados dulces, porque engorda y entonces no puede salir de su casita. Pero que no se olvide de darle algunos, porque necesita vitamina C y cuando le pongo las vitaminas en el agua no se la bebe, y...

Mamá me abraza otra vez y me coloca mi mechón tenido detrás de la oreja.

— Te quiero. — vuelve a decirme.

Y en ese momento mi madre hace algo que, incluso después de todo el papeleo, los billetes de avión y las presentaciones, no había previsto. Algo que no tendría que haber pasado hasta dentro de un año, cuando me fuera de casa para empezar la universidad; algo para lo que no estoy preparado, aunque lo haya esperado durante días y meses y años.

Mi madre se va. Y yo estoy solo.

☁︎ the french kiss ; hyunin.Where stories live. Discover now