Capítulo 8

138 22 7
                                    

No he pasado muchos días aquí, nueve, para ser exacta, y todavía no dejo de sentir mi estómago revolverse cada que pienso en lo que pasa por la cabeza de Alexey en estos instantes. Imagino tantas cosas, de entre las cuales no salgo bien librada; va a matarme.

Estoy segura de que ya supone que estoy con Fiorella y Colec, de modo que no tardará demasiado en averiguar dónde es que residen y en menos de lo que me imagino va a estar en la puerta. Nada más suponer ese momento me asusta tanto que no he podido dormir ni un poco.

Durante la ducha en la mañana, me di cuenta de que las heridas en mis tobillos se habían vuelto a abrir, tal vez por haber estado gateando cuando limpiaba el estudio.

El agua tibia me hizo arder los pies y estuve tentada a concluir la ducha a medias, no obstante, consideré que no puedo volver a lo mismo: a tenerle terror al agua al grado de limpiarme con nada más que un paño, y ni hablar de mi cabeza.

Me vestí antes de salir del baño y me dirigí a la habitación del ático.

Coloqué bálsamo en mis tobillos para después cubrir las heridas con un par de vendas. Desde luego que me desagrada la sensación, pero qué más da, ya estaba acostumbrada a esto.

Bajé a ver si es que podía ayudar en algo o me era posible dedicarme a lavar mi ropa. Me siento un tanto preocupada por no aportar lo suficiente, considerando que estoy viviendo aquí sin pagar ni un peso.

—Jane, ¿vamos a que te revisen esa mano y a comprar lo de la cena? —sugirió Fiorella apenas me vio—. No nos vamos a tardar.

No era lo que pensaba, en cambio, ya qué.

—... Claro.

Colec no se encuentra, por lo que no me gustaría quedarme aquí sola, pues corro el riesgo de que Lía llegue y esté... revoloteando a mi alrededor.

Me cambié el atuendo por un pantalón negro, la chaqueta que Vivian me dio, una playera gris y calzado deportivo. Resulta liberador el no verme obligada a utilizar ropa que me aterraba dañar, ya que no me pertenecía, lo que me inquietaba era el hecho de que se hubiera comprado con dinero del bolsillo de Alexey, pues tampoco es que no me gustara.

Salí detrás de Fiorella, a las once en punto. Pretendo seguirle el paso, mas no caminar a su lado. No me molesta estar con ella, sino que sigo perturbada por andar tan tranquila en un sitio que no conozco del todo.

Por alguna razón siento que el sol deslumbra más aquí que en América. A duras penas puedo ver las calles por las que voy pasando, por verme obligada a entrecerrar los ojos.

Y, entre otras cosas, me inquieta pensar que en cualquier segundo me caerá una maceta en la cabeza, de las que todas las casas poseen en sus respectivos balcones.

Muy a pesar de la extensión variada de las calles, sigue sin haber más que un par de caminantes en el rumbo por el que transitamos.

Me atendieron en una clínica que no cobró ni un centavo y, a decir verdad, el trato valía un pago. Dijeron que tenía una rozadura que se ocasionó cuando el radio y el cubito se estrujaron, pero sanaría con medicamento y terapia que puedo hacer yo misma, sin necesidad de venir aquí con un profesional. Aseguraron que el dolor que sentía provenía de mis huesos volviendo a tomar su lugar, ya que se encontraban en perfecto estado.

Me hicieron una serie de preguntas sobre qué me había sucedido y me sorprendió la seriedad que le dieron al asunto, considerando que no estábamos pagando por el servicio. En fin, con Fiorella acordé decirles que un mueble había caído sobre mi mano, eso fue todo y no había más preguntas que responder.

Y, con respecto a las compras, no era más que pasar de entrada por salida a pequeñas tiendas de especias, algunas más de pastas y vinaterías, cómo no.

—El viñedo de Héctor, ¿dónde está? —cuestioné mientras Fiorella seleccionaba con vasto cuidado el vino que quería.

—En Zacatecas —respondió sin mirarme—. ¿Por qué?

Alicia dijo que ninguno de sus hijos puede abandonar el país y hasta el día de hoy tuve la oportunidad de externar la duda que tenía resguardada. Hace mucho tiempo se me generó la interrogante de que dicho viñedo no debía estar fuera de territorio mexicano; lo deduje por aquella vez en que Marina, Jimena y Kaede fueron al hogar de Héctor y Salma, durante el periodo vacacional.

—¿Me contarías lo que pasó entre Colec y Héctor?

—Mmm... —la chica hizo una mueca—. No estoy segura de que a Colec le parezca bien que yo te cuente. Mejor pregúntale —Tomó una botella para leer la etiqueta, sin embargo, al instante desprendió su interés de ello—. De hecho, no le molesta hablar de eso, pero pues no te conocíamos y teníamos que esperar a ver por quién tomabas partido sin involucrarte con todas esas cosas. En tu familia hay una red de problemas que tienes que entender uno por uno, escuchar al menos tres lados de la misma historia y no juzgar antes de tiempo.

—¿Creen que tomé partido por ustedes? —inquirí con desdén.

—Sé que tomaste partido por nosotros —aseguró con seriedad burlona, a lo que esbocé media sonrisa, igual que ella.

Yo cargaba una bolsa, Fiorella una más y a pie regresamos por el mismo camino, tres horas más tarde. No parece que todo lo que compró esté destinado a una cena, quizá sea para toda la semana.

En la puerta de la casa se encontraba Lía, no es que le haya prestado atención, sino que la vi por el rabillo del ojo, tanto a ella como a las dos personas a sus costados, con quienes conversaba.

No creo poder tolerar a más personas, no si pretenden cenar con nosotros. A pesar del tiempo que llevo conociéndolos, con trabajo me mantengo en mis cinco sentidos con Colec y Fiorella.

Suspiré pensando en un sinfín de datos inútiles.

Los perezosos y la confusión de su propio brazo con una rama al despertar, la codicia del color morado en siglos pasados, el agua girando en otra dirección en Australia...

—Buenas tardes, Flor —saludó la chica desconocida, mostrando respeto.

—Hola. ¿Vienen a ver a Colec? —preguntó la otra con cordialidad, al momento en que abría la puerta.

—No, pensamos en invitar a tu sobrina; vamos a ir a comer por ahí —respondió la misma.

—Jane... —Lía ladeó la cabeza con tal de verme, pues me quedé mirando al piso—, ellos son Bianca y Enzo, amigos míos.

No respondí, ni tuve la consideración de mirarlos a la cara.

—Jane —habló Fiorella—, te están presentado a alguien —susurró con gentileza nerviosa.

—...

—Jane —insistió la mujer—, ¿quieres solo saludar? —me pidió.

—...

—Jane —instó en un tono más firme.

[4] CCC_Viraha | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora