20. Inverosímil

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Las paredes se le echaban encima. Con toda la casa oscura y en silencio, notaba aún más la humedad del invierno. Lo peor era la sensación de culpa que sentía, no tanto por haber causado el arresto de James, sino por no hacer nada. Su madre le había pedido que confiara y ella no podía esperar sin saber a qué, pero había pasado una hora y todavía no había salido de esas cuatro paredes. Tenía muchas dudas en su cabeza, preguntas que no podía responder sin la ayuda de su madre, lo que le infundió una inseguridad incapaz de hacerla reaccionar. Al final, un instinto identificable obligó a sus piernas a moverse y se arriesgó a salir a la calle.

Vagó por la ciudad sin rumbo hasta salir al puente de Castletown. Desde ahí, bajó por unas estrechas escaleras metálicas a la desértica playa y avanzó unos pasos mientras miraba cómo sus botas se hundían en la fría arena. Cerca de la orilla levantó la cabeza y se dio cuenta de que no estaba sola. Nadie bajaba a la playa en los meses de frio, pero ese chico estaba allí, sentado en la orilla sin que el agua llegara a rozar las puntas de sus zapatos. El cabello rizado, que volaba al son del viento bajo el sombrero, contrastaba con su mirada fija en el agua, o puede que en cualquier pensamiento.

Quiso regresar, temiendo irrumpir la intimidad del momento, pero ella también quería su minuto, así que, sin avisar de su presencia se sentó a una distancia que les permitiera a ambos compartir plácidamente la playa.


Benjamin había despertado, como todos los días, impresionado por lo que sus sueños le habían mostrado. Sin embargo, a diferencia del resto de semana, ese día no tenía ganas de emprender de nuevo una búsqueda improductiva. Otra vez iba a tener que recorrer la ciudad averiguando lo que las pesadillas trataban de contarle, otra vez volvería a la noche sin haber encontrado una pista útil y, otra vez, se dormiría amargado para despertar a media noche. Empezaba a pensar que simplemente estaba loco, que se había dejado llevar por las locuras de una mujer que no conocía y que nada iba a suceder en Witfort. Y realmente necesitaba creer que así era, porque aún podía volver a casa, pedir perdón a sus padres y alistarse en el ejército como su padre quería. Aunque, por mucho que deseara esa posibilidad, todavía algo le amarraba a aquella ciudad.

Harto de todo, repitió la rutina diaria hasta acabar en la playa. Sabía que alguien había invadido la arena y que se sentaba a pocos pasos de él, pero no tenía fuerzas para hacer otra cosa más que mirar el agua.

Tras unos minutos tan solo escuchando el sonido de las débiles olas, una gaviota captó su atención y siguió su vuelo hasta desaparecer tras el muro, detrás de la figura de una joven. Sin pretenderlo, se la quedó mirando y, entonces, la reconoció. Parecía apenada, tanto como él, y eso mismo revelaron sus ojos cuando le devolvió la mirada. Pese a eso, tenía unos ojos bellos, con un brillo peculiar.

Instintivamente, ella mostró una sonrisa tímida y él le respondió con el mismo gesto, pero se giró rápidamente avergonzado. La observó de reojo, deleitándose en cada curva de su perfil. Había intentado hablar con ella en un par de ocasiones sin tener mucho éxito, por lo que preveía que, en aquella ocasión, no sería diferente, así que, durante unos instantes, se consoló con su presencia misma.

En ese corto periodo de tiempo, el cielo se nubló con espesas nubes oscuras, amenazando con llover. Si bien no parecía que a ninguno le importara mojarse, ambos alzaron la cabeza cuando se escuchó un trueno.

—Si llueve, nos mojamos —comentó Sally sin pretender romper la distancia entre ellos.

Benjamin sonrió, viendo en esas primeras palabras una oportunidad para empezar la conversación.

—Supongo que no te acuerdas de mí.

Sally se le quedó mirando con una expresión de extrañeza, no tenía humor para estar recordando dónde lo había visto, pero, entonces, vio con claridad quién era.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora