21. Con complicidad

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Podía haber elegido mil caminos para llegar al rastro, pero eligió el más directo, el que atravesaba el barrio de Castletown. No era común ver a dos personas tan distintas caminar juntos por la calle y la gente, en un vistazo poco disimulado, le recordó a Sally la falta grave que estaba cometiendo. Era interesante pensar en cómo la gente podía ver con tanta facilidad esa desigualdad de clases, en realidad, sin que se mostraran tan diferentes físicamente.

Sally empezó a incomodarse e intentó, casi inconscientemente, andar unos pasos por delante de Benjamin para que hubiera espacio entre los dos. Por el contrario, él no notaba esas miradas, simplemente seguía de cerca a su guía.

Cuando llegaron al rastro, Sally se olvidó de las apariencias y se centró en buscar el reloj; sin embargo, después de recorrer un par de veces toda la calle, no encontró el objeto ni la chica que lo vendía. De modo que volvió al puesto donde la vio y preguntó a los vendedores de alrededor por ella. Aquel día poco se había fijado en su aspecto, pero con pocos datos consiguió que los demás supieran de quien hablaba.

—Ah, sí, esa chica —comentó una mujer—. No era de aquí, seguro, tenía un acento extraño. Seguramente, digo yo, será de las praderas del norte.

—Yo diría que de más arriba, casi en la frontera con Alefield —añadió quien parecía su esposo—. Esos paletos no saben hablar bien.

—Solo tenía ese reloj raro para vender y a saber de dónde lo habrá sacado.

—Hablaba no sé qué de vestidos y coser, creo que quería ser modista o algo así —dijo otro hombre—. Era muy graciosa esa jovencita, muy viva.

—Ingenua, digo yo, queriendo ser lo que no es. No va a llegar muy lejos con tantos pájaros en la cabeza.

—No seas así, mujer, a mí me pareció una delicia de chica. Creo que dijo que se llamaba Luisa o algo así.

—Louise —repitió el marido mientras hurgaba con la lengua entre los dientes—. Un nombre muy de esos paletos de Alefield. Pero no sé dónde podrás encontrarla. Y si se ha metido en un lío mejor no saberlo.

De poca ayuda les sirvió la información que los vendedores les proporcionaron, pues no sabían dónde encontrarla. La ciudad era grande para buscarla calle por calle. No obstante, sí que había un dato importante: si pretendía ser modista, podrían empezar buscando por ahí. Sally conocía esa ciudad como la palma de su mano, de modo que sabía a dónde acudir. La encontraron por fin en una sastrería del barrio de Castletown donde parecía que la acababan de echar.

—¿Louise? —preguntó Sally para asegurarse de que era la persona que buscaban.

—¿Eh? —Se giró—. ¿Venís a ofrecerme trabajo?

—No.

—Entonces no me molestéis, estoy muy ocupada.

Pasó por el lado de Sally, dejándola estupefacta. Le había dado a probar de su propia medicina y ahora sabía lo que se sentía.

—Te estábamos buscando —se apresuró a decir—. Necesitamos hablar contigo.

—Ah, está bien. Me gusta hablar.

Se acomodó en el bordillo de una ventana y se colocó el maletín sobre las piernas. No cuadraba la sobriedad de este con su vestimenta alegre de colores claros. Después, apartó un pequeño mechón rizado de su cara.

—El otro día te vi en el rastro de Maiden —A cada palabra que iba diciendo Sally, Louise respondía con un gesto afirmativo de cabeza—, vendías un reloj.

—Ah, sí. ¿Os interesa?

—Sí, sí —respondió Benjamin ilusionado—. ¿Lo tienes?

—No. Ya lo vendí.

La conjura del eclipseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora