Capítulo 25

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Observé al pianista, un hombre de más o menos cuarenta años, tocando el piano sin prestar atención a su alrededor, como si se encontrara completamente solo.

Estoy haciendo esfuerzos por entender el deleite de los presentes y no lo percibo. Este tipo de cosas a mí no me despiertan nada.

«Pipa, creo que hubiera sido una pésima acompañante contigo», pensé.

En dado momento, fui a buscar un sanitario, justo cuando Lía escuchaba al guía, quien hablaba sobre la pintura de osos polares que el respectivo artista hizo visitando el hábitat de los mismos.

Mojé mis dedos y los pasé por mis sienes. Siento que el malestar en la cabeza está por venir y no quisiera importunar a Lía con lo a gusto que parece estar aquí.

Saqué la pastilla que guardé y la tomé con un poco de agua que recogí de la llave.

Esperé a que cualquier molestia desapareciera y volví a la sala, veinte minutos después. Apenas puse un pie ahí, la chica con quien venía se situó delante de mí.

—¡¿Dónde estabas?! —interrogó alterada.

—En el baño —respondí sin inmutarme.

—No te apartes así —ordenó entre molesta e intranquila.

—Perdón —No me miró, a lo que incliné la cabeza, buscándole los ojos—. ¿Lía?

—Me preocupé, no estoy enojada —explicó mirándome.

—... —Quería preguntar, pero mejor lo dejo así.

—Lía, linda, qué bueno que estáis aquí —se acercó una mujer alta, muy alta, en serio alta.

—No me lo iba a perder —respondió la otra con una sonrisa cansada y se dirigió a mí—. Jane, ella es Rosario, era una de mis profesoras en la universidad.

—Es un placer —la saludé por cortesía. La mujer me observó, bastante en mi opinión.

—¿Te conozco? —preguntó y entrecerró los ojos. Su acento madrileño me resulta curioso. Y no, no me conoce ni yo a ella.

—No —dije.

—Siento que te conozco... —movió los labios juntos de un lado a otro—. ¿No estudiabas con Lía?

—Jane no vive aquí —interfirió la chica.

—Oh... Igual te he visto en algún lado —susurró segura. Parpadeó varias veces y desvió su atención de mí—. Como sea, Lía, arriba tengo las exhibiciones que llegaron de Perú, ¿quieres verlas?

—¡Sí! —contestó la chica de inmediato.

No quería ir y no tenía por qué, sin embargo, Lía me pidió acompañarlas y no pude negarme, es más, no me dieron la oportunidad.

Salimos del salón, a las escaleras principales del museo, por las que subimos hacia el pasillo que dirigía al mencionado estudio, dentro del cual había más de una obra empaquetada y provenientes de distintos sitios, lo supe por las estampillas.

Ambas se dedicaron a lo que Lía quería ver y yo me acerqué al piano cubierto con una sábana, misma que le retiré. Es idéntico al de allá abajo.

Toqué una tecla y pensé en qué momento de la melodía, que recién escuché, se hallaba el sonido.

Le eché un vistazo a las dos para ver si no me habían escuchado y, ya que no me prestaron atención, presioné otra tecla, seguida de una más y otra, hasta reconocer el sonido de cada una de las 36 teclas negras y las 52 blancas. Suena levemente distinto al piano de abajo, este tiene tonos más altos y pesados.

[4] CCC_Viraha | TERMINADA | ©Where stories live. Discover now