24. Dualidad

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Entraron por la puerta de servicio que daba al jardín desde la cocina. Pareciera que el destino quisiera colaborar con su plan, pues fue ridícula la facilidad con que habían logrado evitar a los guardias del jardín y la confusión de la cocina que permitió que se pudieran colar sin llamar la atención.

Allí dentro todo era un alboroto de cocineros y camareros en plena jornada de trabajo. Iban y venían de un lado a otro, gritando y dando órdenes para que todo estuviera a punto cuando fuera necesario. De pronto, un hombre uniformado cogió a Benjamín del brazo y le colocó en las manos una bandeja con pequeños montaditos de comida, entonces le ordenó que se pusieran en cola junto a los demás camareros con tanta prisa que al joven no le dio tiempo a protestar. Obedeció por instinto, pero miró a Sally suplicando que lo ayudara o, por lo menos, que le guiara en el siguiente paso. Ella sonrió, más que preocuparse, parecía que esa confusión la hubiera divertido y se encogió de hombros segundos antes de que ordenaran su salida hacia el pasillo, con destino al salón de la fiesta.

Sally tampoco estaba segura de poder escapar de una obligación y se dio cuenta cuando vio a una mujer corpulenta yendo hacia ella, con un rostro malhumorado por descubrir a alguien sin trabajar. Por poco pudo escabullirse tras una cocinera con una gran olla que cambiaba de fuego, con lo que logró salir de la cocina.

La puerta por la que había salido daba a un largo pasillo oscuro, no por donde se había ido Benjamín. Pese a ello, no dio la vuelta, temía que la mujer la pusiera a cocinar, de modo que continuó recto, esperando encontrar la puerta indicada.

El palacio era un majestuoso edificio que transmitía orden y elegancia, pero dentro parecía un laberinto de puertas y pasillos. Había girado varias esquinas y había entrado en diversas estancias para acabar en otro pasillo a través de alguna puerta. Empezaba a preocuparse de haberse perdido irremediablemente y que por culpa de eso al final dieran con ella. No quería ni pensar en lo que le sucedería si alguien la encontraba merodeando por el palacio sin permiso.

Ya abría puertas sin cuidar que no hubiera nadie al otro lado, incluso tenía la sensación de que algunas de esas estancias las había visitado. Con todo, no decayó su ánimo, con ese deber importante presente en su mente se mantenía activa. Sucediera lo que sucediera, era esencial que solo la descubrieran a ella y esperaba que Benjamín consiguiera el propósito que los había llevado a hacer esa temeridad. Aunque, en el fondo de su ser, con cada puerta que abría, ansiaba dar con él, que la hubiera estado buscando.

Después de un tiempo que le pareció eterno, al fin logró oír el murmullo de la fiesta, así que eligió bien y salió a un ancho pasillo a través de una puerta disimulada por la decoración de la pared. Más adelante había una entrada que supuso que daría paso al salón donde los invitados bailaban. Todo era escándalo de música y voces mezcladas.

Y sentía curiosidad como nunca la había sentido. Siempre sintió desdén por ese mundo de apariencias, riqueza y aristócratas necios, porque sabía que jamás, ni una quinta parte de todo ese lujo, iba a estar a su alcance. Lo más cerca que había estado de ver esa elegancia había sido gracias a Winnifred, ella le hablaba de las estúpidas costumbres de la nobleza, de los bailes que ella tanto disfrutaba, de los cotilleos entre la gente y las nuevas modas. Pero ahora, estar tan cerca de ver con sus propios ojos lo que Winnifred le contaba, era tentador. Y con cada paso que daba acercándose a la puerta, más crecía su curiosidad. De pronto, se paró a escasos pasos de entrar en el marco de luz, consciente de su estupidez, consciente de cuán hipócrita estaba siendo. Hacía tan solo un día que había dejado a Winnifred a su suerte por Mainden porque ella había sentido esa misma curiosidad. Aunque, obligándose a ser sincera consigo misma, se percató de que, en verdad, no le había permitido explicarse, por lo que pudiera no ser la curiosidad lo que la había arrastrado hasta los suburbios. Y se sintió miserable, o peor aún, una mala amiga. Algo que quizás jamás se perdonaría.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora