19. De una manera que la gente común jamás pensaría

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Llegó a casa sofocada. Estaba tan desesperada por encontrar a su madre y pedirle ayuda que entró en casa sin atenuar las prisas. Ni siquiera le extrañó ver a su madre a esas horas, aunque todavía no había acabado su jornada laboral. Sin embargo, la serenidad que esperaba encontrar en su madre no estaba.

Con los brazos sobre su cadera, se dirigió a su hija con un rostro enfurecido.

—¿Dónde está Lily? Tenías que quedarte con ella.

—Mamá...

—Te pedí que te quedaras con ella. Al menos sabrás si tu hermano ha llegado a tiempo, ¿no? —Suavizó su semblante al darse cuenta de la expresión desolada de su hija, tan poco habitual en ella—. ¿Qué ha pasado?

—Es James. No sé qué he hecho —Se sentó en una silla, a punto de romper a llorar—. Lo han detenido... por mi culpa. Tenemos que ayudarlo, es mi culpa.

Su madre escuchó, pero, como si no le importara cómo se sintiera su hija, no se interesó por los detalles. Igual que Sally había hecho ante las preguntas de su madre.

—No te preocupes, ya falta poco, solo es cuestión de tiempo.

—¿Qué? —Le extrañó esas palabras que le sonaron tan familiares—. Suenas como él. —Recodo—. Te estoy diciendo que han apresado a James, que es por mi culpa.

—Sí, te he oído, pero no podemos hacer nada ahora. Espera al amanecer.

Besó su frente y se dirigió hacia la puerta.

—¡No puedo dejarlo allí! ¡Mamá! —Se marchó sin escuchar las últimas palabras de su hija.

Sally no comprendió esa manera de rechazarla. Al principio se notaba enfadada; después, más bien, parecía que tuviera prisa por llegar a algún lugar. Entonces se vio sola en el interior y se acordó de sus hermanos, así que entendió que su madre estaba disgustada con ella. Sin embargo, sin una sola palabra que explicara su repentino cambio de actitud, cómo iba a saberlo ella.


Olive, al no recibir noticias de la señora Wembley, empezó a preocuparse imaginando lo peor. Esperó ansiosa toda la mañana cualquier indicio que la sacase de esa turbación, pero aún fue peor saber la verdad cuando Robert le dio la mala nueva. No obstante, necesitaba oírlo en boca de la señora Wembley para creérselo, por lo que salió corriendo de su trabajo.

La encontró en su casa, con un aspecto de abatimiento. Pidió que le relatara todo cuanto había sucedido en la reunión, pero la anciana no se encontraba con fuerzas para repetir esa conversación, así que solo alcanzó a decirle que la nigromante iba a huir, que todo por lo que habían logrado esos últimos años era inútil. Tras lo cual, sin darle oportunidad de asimilar esas decepcionantes palabras, le ordenó que se marchara.

Fue entonces cuando decidió ir a casa, con el mismo abatimiento que había visto en la señora Wembley, para descansar. Necesitaba el ánimo de su hija pequeña, el cariño de su hijo y la alegría de su hija mayor; sin embargo, al llegar, encontró su refugio vacío, lo que le hizo entristecer más. No le importaba dónde estuvieran, ya sea trabajando o en el barro, la situación no iba a mejorar. Confiaba tanto en ese plan que casi rompió a llorar en la soledad de su casa, pero la llegada de Sally interrumpió esa extraña melancolía.

De repente, una cólera en su interior emergió al verla sola y empezó a increparla. Aunque sabía que esa ira no tenía nada que ver con ella, no pudo evitar pagarlo con su hija. Estaba cabreada con el señor Rogers por permitir que le robaran el maletín, lo estaba con la señora Wembley por rendirse y no hacer nada al respecto, odiaba haber perdido tantos años de planificación y, más aún, estaba furiosa con la nigromante por querer huir y abandonarlos. En los suburbios nadie abandonaba a nadie, ni cuando el rey soltó todo el ejército contra ellos la noche del nacimiento del heredero. Todos arrimaron el hombro para que los nigromantes pudieran escapar y ahora ellos los abandonaban.

La conjura del eclipseWhere stories live. Discover now