REDENCIÓN

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La pesadilla poco a poco se terminaba, pero nuestra noble labor no culminaría victoriosa sin antes acabar con Germán, él es, fue y será el mayor responsable de tantas de las atrocidades causadas por su incontrolable ambición, esa misma que acabó con nuestros sueños, nuestra esperanza de una vida diferente, aquella que nos originó un enorme miedo y una angustia constante de la que difícilmente podremos salir, esa idea monstruosa y deshumana que acabó con la vida de muchos para beneficio de unos pocos miserables adinerados que se creían con el derecho de decidir quién vivía y quién no; y en entre esas decisiones autoritarias y fascistas estaba la vida arrebatada de nuestro padre.
En el bar todo seguía en marcha, nadie parecía haberse percatado del accionar de Andrés, lo cual poco a poco aseguraría nuestra ansiado objetivo, incluso si corriera riesgo nuestras vidas. Andrés sale con paso calmado del cuarto en donde minutos antes había dado muerte a Peter de una forma bruta, se instala en las sombras y llama.
-¡Alo!- Respondí nervioso.
- Peter está muerto.
-Me alegra escuchar eso-dije quedando atónito, mirando hacia la nada al escuchar mis palabras tan cargadas de odio y un resentimiento incurable.
- Voy en busca de Germán.
- ¿Y qué haremos con Valdemar Mejía y sus hombres? El lugar seguramente está repleto de ellos.
- Ahora lo único que deseo es acabar con Germán. Sinceramente no creo que podamos luchar contra ellos solos.
- Tengo miedo.
- Yo también, pero estamos haciendo algo honorable, hermano mío.
- Seguro.
- Quiero que estés atento, por si las cosas se complican aquí adentro, sí es así, huye lo más lejos que puedas y nunca regreses.
- No te dejaré solo.
- No debes preocuparte por mí
- Eres mi hermano.
- Tranquilo.
- Quiero entrar. Déjame ayudarte a terminar con todo esto de una buena vez.
-No, quédate allí. No quiero perder a la única persona que me queda en el mundo.
- No es justo.
- La vida no es justa.
Colgó, y de inmediato sentí como hervía mi sangre de la rabia, sentía tanta impotencia de no poder mirar frente a frente a Germán y hacerlo sufrir como lo hizo conmigo.
Habíamos librado al mundo de una alimaña desalmada, aún nos faltaba la peor de todas. No me perdonaría jamás si decidiera quedarme aquí escondido sin pelear la batalla a la cual estaba destinado.
Vencido por la impaciencia y el sentimiento de ser un inútil, decidí ingresar al bar sin importarme las palabras de Andrés, no podía concederle el placer de acabar con el tipo que me había condenado a la más profunda humillación, aquél que me condujo insensible hacia el odio, el miedo, la tristeza y la muerte. Me aterrorizaba saber que alguien por el que alguna vez sentí afecto, había generado tanta desazón y sufrimiento en mí.
En la llegada al bar, me encuentro con el tipo con cara de perro de la noche anterior, me reconoce y me dice de forma burlona:
- ¡Hola campeón!. ¡Bienvenido nuevamente!
- Gracias- le dije con voz seria
- Emily ya no trabaja aquí.
No pude disimular mi nostalgia al escuchar su nombre y los recuerdos que me traía este lugar.
- No vengo por ella.
- Entiendo.
- ¿Y sabes dónde está ahora?-pregunté, con la inocente esperanza de saber su paradero.
- No sé nada -respondió el hombre de forma seca-. Simplemente no la volvió a ver por aquí.
- Comprendo-dije cabizbajo -. De igual manera gracias por la información.
- ¿Y se va a quedar ahí parado?- dijo el hombre, mirándome de una forma muy extraña.
- No, ya mismo entro-respondí nervioso.
- Parece aquí, debo hacerle una requisa.
- ¿Requisa?- pregunté, intentando disimular mi nerviosismo. -¿Desde cuándo se requisan a los clientes aquí?
- Lo siento, son las nuevas políticas de la empresa.
Sentí como el miedo me carcomía rápidamente. Comencé a sudar frío y el corazón latía con golpes acelerados a punto de salir volando. Observé al hombre y tenía el presentimiento de que él sabía muy bien lo que estaba yo planeando
- Venga, hombre. Es el procedimiento.
Encendí un cigarrillo para calmar mi ansiedad y con la intención de distraerlo, mientras consideraba las opciones que me quedaban.
No podía echar a perder el plan y dejar escapar a Germán, o peor, arriesgar la vida de Andrés, que se encontraba allí solo. No tenía opción, decidí someterme a la requisa, y usar la fuerza si el hombre decide no ayudarme.
- Parece bien. Abra los pies.
El hombre da comienzo a su revisión rutinaria, y en mi cabeza yo vivía un infierno de pensamientos atroces; debía estar preparado para vencer o morir.
- Veo que está armado-dijo el hombre, mirándome fijamente a los ojos.
- Así es. La situación actual lo amerita.
- ¿Trabaja para Valdemar Mejía?
- No.
- ¿Entonces?
Le devolví la mirada llena de determinación y le dije susurrando:
- Vengo a matar a Germán.
El hombre notó mis palabras seguras y llenas de una convicción que jamás había visto.
- Es irónico cómo cambia la vida, ¿no?- agregó sonriendo.
- Mucho- le conteste.
El hombre se queda pensativo, sonriente y sin despegar su mirada de la mía, finalmente dice:
- Anda, ve y mátalo.
Quedé atónito con la respuesta de éste hombre.
- ¿Quién es usted?- pregunté aterrado.
- Soy uno de ustedes. Un hombre que está cansado y con el alma herida, tan ultrajada por la desazón de esta vida que ya no puedo reconocerme.
- ¿Qué?
- Yo también estoy cansado de tan cruenta realidad, de la violencia que se nos ha implantado tan autoritariamente, de la muerte que ha empañado este lugar de sangre y una desolación jamás vista, y si es necesario una más para terminar con todo este horror desmedido y poder vivir sin miedo y en paz; aportaré mi grano de arena por tan propia causa de honor.
No asimilaba aún la reacción inesperada de aquél hombre, pero me dio a entender el sentir popular por lograr la tan anhelada paz que se nos había negado por años.
- Ve, ayuda a tu hermano. No pierdas tiempo.
- ¿Conoces a Andrés?
- Digamos que somos viejos amigos.
- Gracias.
- A ustedes, ángeles de la guarda.
Al encontrarme de frente con las cortinas de pepitas coloridas y todas esas luces de neón, llegaron viejos recuerdos a mi cabeza. El humo de cigarrillo y el tufo que impregnaba el lugar me transportó inmediatamente a los besos delicados y abrazos cálidos imaginarios de Samanta. La extraño como nunca en este momento de tanta incertidumbre. Pero en el fondo de mi corazón sabía muy bien que me había olvidado y que de seguro estaba más tranquila ahora, lejos de tanto miedo, lejos de tanto dolor, de toda esta pesadilla y lejos, muy lejos de mí.
Observé entonces que al fondo del salón se encontraba un hombre robusto y moreno que estaba acompañado por una mujer de igual proporción corporal. Pensé de inmediato de que se trataba de Valdemar Mejía por la información que me había brindado Andrés. Ese desgraciado era el responsable de empeorar la situación del pueblo; hemos pasado de una pesadilla a vivir en el mismo infierno por culpa de esa escoria.
Me escabullí lentamente por las mesas repletas de hombres y sus acompañantes frívolas en busca de las escaleras. Sentía sus miradas punzantes como augurio de una tragedia que se avecinaba rápidamente. Subí entonces las escaleras en busca de mi hermano. Apreté mis puños con gran nerviosismo y a la vez motivado por el final de esta pesadilla. A mi llegada los recuerdos vuelven a invadirme sin compasión al oler el humo del incienso que se escapaba de los cuartos. Debo olvidarla por mi bien-me dije-. Y debo matarlo por el bien de todos.
Sentía los pasos cansados en tan profundo y oscuro abismo. El largo y horroroso camino hacia esta prueba para redimir mi falta de valor y amor propio, se convertía en una tortura mental que me consumía y acababa con cada parte de mi ser lenta y dolorosamente.
Caminaba puerta a puerta en medio de los solitarios pasillos. Germán estaba en algún cuarto de estos y ya no tenía manera de escapar de nosotros y de la justicia popular que pedía paz entre día y noche. Nos convertimos en los héroes anónimos de un lugar sin ley y orden, sin respeto y dignidad; la paz será nuestra consigna, aunque la vida se pierda en ello.
Mi recorrido se vio interrumpido abruptamente al sentir el cañón helado del revólver en mi cabeza.
- Se queda quieto, viejo-susurró aquél hombre, oculto en las sombras-. O aquí mismo lo mato.
No sé de dónde había salido aquél hombre, pero si intentaba algo me jodía. Alcé las manos en mensaje de paz.
- Todo bien-le dije.
- ¿Qué haces aquí?- Preguntó, presionando más fuerte el revólver en mi cabeza.
- A lo que vienen todos aquí, ¿no?-le dije, como último intento desesperado.
- Mírame.
Lentamente y aún con las manos arriba voltee y me encuentro con aquella cara saliendo de la oscuridad.
-¿Andrés?
- Si no fuera tu hermano, ahora mismo estarías muerto- Respondió con notoria decepción-Te dije que no entrarás.
Sentí que mi respiración volvía y mi corazón se instalaba nuevamente en su lugar al escuchar la voz de Andrés, aunque haya sido de esa manera.
- ¿Por qué me asustas así?-le dije, rescatando mi humanidad contra la pared.
-Debes aprender a mirar a tu alrededor, de lo contrario estarás muerto-dijo, con voz seria.
A pesar de ser el mayor de los dos, no podía reclamarle por mi inexperiencia, así que opté por callar. Me mira a los ojos y de inmediato se acerca y me extiende sus abrazos.
-Me alegra que estés aquí, hermano-dijo, mientras me abrazaba con fuerza y calidez-No sería justo contigo el que te pierdas un momento tan importante.
- No te preocupes. Sé muy bien que tratas de protegerme-le dije, apretando con mucha más fuerza.
- Es hora-dijo, con confiada sonrisa.
- ¿Y sabes en dónde está Germán?- pregunté ansioso.
- En el cuarto 18. Siempre entra a ese-dijo, señalando hacia arriba con el dedo-. Vamos de una vez.
- Vamos por él entonces.
Ahora estábamos juntos en la boca del lobo. Pero estábamos tan decididos a acabar con Germán que nada más nos importaba en ese ese momento.
Llegamos al fin al cuarto número 18. Notamos que la puerta estaba medio abierta y de ella escapaba la tenue luz de una vela encendida. Nos acercamos atentos y vigilantes a la puerta. Del lado izquierdo apoyado contra la pared estaba Andrés, luciendo su revólver preparado para disparar. En el lado derecho estaba yo con mi brillante gabán y mi refinada Remington. No tenía miedo, más bien lo que sentía era el valor y el coraje que nunca puede experimentar hasta este momento. Y juntos con enorme gallardía, entramos de golpe apuntando a la humanidad de Germán. Allí estaba sentado en la cama sereno, sin inmutarse, tranquilo a la espera de su irremediable destino.
- Los estaba esperando-dijo, con voz calmada, dejando ver su reflejo-. O son ellos o son ustedes. Igual ya no tengo salida.
Andrés y yo nos miramos a los ojos en señal de desconcierto ante su actitud.
- ¿Es qué ya no tienes miedo, o qué?-preguntó Andrés, con gran exaltación.
Germán se pone de pie enfrente de nosotros. Camina con pasos despreocupados y se dirige hacia la mesa y apaga la vela. Y por unos pocos segundos los tres quedamos envueltos en una oscuridad llena de zozobra y silencio. Se enciende la bombilla del cuarto y deja ver sobre la mesa un rosario e imágenes de la virgen Maria.
- No voy a morir sin antes redimir mis pecados-dijo Germán, postrado en la ventana esperando encontrar alguna estrella en medio de las nubes negras de la noche-. Y sobre todo contigo, Iván. Mi viejo y querido amigo de aventuras y desventuras.
- ¿Qué es lo que tanto hablas?- pregunta Andrés, fastidiado.
- Yo no quería matar a su padre. Lo sabes bien-dijo Germán, mirando fijamente a Andrés.
-¿Por qué hablas en plural?- le dije, sorprendo.
- Sé que ustedes son hermanos. Lo sospechaba hace mucho.
-¿Cómo?
- Eso ya no importa.
Estábamos totalmente desconcertados. Queríamos eliminarlo y así cumplir con nuestro ansiado objetivo; pero en el fondo de nuestros corazones no éramos capaces de hacerlo.
- Peter está muerto. Lo acabé con mis propias manos.
- Se lo merecía ese imbécil. Yo mismo lo hubiera hecho también- respondió Germán, sin despegarse aún de la ventana-. Él nunca fue mi amigo. Y nunca significó algo especial para mí.
- Siempre has sido un miserable egocéntrico y ambicioso. Alguien que no le importa lastimar a los demás por beneficio propio- dijo Andrés.
- ¿Y tú no? ¿A cuántas personas mataste con nosotros?- preguntó Germán, mostrando una sonrisa de ironía- ¡Eres igual a mí! Eres un hipócrita.
-¡No me compares contigo!- Exclamó Andrés, apuntando furioso su revólver hacia Germán.
- ¡Ya basta!-grité nervioso.
Miré hacia Andrés y lo noté quebrarse por las palabras de Germán. Él sabía muy bien que había obrado de la peor forma al igual que su enemigo. Y que de seguro al igual que Germán era su redención por los errores cometidos en esta vida que nos tocó en suerte.
- No hay día que no piense en eso-dijo Andrés, afligido.
- Ya ves, somos parecidos- agregó Germán-Pero los entiendo. Me he convertido en un ser despreciable. Y yo mismo lo sé. Ya no quiero ser esto en lo que me convertí.
- Ya es muy tarde para arrepentimientos inútiles-dije.
Germán deja la ventana y se dirige lentamente hacia la cama. Se sienta con movimiento fatigado. Alza la mirada hacia mí y me dice:
- Sé que no sirve de nada ahora. Pero me alegra de que acabe.
-¡Cállate de una vez!-grita Andrés, con desespero.
- Matame de una vez. Acaba con mi dolor- dijo Germán, brotando un par de lágrimas.
- No seré yo el que lo haga-dijo Andrés, mirándome fijamente-. Lo harás tú, Iván. Este es tu destino.
Todo el valor y la determinación que había ganado con los días se me iban al mirar a una persona abatida, rendida, dispuesta a morir para redimir sus más profundas culpas.
-¡Hazlo ya!- gritó Andrés.
Germán se preparaba para morir de la forma más digna, de la manera que nunca llegué a imaginar. Se decidió a no combatir más con nosotros. Cerró los ojos e hizo la señal de la santa cruz.
- Amén-dijo finalmente.
- ¡Si tú no lo haces, entonces lo haré yo!
Andrés levanta su revólver iracundo y apunta directo a la cabeza de Germán y finalmente aprieta el gatillo. Pero del tambor no sale ninguna bala, sólo el sonido de un chasquido seco.
- Te perdono. -- dijo Andrés, mirándolo compadecido y bajando el revólver.
Quede estupefacto con la decisión de Andrés. Podía ver en sus ojos la decepción y la rabia que sentía en ese momento. Pero en el fondo de su desfallecido corazón supo ver a un hombre rendido, arrepentido que esperaba su fin con dignidad y valentía al igual que él.
- También he hecho cosas terribles-dijo Andrés-. No tengo ningún derecho moral para acabar contigo, de eso se encargará la más cruenta jueza; la vida misma.
Me acerque a él y le dije poniendo mi mano en su hombro:
- Es lo correcto-dije-. Nuestro mensaje no debe ser transmitido de esta manera. Más muerte y sangre no sería la solución; sino con perdón y la redención lograremos el verdadero cambio de conciencia.
Germán abre los ojos y levanta la cabeza con determinación.
- Ahora eres un hombre, Iván.
- Lo aprendí finalmente-dije.
Germán sonrió y se sintió libre por fin de toda culpa que embargaba su alma.
