12. En llamas y vacía

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Había pasado una mala noche; sin embargo, lo peor aún estaba por llegar. Dio vueltas en la cama, cambió la almohada de lado y la lanzó contra la pared, buscando la posición cómoda que le permitiera dormir. Pensó, en alguna ocasión ya desesperado, levantarse y dar un paseo por la casa, pero no quería correr el riesgo de encontrarse a alguien. Con los primeros rayos de sol, consiguió dormirse; sin obligaciones para ir a trabajar o estudiar, no le importaba dormir todo el día.

Fue entonces cuando se vio nuevamente en una ciudad destruida, en llamas y vacía. Las anteriores veces no pudo moverse del sitio, tan solo estaba allí como espectador del desastre; en cambio, en esta ocasión, un impulso le hizo avanzar hacia delante. Sus piernas se movieron solas hasta llegar al puente de Castletown y, en ese momento, empezó a oír una melodiosa canción que venía de todas partes y, a la vez, de ninguna. No había música, solo palabras que ni siquiera lograba discernir, la voz de varias mujeres que sufrían y suplicaban y que, poco a poco, se volvía más agresiva, como si fuera el grito de la venganza. Benjamin no lograba comprender cómo podía saber eso, simplemente lo sentía y lo compartía. Del mismo modo que sus piernas caminaron solas, sus sentimientos se le escapaban a su control.

De pronto, la canción cesó y, entonces, su mirada se posó en el suelo, sobre un objeto que perfectamente podía pasar desapercibido. Ahora, con total control de sus piernas, llegó hasta él y lo examinó, sin llegar a agacharse. Simplemente lo miró, porque temía que pudiera romperlo; al contrario, ese reloj era el origen del apocalipsis. Se echó hacia atrás y abrió los ojos, sorprendido como si el objeto le hubiera causado un susto. Inmediatamente, la canción volvió con una nueva melodía jocosa y celebrativa.

Dio la vuelta y giró sobre sí mismo buscando a alguien, sabía que esa música procedía de algún lugar; sin embargo, por mucho que mirara a un lado y a otro, estaba solo. Quiso salir corriendo, huir del ahogo que sentía, pero un mal cruce de pies al girarse le hizo caer al suelo y despertarse.

Notó la caída como real, pese a no moverse de la cama. Se quitó las mantas de encima buscando liberarse de cualquier cosa que le asfixiara y se fue a la ventana porque era insuficiente. Llevó la mano a la manilla, cuando una presencia captó su atención y no llegó a abrirla.

—¿Se encuentra bien, Benjamin? —La señora Turner entró en el cuarto en ese momento y se preocupó por la repentina acción del joven. Él se quedó suspenso y no respondió—. ¿Una pesadilla? Son horribles, ¿verdad? A veces se te queda un mal cuerpo y no sabes por qué. Solo es un mal sueño, no es real.

—A veces se agradece —musitó casi como ruego.

—Venía a ver que se encontraba bien, tardaba tanto en bajar a desayunar que empezaba a preocuparme. Pero veo que solo ha sido una pesadilla. —Benjamin no respondió más que con una forzada afirmación de cabeza. Estaba claro que algo le preocupaba—. ¿Seguro que está bien? A veces ayuda hablar de ello.

—Sí, todo bien.

—Bueno, acuéstese un poco más si quiere. El día hay que empezarlo con energía y, para ello, se requiere un buen descanso.

Agradeció la simpatía de la arrendadora en silencio y aceptó volver a la cama; mientras, ella cerró la puerta con cuidado como si ya se hubiera dormido.


🕰

La lluvia de aquella mañana era intensa; amaneció con una tenue llovizna que, en un momento, las nubes negras se congregaron sumiendo el día en noche, después de eso, cayó un diluvio que persuadió a todos los viandantes de quedarse en la calle. A pesar de eso, la zona de los suburbios no relajó su rutina diaria: un centenar de personas, que acudían a sus puestos de trabajo, dejaron huellas en el barro que se llenaron de agua, empeorando, si cabe, el paso de quien iba por detrás.

La conjura del eclipseWhere stories live. Discover now