2. Testaruda y soñadora

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Volar era una sensación exclusiva para las aves. Esa opción de viajar de un lado a otro de una manera tan rápida solo estaba en los sueños de la gente, hasta que lo más visionarios, valientes por conseguir sus sueños, diseñaron una máquina capaz de surcar los cielos. Desplazarse de una punta a otra del reino era posible en tan solo unas pocas horas, al fin quedaron atrás las largas travesías en tren que podían durar el día entero. Por desgracia, aunque ya no era un privilegio único de las aves, sí lo era exclusivamente para quienes podían costearse el precio del viaje.

Para alguien como Louise Barbrow seguía siendo un sueño. No obstante, testaruda y soñadora como el loco del pueblo, se negó a vivir el resto de su vida en su gris pueblo y cogió el primer tren que salía de la ciudad más cercana (sin pagar billete) y se encaminó hacia Witfort, la capital del reino de Aeryen.

Sin que nadie reparara en ella, se coló en un vagón de carga, ocultándose entre unas grandes cajas de madera que estaban en la penumbra; así, pudo recorrer sin problemas medio reino, incluso llegó a disfrutar del viaje. Encima de una de estas cajas, consiguió asomarse por los respiraderos que estaban en la zona superior de las paredes y observar el paisaje verde que recorría. Decían que Aeryen era uno de los reinos más bellos, su clima de inviernos lluviosos y veranos húmedos hacía que crecieran verdes bosques y floridas plantas y, en ese momento, las vías cruzaban un bosque de altas y delgadas hayas, aunque su copa no era visible por el vapor que las chimeneas del tren soltaban. Lejos de parecer contaminante, era la más hermosa imagen que sus ojos hubieran podido ver.

Después de observar por horas el paisaje, decidió arrinconarse para descansar, sus pies estaban cansados de aguantar de puntillas y sus ojos se cerraban por la llegada de la noche. Era momento de dormir. Llevaba consigo poco equipaje (escasas cosas tenía en propiedad), así que rebuscó entre algunos baúles, que pensó que sería el equipaje de los pasajeros, y encontró un largo abrigo de piel. Ignoraba de qué animal habían arrancado ese pelaje, pero no le importaba, su calidez y suavidad le tentaban. Lo estiró en el suelo y con otro se cubrió del frío, con una bufanda también de piel se armó un cojín que usó de almohada. Daba igual el paisaje que se pudiera perder, el goce de ese momento era incluso mejor, mejor que la cama del hogar donde vivía.

Los respiraderos eran pequeñas franjas que no permitían que la luz entrara, por lo que Louise no se enteró del amanecer. Tampoco de la bocina del tren al llegar a la siguiente estación. Pero, en mitad de un sueño, algo pateó su cuerpo despertándola y se encontró con el bigote de uno de los supervisores. La habían pillado. Detrás de él, había dos cargadores, los que supuso que la habían encontrado cuando entraron a descargar el equipaje. Demasiado a gusto estaba en esa improvisada cama. Nadie la tocó, pues esperaban que ella sola se moviera, aunque fuera una intrusa, también era una joven mujer y ellos hombres adultos.

Louise entendió y empezó a levantarse con lentitud, intentaba buscar una salida, pero nunca fue rápida pensando, así que lo único que se le ocurrió fue huir sin más. Se agachó para coger su bolsa y, al incorporarse, la giró por el aire para darle al supervisor, a los otros los embistió sin que les diera tiempo a reaccionar y salió corriendo del tren. Fuera había, al menos, cuatro guardias esperando para detenerla. Dejó caer los hombros viéndose atrapada. Por suerte, el andén estaba repleto de gente que corría para darse prisa en subir y una de esas personas chocó con un guardia, haciendo que casi cayera y que los otros se distrajeran de ella. Si bien Louise no sabía pensar rápido, sus pies eran veloces y aprovechó para escapar. Los guardias, al darse cuenta de que estaba escapando, la persiguieron por todo lo largo del andén, pero ella era pequeña y delgada, sabía colarse entre los bultos de la gente. Llegó al final del apeadero, saltó el escalón y siguió corriendo en dirección al bosque. Los guardias la perdieron de vista, así que la dejaron marchar.

La conjura del eclipseWhere stories live. Discover now