- Yo también te perdono-dije-. Aunque hayas causado tanto dolor en mí. Y a pesar de todo, también me ayudaste a descubrir lo que soy y en lo que puedo llegar a ser. Una persona distinta al resto y que desea amar y ser amado sin ninguna condición. Mi consigna es ser un buen ser humano y espero algún día lo puedas ser tú.
Germán asintió moviendo temblorosa la cabeza, sin decir ni una sola palabra. Pero en sus ojos humedecidos y brillantes, pude descifrar que su alma había sanado y renacido de la oscuridad.
- Es todo-dijo, Andrés- Vámonos de aquí. Ya no hay nada más que hacer en este lugar.
- Vámonos-le dije.
En nuestra salida escuchamos la voz de Germán que resonaba en nuestras espaldas.
- No es el final todavía.
-Para nosotros lo es-dijo Andrés, sin voltear.
- No merezco su perdón, pero quiero que me ayuden a acabar con el verdadero enemigo.
- Valdemar Mejía- dijo con decisión.
- Así es-agregó-. Si no lo matamos nosotros, él no descansará hasta encontrarnos y acabará con cada uno de nosotros.
- Eso lo sabemos muy bien- agregó Andrés.
- Ayúdenme y nunca más volverán a saber de mí, así todos en este pueblo podrán vivir en paz.
Andrés y yo nos miramos a los ojos. Sabíamos perfectamente que Germán tenía razón. No podíamos permitir que ése miserable siguiera desangrando el pueblo que nos vio nacer.
- Sólo lo haremos por esa pobre gente-dijo Andrés.
- No te preocupes- añadió Germán-. Lo sé.
- Aceptamos-dijimos al unísono-¡Vamos entonces!
Cuando la balacera empezó, Valdemar Mejía se encontraba entre los brazos de Amparo. Los gritos desesperados de la gente que corría a esconderse, se mezclaban con los balazos creando así un ambiente infernal.
Valdemar Mejía sólo pudo refugiarse debajo de una mesa con Amparo que daba alaridos de horror.
Nuestro descenso por las escaleras fue toda una pesadilla. Los hombres de Valdemar se acercaban en gran número.
Nosotros nos refugiamos en uno de los cuartos a la espera de esos miserables.
- !Debemos llegar al primer piso antes de que se nos vuele!- Exclamó Andrés.
- ¡Ahí vienen!-gritó Germán.
- ¡Que vengan para acabarlos uno por uno!- agregó Andrés.
El miedo más profundo dominaba mi cuerpo y Mente. Sentía como me temblaban las manos, sudaba frío y me faltaba la respiración.
-No te pasará nada-dijo Germán, mirándome y dejando escapar una sonrisa tímida- Yo te cuidaré con mi vida si es necesario.
Asentí armándose de valor.
El primero en disparar fue Andrés que parecía más a un niño al estar disfrutando de un juego.
- ¡Le di!- exclamó Andrés. - Allá cayó ese infeliz.
Germán siguió con la cadena de disparos dando de baja a un par.
El lugar era todo un maldito infierno para cada bando.
Andrés y Germán resistían con enorme gallardía los disparos que llegaban desde la escalera. Los admiraba, admiraba su valor, su corazón de hierro y sangre fría para soportar toda esta pesadilla. Ahí estaban dando todo por una causa que unía hasta los peores enemigos. Y yo al contrario aquí, refugiado en un rincón tan asustado como en un principio.
Cerré los ojos por un instante y pensé en mi madre, en Horario mi padre y en Samanta. Me he sentido solo y desgraciado por mucho tiempo; pero esa noche me sentí tan acompañado, tan importante y tan necesario como nunca.
Nunca he matado a una persona. Pero entendí que estos tipos no eran humanos. Eran más bien como sombras malévolas que se alimentaban de nuestro sufrimiento.
Una extraña fuerza surgió de mi interior y me impulsó hacia el combate.
- !Es mi turno!-grité lleno de confianza.
Disparé mi escopeta hacia las luces que destellaban en la oscuridad.
- ¡Le diste a esos bastardos!- gritó Andrés, con gran emoción.
Sentí una gran corriente recorrer mi cuerpo. El miedo desapareció por fin.
