EL VIEJO QUE CONTABA HISTORIAS TRISTES

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Entonces bajé, y él se escondía en las sombras, en las afueras de un viejo almacén abandonado que daba directamente a la ventana de mi cuarto. Cada noche lo veía allí acompañado de su gato al que poco tiempo después supe que lo llamaba Edgar. Me intrigaba el origen de tan inusual manera de llamar a ese animal, pero era todo un gato con gustos refinados, orgulloso y muy vanidoso, pero con un enorme amor por su amigo de miserias. Edgar, sin importarle ningún momento el aspecto desagradable y el mal olor que brotaba de los poros de su amo y señor, se frotaba su negro y brillante pelaje en la pierna del viejo. Me encantaba ese gato, era muy cómico y tierno. Era un maldito gato manipulador, pero sumamente encantador a diferencia de nosotros los "humanos", que somos criaturas superficiales, con delirios de grandeza, sentimientos corrompidos, llenos de prejuicios, clasistas, racistas, homófobos, asesinos y ladrones. Tan fáciles de manipular con una sola palabra de afecto o algo a cambio; somos de lo peor sin duda. Existe gente que cree que los animales no piensan, que no sienten, pues creo y estoy seguro que tienen un pensamiento y una capacidad de sentir muy elevada comparada con la del hombre. "La mejor creación de Dios" Viendo cada uno de esos aspectos en aquella criatura sucia y hambrienta, pero de alma pura, hoy más que nunca desearía tener corazón de perro y cerebro de gato, mejor dicho; desearía tener alma.
De repente, me vino la curiosidad y una ansiedad enorme de hablar con aquél viejo, tratar de ayudarle, o comprender por qué estaba allí en ese estado.
"El viejo que contaba historias tristes", así le decían los vecinos del sector. Malditos indolentes, siempre despreocupados de su estado; típico repudio ante la desgracia ajena; como si sus padres ancianos decrépitos no olieran a mierda, cuando ya ni podían moverse de lo viejos y enfermos que estaban. ¿Qué más se podría esperar de estos miserables?
De repente se escuchó una voz en lo profundo de la oscuridad.
-Bienvenido al submundo, muchacho-dijo el anciano-.No deberías de estar solo por estas calles. Por estos lugares habitan seres desquiciados, psicópatas, los dueños del falso amor y los dueños de vidas compradas. Andan en busca de mentes frescas para devorarlas. Andan con sed de sangre. No te vayas a dejar ver de ellos jamás. A mí no me ven por no tener ya nada que les interese. Para ellos soy sólo un despojo. No sirvo para sus oscuros intereses-sonrió con ironía el viejo, dejando ver su ya caída dentadura.
-Me llamo Horacio. El viejo que cuenta historias tristes. ¿Y usted muchacho? ¿Cómo se llama?
- Soy Iván, señor.
-¿Me regalarías un cigarro, Iván?
-¡Claro, tome! Pero dígame ¿De cuáles dementes habla usted? Y por qué se hace llamar así-pregunté con insistencia.
-Ellos siempre habitan este sector. Es el oasis de la perversión. La entrada a lo que puedes ver frente a tus ojos, o lo que tal vez ya no y en un cerrar y abrir de ojos podrías estar muerto.
Escuchando las palabras del viejo, me imaginaba cómo era ese mundo del que él hablaba con tanta propiedad. En ese instante me vino un recuerdo de mi madre cuando caminaba conmigo por la calle y me hablaba de no pasar nunca por esos lugares de mala muerte. Yo de lejos las veía ahí paradas en las esquinas con minifaldas que sólo cubrían parte de las nalgas. Recuerdo unas gordas muy desagradables. Las alcanzaba a escuchar como decían a los tipos que arribaban al lugar.
-¿Cuánto vales, reina?
-Cuarenta amor. Pones algo de tomar y la pasamos bien rico.
Todos esos viejos llenos de lívido, buscaban entre la billetera complacer su naturaleza animal. Después veía como se alejaban y se introducían por las cortinas colgantes de pepitas coloridas a uno de esos lugares que olían a orines, alcohol y mierda.
Ese fue uno de los primeros recuerdos de mi podrida niñez. Al parecer estuvo marcada por la perversión de un mundo subterráneo, en donde son ellos los únicos culpables de mi inestabilidad. Las calles eran oscuras, y el no futuro de sus transeúntes guiados por las lucecitas de neón a ningún lugar o sí; al paraíso de destinitos fatales.
Odiaba a las prostitutas y aún las odio, por vender falsos amores, por mostrar lo bajo que podemos llegar a caer. Nos habíamos convertido en animales, ¡pero qué va!, si ellos no tienen la culpa de nada. Nosotros siempre seremos lo peorcito en el mundo.
Esto era tierra de bestias, de sumisos políticos y por creencias que ni ellos mismos tenían la capacidad de comprender. ¡Era un mierdero!, aún lo es, y lo seguirá siendo siempre.
- La vida después del desamor y la muerte ya no es la misma mi querido amigo; eso carcome vivo y te mata el alma poco a poco con un dolor insoportable-dijo el viejo mirándome fijamente mientras fumaba.
En ese instante tomó algo de impulso para ponerse de pie, miró por un momento al fondo de la calle vacía pensando y habló nuevamente con la voz quebrada.
- Estuve casado con una mujer encantadora, cariñosa, cálida y tan fiel como no tienes idea. Una noche fatídica la perdí aquí, exactamente en este mismo sitio. La vida me la arrebató en una de estas calles frías cubiertas de mierda y orines, sólo por no tener para darle dinero a un hombre de la calle, sólo por monedas, de la rabia me quiso atacar, y frustrado ante nuestra firme decisión de no financiar su vicio, pero éste, con el cerebro sometido a los efectos de un viaje de rencor y de poco razonamiento, enterró su puñal directo en la humanidad de mi esposa, al intentar protegerse de tan cobarde atentado, ahí quedó la pobre, extendida en el suelo húmedo, mientras el malnacido corría hacia la oscuridad sin sus monedas, sólo se llevó su vida y al mismo tiempo la mía. No supe jamás de su paradero, hasta que hace poco me contaron que ya había muerto hace un tiempo. Le dieron muerte a machete al ser descubierto robando vacas en una finca en la salida de la ciudad.
Se salvó esa escoria, porque yo quería tener ese placer de acabarlo con mis propias manos, pero ya nos veremos en el infierno, aquel lugar menos brutal y hostil que la vida misma. Ahora comprendí por qué el viejo no se movía de este lugar. No sabía que había perdido el brillo de sus ojos y la razón de su vida en una noche negra frente a mi ventana. Hubo una vez un vil homicidio y no lo vi. Esa noche estaba mi madre de seguro contándome historias sobre lo hermoso de la naturaleza, las personas y la vida antes de dormir; cuando afuera pasaban cosas aberrantes. Que irónico es todo. La inocencia es el reflejo de la ignorancia. Es bella cuando no se corrompe, pero es algo inevitable en este carrusel de la demencia y de miseria humana.

EL CARRUSEL DE LA DEMENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora