14. Desalentador

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Sally salió de casa con la mejor de sus sonrisas. Esa mañana, después de su desagradable visita a la casa Thursday, volvió al taller, buscando una forma de decirle a su jefe por qué la habían echado de esa casa sin que pareciera culpable; sin embargo, no fue necesaria ninguna excusa. La esperó en la puerta sin darle la oportunidad de refugiarse de la lluvia. Jamás había visto un rostro más decepcionado como el suyo, pero no era por ella, porque realmente no pensaba que Sally fuera capaz de robar de esa manera. Pero el señor Thursday era un cliente y no podía llevarle la contraria; más aún, solo era cuestión de tiempo que los demás clientes que ella visitaba se enteraran, de modo que debía atajar esa situación antes de que fuera perjudicial para su negocio. Sally lo entendía perfectamente y no se lo echó en cara, aunque suplicó porque no la despidiera.

Por la tarde, algo agradecida porque acabara la lluvia, salió de casa dispuesta a tener una buena jornada de trabajo. No iba a permitir que aquella mañana le jodiera el día entero. Sin embargo, no estaba teniendo mucha suerte, el trabajo cada vez escaseaba más y, en aquella ocasión, solo tuvo un par de visitas que hacer. En la segunda, entró al edificio a la vez que un vecino salía, quien la frenó antes de poner un pie dentro y la interrogó sobre a dónde iba. Aguantó con paciencia la desconfianza del hombre, pero estaba tan reacio a dejarla pasar que al final Sally tuvo que insistir. Unos agentes, que pasaban por la zona, oyeron la conversación y se acercaron.

—¿Algún problema, caballero?

Los tres la miraron.

—No —respondió Sally ásperamente.

La dejaron marchar. Esos hombres no entendían nada (o no querían), tan solo eran capaces de ver la ropa harapienta de una chica de los suburbios.

Se alejó de esa calle, deseando salir de la urbe y volver a los suburbios. Pese a que todos deseaban salir de allí, era el único lugar donde se sentía cómoda, rodeada de su gente.

Pasó por un rastrillo, donde las personas vendían cualquier tipo de objetos. En realidad, no tenía el suficiente humor para aguantar a la gente que se apiñaba alrededor de las mesas y regateaba el precio, pero su mirada, que paseó por la superficie de un puesto, se fijó en un peculiar objeto. Había visto muchos relojes lucirse a la espera de un nuevo dueño, pero desde esa distancia captó su atención. Anduvo hacia la mesa mientras seguía el contorno de ese extraño reloj y se fijaba en los botones del artefacto, en el metálico material de bronce y en la única aguja que tenía. ¿Dónde había visto ese diseño?

Una mujer se interpuso en su visión y la obligó a apartar la mirada del objeto, fijándose, ahora, en la joven que avanzaba el brazo para coger el reloj. Parecía más joven que ella y tenía sobre sus hombros un chal bastante más refinado que el resto de su vestimenta, pero no era eso lo que la atrajo, sino su deplorable habilidad para negociar. Al fin algo consiguió sacarle una liviana sonrisa.

Quería volver a contemplar el curioso artefacto, pero una mano en el hombro desvió su atención.

—Hola —saludó de manera algo tímida un joven escuálido, al que tuvo que mirar levantando la cabeza. Si tenía algo atractivo, eran sus oscuros ojos—. Seguramente no se acordará de mí...

—¿Tiene un reloj que arreglar? —lo interrumpió. Si lo había visto antes, no se acordaba.

—No...

—Entonces no me moleste, hoy no tengo un buen día.

Pasó a su lado, dejando al pobre chico anonadado, pero poco le importó. No tenía ganas de pasar más tiempo entre personas, fuera quien fuera. Hacía tiempo que no pasaba tan mal rato y había sido un mal rato todo el día. Todavía no se había confesado a su madre cuando la vio a la hora de comer, pero después de esa penosa tarde no le quedaba más remedio que admitir que la habían despedido de un trabajo y que, tal vez, la despedirían del segundo. Seguramente su madre no diría nada que la hiciera sentir peor, sabía escoger las palabras adecuadas para mantener a raya el genio de su hija, al igual que también sabía ver el lado bueno de las cosas. ¿Pero qué lado bueno tenía ese día? ¿Que no podía empeorar? Ese era poco consuelo. Insuficiente. Desalentador.

La conjura del eclipseOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz