CINCUENTA Y DOS

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Londres – Tres meses más tarde:

El sonido de un trueno rompiendo la paz de la mañana la despertó. Había dormido después de... No importa, ya había perdido la cuenta. Se giró hacia su ventana y se sorprendió al ver las cortinas abiertas, hacía mucho que prefería la oscuridad de su habitación.

Era una mañana nublada, como tantas en Londres, y las gotas que caían bestialmente golpeaban el piso de su balcón. Siempre había querido un balcón y, extrañamente, nunca había pisado el que ahora tenía.

Cerró los ojos cuando la realidad volvió a su cabeza, recordando porque se sentía así de mal, porque su pecho dolía como un agüero infectado en él, porque las piernas y los brazos le pesaban tanto que prefería quedarse en su cama. Estaba sola. Le habían arrebatado a su hermana y desde ese día solo podía levantarse para pedirle a Nikolái que le enseñara el video. Sabía que había uno, porque el cadáver de su hermana nunca había sido encontrado y los había escuchado hablar del video, pero nunca nadie se lo enseñaba.

Se incorporó para poder suspirar pesadamente. Un día más que odiaba tanto comenzar como el anterior y seguramente como el próximo. Se sobresaltó cuando notó a la figura sentada en el sofá de la esquina: su madre.

Ella había llegado a Londres solo unas horas después de haber ocurrido la muerte de Emily. Anaís sólo necesitó algunas semanas de duelo y estaba lista para seguir con su vida, como si perder a Em solo fuera una situación un poco molesta en su situación.

Sarah se había negado a convivir con ella en la casa de Efraín y ese era uno de los motivos por los que no salía de su habitación, pero Anaís fue clara, ella tenía intenciones de retomar con su vida. Ella y Samuel estaban oficialmente divorciados, él había dejado la casa familiar, que Efraín rescató del embargo y ella necesitaba retomar su vida en Connecticut. Sarah no entendía porque le molestaba, era tan típico de ella. Ni siquiera quería tenerla cerca, pero le molestaba que estuviera contando los días para irse.

—¿Qué haces aquí? — preguntó sin poder ocultar su tono de fastidio.

Anaís suspiró, como si estuviera un poco cansada. Se puso de pie y caminó directamente al vestidor. Sarah nunca había tenido uno y ahora no solo lo tenía, estaba repleto de ropa nueva, más zapatos de los que alguna vez hubiera soñado y los bolsos de las mejores marcas, sin embargo, no había entrado desde...

Su madre volvió a salir contoneando sus caderas, lucía un vestido que beneficiaba su figura. En su mano traía una percha con un vestido de lana hermoso que no había usado nunca y en su otra mano cargaba unas botas de piel y tacón bajo. Sarah se preparó para la discusión que estaban a punto de tener.

En el piso de abajo Efraín desayunaba en silencio acompañado por Nikolái, Candace y Thomas. Suspiró cuando los gritos del piso de arriba llegaron hasta donde estaban.

—Lleva un día sin comer nada, Efraín. —Candace estaba preocupada.

La mujer había visto como Sarah se apagaba cada día desde la muerte de Emily, había rechazado las decenas de terapeutas que su abuelo había hecho llegar hasta la puerta de su habitación. La llegada de su madre no habría sido de gran ayuda, como suponían, nadie pensaba que su relación era tan tóxica.

—¿Qué debo hacer? —preguntó preocupado.

—Sacar a esa mujer de la casa —respondió Nikolái mirando al techo, como si pudiera ver al otro lado de los muros.

Nikolái era el único del grupo que no había podido volver con su familia. Su madre llevaba años muerta y al enterarse que su padre había decidido apoyar el liderazgo de Los Reyes de la Muerte en La Orden, se había encontrado solo. Hoffman le había ofrecido asilo en su casa, también Ashdown, pero al ver el estado de Sarah, pensó que podía ser de ayuda en ese lugar.

La Orden de las Sombras - Mentiras (1ra parte)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum