CINCUENTA Y TRES

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México:

Perla ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba cautiva. Habían viajado tanto, habían estado en tantas casas con cuidadores tan variados que en un punto simplemente decidió dejar de contar.

Le dolía la cabeza, llevaban horas viajando en ese viejo camión con olor a óxido. No tenían idea de donde estaban, tampoco es que entre ellas se comunicaran mucho. Perla sabía que estaban en algún lugar de habla hispana, conocía el idioma, aunque no lo entendía y no lo hablaba, pero sus compañeras... con ellas era imposible comunicarse, aunque lo tenían prohibido, ninguna hablaba un idioma que ella pudiera entender.

El camión se sacudió y unas de las chicas se quejó molesta. Ya no les ataban las manos o los pies, pero eso solo era porque ellas ya habían entendido las consecuencias de querer escapar. Se lo habían demostrado con Esmeralda, la chica de cabello negro azabache, la única con la que Perla podía hablar y entenderse. Ella intentó escapar y terminó degollada frente a las demás, como prueba de lo que podía sucederle a la próxima.

Todo se había vuelto tan impersonal y desalmado que cualquier muestra de cariño se agradecía, como la sopa de tomate de la señora Laura, ese fue su segundo o tercer lugar de acogida. Ella las mantenía encerradas en su sótano, un lugar con piso de tierra y un frío húmedo que les helaba hasta los huesos, pero siempre bajaba con una ración de sopa de tomate para todas y aunque ella hablaba español, nunca las maltrato. Bueno, aparte de tenerlas encerradas, a oscuras y con un solo, y precario, baño para seis chicas.

Ahora solo eran cinco. No se conocían, jamás se habían visto antes, pero las había unido algo que ellas desconocían, tenían algo en común que había hecho que el destino las uniera en ese viejo camión en alguna parte del mundo, vaya a saber dónde. Habían viajado en avión privado, ninguna de las chicas olvidaría el viaje, hacia semanas que no estaban tan cómodas, aunque las habían amontonado en el fondo, como no las dejaban asearse prefirieron arrinconarlas, cuatro asientos para cinco chicas, estaban tan delgadas que no necesitaban más.

El camión se detuvo y minutos después las puertas se abrieron. El hombre de bigotes, y piel morena, que horas antes las había encerrado ahora les abría las puertas. Era muy entrada la noche, pero su sonrisa destacaba en la oscuridad, tal vez se debía que hacía semanas, tal vez meses que nadie les sonreía de esa forma.

—¡Vamos, vamos! —gritó el hombre haciendo un gesto para que las chicas bajaran.

Ellas no entendían sus palabras, pero temerosas bajaron del camión. Perla miró a su alrededor, la noche era sumamente espesa y cuando una ráfaga de viento helado le rozó la piel sintió escalofríos. El sonido de árboles moviéndose le llamó la atención, pero enseguida una mano la sujetó por el brazo.

—Camina —dijo el hombre joven que la escoltaba hasta una casa de estilo particular.

Entraron en ella, cada chica con un hombre diferente, solían llamarlos cuidadores, aunque no las cuidaban y no solían ser amables con ellas, pero por lo general tenían a uno que cuidaba de todas. En esta ocasión era diferente.

La casa era enorme y lujosa, nunca habían estado en un lugar así desde el cautiverio. Eso a Perla le preocupaba demasiado, pero ella elegía guardar silencio y no hacer preguntas «Ojalá pudiera hacer que ellas entendieran mi idioma» pensó cuando una de las chicas comenzó a gritar en su idioma algo que no comprendía, su cuidador la golpeó tan fuerte en el rostro que ella cayó al piso.

Las subieron por unas escaleras hasta un segundo piso y luego las metieron en habitaciones separadas. El cuidador de Perla se quedó fuera, antes de cerrar la puerta la miró y habló:

La Orden de las Sombras - Mentiras (1ra parte)Where stories live. Discover now