Los disparos cesaron desde la escalera. Habíamos acabado con esos tipos uno por uno en medio de la incertidumbre y la suerte.
Al bajar, observé los rostros desfigurados de aquellos hombres allí tendidos. Entonces entendí que también fueron víctimas como nosotros de una cruenta guerra sin sentido y sin final, de un sistema maquiavélico que los condenó a este estado por el simple hecho de no pertenecer a la alta sociedad. Fueron pasajeros de una vida precaria, condenados a la miseria e ignorancia de un país clasista, de oportunidades para unos pocos y que encontraron en el submundo ganarse la vida y también la muerte.
Amparo deambulaba sola y aturdida entre las mesas destruidas.
- ¿Dónde está Valdemar Mejía?-preguntó Germán.
-No sé-dijo la mujer, sentándose en una silla.
- ¡Díganos dónde está ese Malnacido!-gritó Andrés.
- Ya les dije que no se nada.
El lugar estaba completamente desolado. La mujer maldecía y manoteaba.
- ¡Hijos de puta!-gritaba.
Salimos rápidamente en busca de Valdemar Mejía pero no estaba por ningún lado.
- ¡Maldita sea! ¡Se nos escapó!-exclamó Andrés.
- Debemos irnos de aquí Ya-dijo Germán, señalando la salida.
Corrimos rápidamente hacia la puerta en busca de nuestras motos para huir por fin de aquel infierno. De repente se escuchó un disparo desde el interior e impactó en la espalda de Germán en su intento de protegernos. cae en medio de llanto al encontrarse con nuestros ojos.
Andrés y yo nos quedamos estáticos ante el episodio. El tipo sale de su escondite y grita:
- !Se metieron con el que no era, hijos de puta!
- ¡Ramiro!-Exclamó Andrés-. ¿Tú?
Estaba escondido como una rata y aprovechó nuestro descuido para atacar por la espalda como los cobardes.
- ¿Creían que sólo era un subordinado?
Sonaron otros dos disparos. Germán estaba tendido moribundo en el piso y con las pocas fuerzas que le quedaban disparó al miserable hiriéndose solamente el hombro.
Comenzamos a disparar al maldito cerdo que se escabulle velozmente en medio de la oscuridad. Era como un fantasma que se burlaba de nosotros, de nuestra debilidad y decadencia.
Escuchamos a lo lejos las sirenas de la policía que se acercaban a toda velocidad. Germán hace un último intento por ponerse de pie, pero finalmente entiendes que ya no puede más y que ese sería su final.
- ¡Vayanse!
- ¡No te dejaremos aquí!-grité desesperado.
Valdemar Mejía disparaba sin cansancio y la policía cada vez estaba más cerca.
-¡Vayanse!
Estábamos contra la espada y la pared. Andrés me mira y me hace una señal con la cabeza.
- ¡Vámonos, Iván!
Moví mi cabeza en señal de negación.
- ¡No podemos dejarlo morir aquí!- grite.
- Ya no hay tiempo, hermano-dijo Andrés -. Ya todo terminó para nosotros, pero tú aún tienes la oportunidad de comenzar una nueva vida.
- No hagas esto- le dije desconsolado.
Me miró con sus ojos húmedos e hinchados y me dijo con voz tierna: <Comienza de nuevo y sé feliz. Te quiero, hermano>
Cuando la policía llegó al lugar, con lo único que se encontró fue a un hombre rendido y cansado después de pelear una difícil batalla con su propia realidad. La violencia lo absorbió sin compasión por años. Y quizá ahora pueda comenzar de nuevo, aunque vuelva a la soledad y al frío de una celda. Andrés yacía sentado en un andén a la espera de su destino. Germán, el enemigo, el amigo, el victimario, la víctima, el redimido, el salvador yacía muerto en la entrada de aquel desolado lugar. Ramiro había escapado impune y con él la esperanza fallida de un mejor porvenir. Y allí pensaba en Samantha, estaba solo en mis recuerdos y nostalgia interminable tan solo pensando que tal vés no la volvería a ver nunca más y que las cosas serían mejor así.
El carrusel volvió a girar como el tambor de un revólver para finalmente disparar y sembrar muerte.

EL CARRUSEL DE LA DEMENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora