Capítulo 9

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Con la expresión más amarga, molesta y fastidiada que me conozco, los miré a ambos. Lía desvió la mirada, evidentemente incómoda, y ambos chicos parecían querer irse.

Yo no dije nada. Puedo jurarlo.

Admito que la chica me llamó la atención por la exuberante cabellera negra y ondulada, es de baja estatura y cuerpo voluptuoso, solo que su cara es esquelética, muy a pesar de los labios carnosos y mejillas redondas. El caballero, por su parte, es escuálido, cejas pobladas, cabello más ondulado y ojos azules, del mismo color que los de Lía, en cambio, los de este apuntan hacia abajo.

No me tomé la molestia de siquiera responder. Todo lo que deseo es entrar y que estos tres se queden aquí afuera, con eso me basta.

—Entonces..., ¿vienes? —preguntó una Lía en extremo avergonzada. Qué interesante.

Fiorella me volteó a ver, sabiendo muy bien que de ninguna manera pensaba aceptar dicho ofrecimiento. No sé quiénes son estas personas, además, la mirada del sujeto me está destrozando los nervios.

—Tal vez después —Fiorella se disculpó por mí.

—Bueno... —expresó Lía con decepción. Si sabe que no me agrada, no entiendo por qué insiste tanto en acercarse a mí, eso nada más provoca que me turbe todavía más su sola presencia.

Cuando Bianca pasó a mi lado, me observó de arriba abajo, lo cual hice yo también. Es evidente que le desagradé y ella a mí. Detesté cada centímetro de ella. Nunca nadie me había causado esa impresión tan inmediata y a esa magnitud.

Enseguida de que esos chicos se alejaran por la dirección en la que veníamos, ingresé detrás de Fiorella. Cerré la puerta, avancé unos pasos, regresé y, solo porque sí, cerré con el seguro.

La mujer dejó la bolsa de las compras sobre la mesa del comedor, acción que imité con lo que yo cargaba.

—Jane, si haces amigos aquí, tal vez no los vuelvas a ver nunca —habló yendo hacia la cocina.

—No está en mis planes hacer eso —tomé una manzana de la mesa y la seguí.

—Por lo menos acércate a Lía, es de esas personas con las que es agradable pasar el tiempo. Estoy segura de que su compañía será muy buena para ti.

—¿No está detrás de Colec? —pregunté, a lo que Fiorella comenzó a reírse, primero de manera discreta y luego carcajeó.

—No, para nada —se aclaró la garganta—. Te aseguro que no.

—... —hice una mueca, dejando en evidencia que no estoy segura de las intenciones de esa chica, dado que pasa una inquietante cantidad de tiempo por aquí. Aunque reconozco que su trato hacia Colec y Fiorella es exactamente el mismo.

Preferí dejar el tema de Lía a un lado. No tengo tiempo para ocuparme en dejarla mal parada ante nadie, a razón de que su existencia no me quita nada.

El resto del día lo utilicé en averiguar cómo se usaba su lavadora porque me había quedado sin ropa limpia y era muy necesario encargarme de ello. Por lo menos no fue un completo fracaso.

...

No se trata de que no recuerde los pasos que doy, sino de que tampoco tengo intenciones de andar por ahí. Aún no me siento segura en una ciudad que no conozco. El punto es que, por la mañana siguiente, Fiorella me mandó a comprar una bolsa de tomates cherry. Juró que no tardaría más de diez minutos y que la tienda se encontraba por el mismo camino de ayer, de modo que no significaba el menor problema.

La verdad es que estaba perturbada porque me dio el dinero exacto con el fin de que así no tuviera más trato del necesario con el tendero; lo que sucede es que estoy comenzando a recordar aquel día en que mi vida se vino a pique cuando tenía apenas tres años.

El dinero del termómetro no me dejaba pensar con claridad.

Más de una persona me miró dos veces, por mi actitud tan vacilante y como si llevara un arma o productos ilícitos entre la ropa. Cruzada de brazos y apretando el dinero en mi estómago, ingresé al establecimiento.

Tomé la bolsa directo del congelador y me acerqué a colocarla en el mostrador. El encargado me dijo algo que no intenté siquiera entender, en cambio, le di el dinero y, estando segura de que no iba a darme nada de vuelta, salí con la bolsa en las manos.

Ya una vez afuera, suspiré y emprendí el camino de vuelta.

Nunca pensé llegar tan lejos.

—¡Jane! —escuché que me gritaron. Levanté la cabeza, sin girarme a buscar el origen de dicha voz, pues ya me supongo de quién proviene. Es Lía, quien cruzó la de por sí angosta calle hasta llegar a mí—. ¿Vas a la casa de Flor? —Asentí—. Te acompaño —Por sí sola se apuntó y, ¿qué podía decirle yo?

Seguí andando con la chica a un lado. Desde hace unos metros estoy tentada a pedirle que, o bien se aleje, o adelante un par de pasos, porque no la quiero tan cerca.

Debo tolerar nada más que cinco minutos, eso es todo, hasta volver a la casa y poder dejar a esta niña en manos de Fiorella.

Cinco minutos en silencio no deben ser tan difíciles de conseguir. Si no digo nada, no va a decir nada.

—Escucha... —habló. Rodeé los ojos, fastidiada. Ni un minuto puede quedarse callada. De verdad esperaba una breve caminata en silencio—, les platiqué a mis amigos sobre ti y quisieron conocerte, por ser mexicana les diste curiosidad... Pude haberte avisado antes que los iba a llevar a conocerte y...

—Estás hablando de mí como si fuera un animal de feria —advertí en voz baja y molesta, a lo que Lía abrió los ojos de par en par.

—¡No, para nada! —se justificó—. Nada más quería disculparme porque creo que te molestaron...

—¿Por qué te disculpas? —sin dejar de mirar al frente, entrecerré los ojos a causa del sol que irradia sobre la calle.

—Oh..., pues porque... —se lo pensó—, porque pasaste un mal momento, me di cuenta.

—Eso es problema mío, no tuyo —apunté.

—... La intención de lo que dices, ¿es amable? —ladeó la cabeza.

Si voy a tener que explicarle lo que digo, vamos a tener contrariedades. Estoy acostumbrada a que no todos comprendan lo que digo, pero casi nadie pregunta.

—Colec me pidió que no te tratara mal...

—Oye, oye —se colocó frente a mí, impidiéndome seguir andando. Di un paso atrás para poner distancia, misma que no siento sea suficiente—. Yo en serio quiero que seamos amigas y no me gusta la idea de que lo veas como una obligación. De verdad quiero conocerte y que nos llevemos bien.

Algo me dice que sus palabras son sinceras y que no hay ningún problema con ella. La cuestión es que su insistencia me sigue pareciendo impertinente.

Miré al otro lado de la calle. Vi a una niña pequeña de la mano de un chico, tal vez su hermano, ya que el sujeto en cuestión luce bastante joven, en fin, la cría tiene una paleta de hielo en las manos, a la que no le despega la atención para nada.

—Quiero un helado —dicté y Lía sonrío de manera inmediata.

—¿Te gustó el helado? —preguntó sin dejar la expresión.

—Sí.

—Cuando quieras, vamos, las veces que tú quieras.

Di un paso a la izquierda para poder seguir avanzando y que la chica dejara de estorbarme, e igual me siguió hasta la casa de Colec.

[4] CCC_Viraha | TERMINADA | ©Where stories live. Discover now