10. Más allá

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El Palacio Real se llenó de nobles que acudieron al gran baile en honor al príncipe. Quedaba poco para su cumpleaños y ese año era más especial que ninguno, pues cumplía la mayoría de edad. El Rey decidió organizarle una fiesta aquella noche y durante varias más hasta que llegara el gran día, que se celebraría por todo lo alto.

No sólo estaban invitados los nobles de la ciudad, sino de todo el reino y no faltó uno por acudir. Los carruajes llegaban, descargaban y rápidamente se apartaban para dejar paso a otro, había tanta gente que se habilitaron los tres salones de fiesta que había. Hubo comida y bebida como si de una bacanal se tratase y la decoración por sí sola era de admirar. Con todo, los invitados no acudieron por el convite o por disfrutar de un baile, sino por la intriga que rodeaba a la figura del príncipe. Muchos eran los bailes que se habían celebrado en el palacio durante esos veintiún años, pero en ninguno, ni los organizados para celebrar el cumpleaños del heredero, había aparecido el hijo del soberano.

Las lenguas hablaban y decían que era por el temor del rey ante un atentado contra su primogénito, pues el rumor de lo acontecido en la noche de su nacimiento ya estaba muy extendido a pesar de que se buscó la máxima discreción. Y, aunque los burgueses apuntaban precisamente a la clase trabajadora y a esas celebraciones no acudía ninguno de ellos, el Rey tenía fama de ser desconfiado. Si conocían su aspecto, era por los retratos oficiales que desde palacio se distribuían, pero quién sabe cuán afines eran a la realidad. Por eso, en parte, las esperanzas eran débiles o casi nulas; lo mejor era disfrutar de la fiesta sin esperar a verlo.

Era al principio de la velada, cuando aún no habían terminado de llegar todos los invitados, que por la puerta de la sala de mármol, el salón de mayor magnitud y nombrada así por el interior en mármol blanco, apareció una figura peculiarmente novedosa. Un joven gallardo ataviado con uniforme oficial cruzó la sala entre las miradas asombradas de los hombres y las seducidas de las mujeres, su sonrisa, aunque ausente, era agradable y encajaba perfectamente entre una nariz celestial y el mentón cuadrado. Se abrió un amplio corredor conforme cruzaba el salón hasta llegar al rey, situado en la pared contraria a la puerta, a quien saludó con una reverencia, igual que hicieron los invitados cuando este pasaba por delante. Junto a él se notó el parecido familiar, ambos lucían un cabello en castaño oscuro y unos ojos azules, aunque la mirada del hijo era mucho más limpia; otra diferencia era el frondoso bigote del soberano.

—Hijo, veo que te has dignado a venir —declaró el rey, disimulando su disgusto ante la gente.

—Claro, es una fiesta en mi honor, ¿no? ¿Cómo no iba a asistir?

Le sonrió con sorna, sabiendo que había desobedecido una orden y que eso le haría rabiar. Su padre respondió con una forzada sonrisa y se llevó la copa a la boca por no tener que aguantarla.

—Pues disfruta, hijo. ¿Por qué ha parado la música? —expresó en alto para que lo oyera toda la sala.

Ciertamente, los músicos eran los únicos que no habían interrumpido su quehacer ante la presencia del príncipe, pero fue una manera efectiva de reactivar a los invitados y que dejaran de mirarlo. Cosa inútil, pues con cualquier excusa intentaban acercarse a él para observarlo de cerca.

El joven cogió una copa de la bandeja que uno de los camareros llevaba y lo alzó frente a su padre, todavía con la pícara sonrisa.

—Gracias, padre. Esa era la idea.

Reclinó la cabeza en una reverencia y dio un sorbo al cava, entonces dio la vuelta y dio un rodeo por la sala, parándose a conversar con cualquiera que sintiera curiosidad.

El Rey lo observó durante unos segundos, se esforzaba porque no le temblara el ojo de rabia a cambio de rechinar los dientes, lo que no se notaba cara al público. Dejó la copa en una mesa pegada a la pared y encaminó sus airados pasos hacia la esquina, donde un hombre en prendas oscuras observaba divertido la entrada del príncipe.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora