8. Recuerdos escalofriantes y negros

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Parecía ser de noche. Todos los colores se habían oscurecido pese a que hacía solo unos pocos minutos el sol relumbraba en lo alto del cielo. No vio cómo la noche había llegado, se incorporó ya en la sombra, pero sabía, de algún modo era consciente, que la noche opacó el día.

Primero alzó la cabeza, tenía que encontrar con sus propios ojos una prueba de lo que había ocurrido y lo que vio, lejos de maravillarse por ser algo único, extraño y hermoso, le aterró. No era lo que veía, sino lo que sentía. Pues, en el firmamento, solo había una gran circunferencia negra, tan negra como el resto del cielo, que irradiaba una luz cálida a su alrededor, como si esa esfera intentara cubrir otra más grande.

No entendía bien qué era eso, ¿un eclipse? Su padre le describió al detalle un fenómeno como el que estaba ocurriendo y así lo llamó, pero ¿por qué algo tan natural lo percibía de forma tan mecánica?

Incómodo, sus ojos se desviaron involuntariamente, entonces se percató de sus alrededores. Estaba en la urbe de Witfort, eran las mismas calles por las que paseó la tarde de su llegada; sin embargo, aquel día, aunque no se fijara, había gente, muchas personas y ahora estaba solo. No, solo no, no veía a nadie, pero solo del todo no se encontraba.

De repente, una presencia se acercó por su espalda, justo cuando iba a dar un paso al frente y moverse.

—Ha pasado.

Fue una voz conocida, muy reconocible. No tembló, no fue dolor lo que escuchó, más bien sonó como la observación de alguien que ya había advertido de lo que ocurriría.

Quiso girarse y ver a esa persona, pero, cuando lo hizo, se incorporó en su cama, despierto del todo. Su respiración acelerada no bajó el ritmo durante un minuto, sus ojos fijos en las sábanas que le cubrían todavía revivían el sueño.

Cuando al fin pudo calmarse, dejó su torso de nuevo sobre la cama, estaba exhausto pese a haber dormido toda la noche. La luz del día entraba por la ventana, esclareciendo el desván en el que se encontraba. Por un momento olvidó hasta su nombre, abstraído en su sueño, y poco a poco fue recuperando la memoria de lo vivido la tarde anterior. Después de toparse con esa muchacha, tuvo que buscar alojamiento, aunque tras preguntar el precio en varias pensiones, descubrió que no llevaba dinero suficiente si iba a quedarse varios días. Realmente no lo pensó muy bien cuando se marchó corriendo de su casa y ahora empezaba a arrepentirse. Un hombre, en la taberna donde cenó, le habló de una mujer viuda que tenía varias habitaciones que, de vez en cuando, alquilaba por un módico precio a quien necesitaba ayuda. Sin pensarlo mucho, fue a la dirección que el hombre le dio y, en un par de minutos, la señora Turner le enseñó un pequeño habitáculo, con espacio justo para una cama y un escritorio, que ella llamó desván y negociaron el precio. Con una moneda al día tenía alojamiento y comida.

La mujer, desde que su marido murió, se encontraba sola, con espacio que le recordaba a una vida sin hijos y sin marido. Por lo que decidió ofrecer su casa a los forasteros que no tuvieran mucho dinero y necesitaban empezar una nueva vida. En los tres minutos que duró la conversación, conoció a la mujer más afable y gentil que jamás había conocido o fuera a conocer. Entendía la sensación de perder, de soledad, de miseria, huir de tu hogar y empezar de cero; ahora solo quería ayudar para evitar esas sensaciones a otra gente.

Se levantó a regañadientes. Se quedó hasta altas horas de la madrugada dando vueltas en la cama, dándole vueltas su cabeza, porque su situación era un poco contradictoria: tenía una responsabilidad que aún desconocía y que solo podía conocer a través de sus sueños o visiones; sin embargo, cada vez que tenía una se despertaba y ya no podía volverse a dormir. Vagabundear por la ciudad como un poseso tampoco ayudaba, ¿qué debía ver?, ¿a dónde tenía que ir?, ¿cuál era su misión? Que la ciudad de sus sueños era Witfort estaba claro y que algo iba a ocurrir en algún momento también. Qué, cómo y cuándo era la información que le faltaba. Bajó en pijama las escaleras que subían al desván y abrió la puerta. Allí arriba, el silencio le carcomía, no poder encontrar las respuestas era lo que más le angustiaba, así que estaba ansioso de encontrar una ocupación que le distrajera.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora