18. Una ladrona sin escrúpulos

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No lograba comprender si su madre estaba rara o era ella quien estaba susceptible por el mal día que había pasado. En todo caso, no ayudaba no saber qué hacer. Cuando su madre se fue, intentó volverse a dormir, pero no pudo, así que se pasó un par de horas dando vueltas por la casa, mirando por la ventana y limpiando. Los nervios podían con ella. Por otro lado, se sentía complacida de poder estar en casa junto a sus hermanos, aunque Johnny, poco después, salió con sus amigos a disfrutar de un rato de infancia. Por su parte, Lily no parecía mejorar, lo que acrecentaba los nervios de Sally hasta el punto de desesperarse. En cuanto su hermano volvió, le pidió que se quedara con Lily para hacer un recado. No iba a tardar más de una hora, de modo que llegaría a tiempo de que se fuera al trabajo.

Fue hasta el barrio de Rosse y, discretamente, paseó por las calles buscando la víctima perfecta. Conocía bastante bien la zona de tantas veces que había ido por trabajo, así que sabía por qué calle podía pasar a esa hora del día. De igual modo, sabía que al señor Hiddleston le gustaba ir al club de caballeros los martes, que su esposa solía pasar la mañana en casa de la señora Bentham, que el hijo mayor estaba de viaje y la hija se había casado ese verano. Era arriesgado, pero no era tonta, sin los dueños, los criados no prestarían atención a lo que ocurriera en la casa.

Se metió en el callejón entre dos paredes de ladrillos y salió por detrás de la casa de los Hiddleston. Esperó a que fuera al momento oportuno y se acercó a una de las ventanas que daban al comedor, entonces cogió las ganzúas dispuesta a abrir el cerrojo. Sin embargo, no tuvo el valor de hacerlo.

Suspiró.

—Mierda.

Podía robar piezas de los coches y contribuir a una estafa, podía no morderse la lengua cuando hablaba y sabía que no era una persona moralmente aceptable, cosa que poco le importaba; sin embargo, su límite estaba en allanar una casa. Poner las manos en la ventana lo sentía como atentar contra la intimidad de la persona, el lugar más seguro de alguien.

Era eso o dejar a su hermana a su suerte sin un médico que la ayudara, así que intentó hacerlo por segunda vez. En vano.

Suspiró de nuevo y guardó las ganzúas. Más que atentar contra la tranquilidad de una familia, era rebajarse a lo que evitaba ser: una ladrona sin escrúpulos, como los que vivían en Greeseford. Era ser aquello que la señora Thursday la había acusado y no podía darle la razón.

Con todo, lo veía absurdo, tenía delante de sus narices, sobre una mesa larga, un candelabro de plata, era tan fácil de cogerlo que era ridículo no hacerlo. Vender algo así era más sencillo incluso que robarlo y con cuatro cosas más que reuniera en esa misma sala de comedor podría conseguirle un médico a su hermana. Además, estaba segura de que no había nadie cerca, no había peligro para realizar esa incursión.

Quería hacerlo, de verdad, pero su cuerpo no hacía caso a su cabeza. De modo que terminó por rendirse.

En vez de regresar por el mismo callejón, como una rata que se esconde, decidió ir por el otro lado de la casa: una calle algo más ancha, pero resguardada de los ojos escrutadores de las ventanas. Y, entonces, vio que la suerte al fin le sonreía: había dos coches aparcados sin vigilancia. Sabía que uno era del señor Hiddleston porque ya le había echado el ojo en otra ocasión, pero no esperaba encontrarlo allí; el otro supuso que sería de la casa vecina.

Se acercó y rozó con sus dedos la carrocería del primer vehículo, al tiempo que vigilaba ambos lados del callejón. No quería sorpresas mientras conseguía el botín. Era más arriesgado que entrar en la casa, pero era una buena oportunidad.

Le pesaba tanto el saco que guardaba bajo la falda que tuvo que transportarlo con las manos, lo que no le transmitía mucha seguridad. Pese a que las piezas eran pequeñas, se sintió sospechosa. Tenía que deshacerse cuanto antes de la carga, de modo que volvió deprisa a Maiden esperando a encontrar fácilmente a James.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora