NO ME ABANDONES SEÑOR

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"Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén"
Cada mañana, al amanecer, rezaba al señor, pues sólo él conocía mi pesar, sólo él comprendía mi temor, y sólo él, entendía mi dolor. A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar.
Mi nombre es María Mercedes como la señora protectora de los infames presidiarios. ¡Pecadores, pecadores, todos son pecadores y deberán arrepentirse en el nombre de Dios nuestro señor!
Como era costumbre, cada mañana recorría los pasillos del convento, alimentaba a las pequeñas aves que se posaban en las losas del piso, todos hermosos e inocentes seres, iban y venían, pero algunos, no regresaban jamás.
En el convento vivíamos más de treinta hermanas, nuestra madre superiora era Blanca Mitchel, proveniente de Montreal (Canadá) en los años sesenta, ya con una edad avanzada la pobre anciana, pero lo que le faltaba de juventud, le sobraba de bondad, sabiduría y humanismo. Aprendí mucho de la madre superiora, era como la madre y padre que nunca tuve, o sí, sí los tuve, pero... "Los caminos de Dios son perfectos" ,o de eso me di cuenta aquella noche, la noche en que elegí seguir mi destino.
"Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén"
Lo recuerdo, recuerdo muy bien todos los acontecimientos de mi niñez; en nuestro hogar todo estaba tan lleno de armonía y amor. Por las mañanas mi madre solía bailar en la sala con mi padre, bailaban y bailaban sin parar, reían a carcajadas por horas y horas hasta caer exhaustos. Yo estaba feliz cuando salíamos al parque y veía volar a las palomas, mientras mi padre nos compraba helado ¡chocolate!, era mi favorito, ese era mi helado favorito.
Recuerdo la primera vez que las escuché, la primera vez que escuché doblar las campanas de la catedral del pueblo, sentí aquél llamado de esas tonalidades de ultratumba, y a la vez tan llenos de paz, los cánticos gregorianos celestiales, voces que provenían del coro formado en su totalidad por niños que cantan como ángeles. Desde esa tarde me enamoré de la iglesia, me enamoré de Dios.
Cada domingo pedía a mi madre que me llevará a la catedral, ella sorprendida y a la vez emocionada me preguntaba el por qué a mi corta edad le pedía que le acompañara. Ella asumió que era aburrido para mí, pero yo sólo seguiría mi destino; el llamado de mi camino, el cual debía seguir por convicción.
Allí, dentro de la catedral, me envolvía con los colores de los vitrales que la rodeaban, y al escuchar de nuevo el doblar de las campanas mi corazón se estremecía, pero fue ver aquella cruz tan gigante en medio lo que más me sorprendió.
-Él murió por ti y por todos nosotros, decía mi madre, mientras apretaba mi mano cálidamente. A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar-decía ella- No lo Maria.
Cuatro años más tarde, mi madre fue diagnosticada con cáncer estomacal, una enfermedad de la cual no pudo salvarse. ¡A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar! ¡Los tiempos del señor son perfectos!
"Madre, doy gracias a Dios por elegirte para mí.
Gracias por el maravilloso tiempo que anidé en tu vientre,
porque cuando él dormía, tu voz me arrullaba como canción de cuna."
Lo recuerdo, lo recuerdo muy bien, mi padre no pudo soportarlo. Jamás pudo. No pudo asimilar que ella ya no estaba. Con el pasar de los meses cayó es un grave estado de depresión, dejó de asistir a la catedral, dejó de llevarme al parque, dejó de comprar helado de chocolate, dejó creer en Dios, lo odiaba, lo odiaba con todas sus fuerzas, lo maldecía con todo su corazón.
-¡Puedes irte a la mierda Dios! ¡Te la llevaste! ¡No me dejes aquí, ten misericordia tirano maldito!
Semanas después, mi padre me prohibió regresar a la catedral, decía que no perdiera más el tiempo en ese lugar de falsedad, ya era hora de actuar como una niña normal, pero sé que no lo era, y no deseaba nunca serlo. Comenzó a beber y a abundar en sitios nocturnos, se consumía poco a poco, hasta tomar un estado, famélico, ajado y cadavérico; un estado de muerte en vida.
Yo no le podía obedecer en ello, no le podía dar la espalda a mi sentimiento, así que cada tarde al salir del colegio siempre iba a la catedral, me sentaba por horas allí a escuchar el coro, rezaba a Dios por mi madre en el cielo, y por mi padre que ahora vive en el infierno. ¡A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar!
A mi llegada a casa mi padre estaba allí sentado en la sala, se notaba su enorme enfado, yo lo veía, tenía una furia que parecía más la de un animal, además estaba borracho, demasiado, y antes de que pudiera explicarle, arremetió sobre mi de una forma brutal, me golpeó como si estuviera mano a mano con otro hombre. Tenía la mirada perdida, sus ojos hundidos, muertos. Me destruyó a mis once años, a su propia hija, a su única hija, la luz de sus ojos, a la que solía comprar helado de chocolate en las tardes de parque, mi chocolate favorito. Lo encontró muerto al día siguiente, por su propia voluntad, como si una fuerza interior lo hubiera guiado a ello, se ahorcó en el baño con una toalla. Vi sus ojos huecos, de un gran dolor desenfrenado. A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar. Ya no estaban.
Esa noche, en medio de la fuerte lluvia corrí a la catedral, pero estaba cerrada, golpee con tanta furia las enormes puertas de madera; sólo quería juzgar a ese Dios, al que se suponía que era el encargado de que nada de esto le pasara a una pequeña niña. Allí, tirada en plena puerta, en medio de la noche en la tempestad, murió mi inocencia, murió mi felicidad, murió una niña.
Hoy tengo veinticinco años, y fue ella, la madre superiora Blanca, quien veló por mí, después de quedarme sola, y aquí estoy, en el lugar que jamás imaginé en ese fatídico instante para una pequeña destrozada, pero desde esa noche, juré algo, y lo cumpliré en nombre de nuestro Dios todo misericordioso.
"Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal . Amén."
La noche de mi primer pecado, estaba rondando los pasillos del convento haciendo una clase de guardia, además no podía dormir últimamente. De repente, escuché un sonido venir del cuarto de una de las hermanas, efectivamente, era del cuarto de la hermana Clara, una de las recientemente ingresadas al convento, me percaté por medio de la ventana la cuál no tenía perfectamente puesta la cortina color negro, dando así visión a un costado de su cama, allí, allí la pude ver, sin su hábito, semidesnuda, tenía una luz tenue, pero alcanzaba a divisarse como recorría su cuerpo con su manos, soltando frágiles suspiros de placer, me sorprendí totalmente, que al retroceder, por accidente se rompió una pequeña maceta, llamando totalmente su atención, no me alcanzó a ver por fortuna, pero esa noche sentí también el infierno en mí, de una u otra manera. Era algo que no podía entender, algo que me asustaba, algo que no podía permitir por nada del mundo.
"Señor tú enseñaste a tus discípulos a orar al Padre por fortaleza para no ser puestos en tentación.
Este mundo está saturado con tentaciones y a veces para nuestra carne es difícil hacer un pacto con nuestros ojos tal y como tú siervo Job lo hizo, para no permitir que a través de lo que miramos seamos debilitados y pequemos contra ti.
Tú sabes que en mis fuerzas humanas he luchado para que la basura de este mundo no entre a través de mis ojos hasta mi corazón y mi mente, pero te he fallado y vengo clamar por tu perdón y ayuda"
No podía permitir que la lujuria entrase a nuestro sagrado recinto, no soportaba la idea de lo inmoral y lo perverso. ¡Los pecadores deben ser juzgados, en nombre de nuestro señor!
Los domingos todas las hermanas del convento, asistíamos a la catedral por agenda de obras sociales y humanitarias, participábamos de comedores comunitarios, dando de comer y beber a los pobres, ancianos e indigentes del pequeño pueblo. Era más que un deber, era ver por un momento la sonrisa de aquellos desahuciados; allí estábamos todas, trabajando arduamente mientras el coro infantil relucía su mejor repertorio. Así pasamos todo el domingo, hasta la llegada del crepúsculo, donde dábamos por cumplido nuestra digna labor.
Al terminar comencé a ingresar las mesas, manteles y los utensilios de cocina a la catedral, a los cuartos de servicio y los almacenes, coincidencialmente fui sola.
De regreso, escuché la risa tímida de un niño, pero los niños del coro ya hace mucho tiempo que se habían marchado pensé. No entendía, entonces la vi, estaba una puerta medio abierta, unas de las recámaras, y allí divisé por entre el diminuto espacio, estaba, ahí, estaba un pequeño niño no mayor de ocho años, siendo acariciado con los pantalones abajo en su inocente sonrisa por el padre Hernando. Inmediatamente, de mis ojos salieron lágrimas, lágrimas de dolor, de ira y de una gran tristeza ante tal vil espectáculo. No sé por qué yo siempre debía pasar por cosas tan atroces como esta.
-¿Por qué señor? ¿Por qué debo ver esto y tú no haces nada para evitarlo?
Ahora lo comprendía todo. El mundo está lleno de perversión, y yo seré tu mecanismo. Yo seré la solución para que tenga fin.
A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar.
"Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén"
Esa noche, salí muy sigilosamente del convento, por obvias razones y a pesar de tomar medidas extremas, no llevaba puesto mi hábito, no merecía portarlo, no quería impregnar nada negativo en el, pero si llevaba mi par de guantes de gruesa lana, ya que era una noche fría. Cuando llegué a la catedral, el padre Hernando me esperaba en el confesionario.
Previamente le había pedido que me confesara. Allí estaba en la hora acordada, en el momento preciso.
El padre Hernando ya instalado en el confesionario, a mi llegada me reclama sobre mi hábito, yo sólo procedí a decirle que lo tenía en la tintorería, que desafortunadamente no se me había podido secar a tiempo para nuestro encuentro.
- Soy muy puntual, padre. Aquí estoy-le dije.
-Espero sea la última vez que no porte su hábito, hermana-me respondió.
-¡Se lo prometo, padre!. Será la última vez. La última vez. Se lo aseguro.
Entonces, ordenó que me sentara, procedió con la confesión, preguntándome cuáles habían sido mis pecados. Entonces comencé diciéndole que eran unos muy complejos de confesar, que me avergonzaba demasiado.
-Para eso estamos aquí, hermana. Así que puede usted confiar en mí- dijo.
-Padre, he sentido tentación.
-¿Tentación, hermana? ¿Qué tipo de tentación?
-Sexual, padre. Pensamientos perversos e inmorales.
-Hermana, eso es algo muy delicado y mucho más en el celibato.
-Lo sé, padre. Por eso vengo a usted para que me escuche y sea ese vínculo para mi perdón.
-Sólo debe arrepentirse, hermana. Dios te perdonará y jamás debes volverlo a pensar, ni mucho menos llevarlo a cabo. Recuerda que el pecado es la condena al castigo eterno.
-Padre, hay otra confesión, pero es mucho más grave.
-Dime, Hermana. Dímelo y yo te escucharé.
-Siento atracción por usted padre. Me gusta desde hace algún tiempo y es una de las razones por las que me gusta asistir al comedor comunitario. Para poder verlo.
El padre Hernando de inmediato comenzó a sudar extremadamente, se puso colorao, su voz se le quebró no sabía qué decir, hasta que pudo salir de la sorpresa.
-¿Es eso enserio, hermana?-preguntó ansioso y apenado.
-Sí, padre, usted me atrae. Y mucho. ¿Es algo muy grave?
- No sé qué decirle. Es totalmente impensable, e irracional.
El maldito viejo vaciló por un buen rato, hasta que dijo:
-¿Sabe? Usted también me llama la atención, con el perdón de Dios nuestro señor por mis palabras.
-¿Enserio, padre?-Yo pensaba que era un pobre viejo marica, eso último lo pensé, pero con una furia que pedía salir, explotar.
-Sí, y mucho, Hermana Maria. Ser religioso es una virtud, pero es un trabajo muy solitario. Nunca está mal algo de grata compañía. Veía su cara de emoción y de gran sorpresa; de una asquerosa excitación.
Entonces, me paré de mi aposento y entré en donde se encontraba sentado, y me le senté en sus piernas, lo besé mientras le tocaba. Estaba sumergido en total emoción. También él me tocó toda. Me besuqueaba, pero no sentía nada, sólo asco, repulsión y un odio tan grande por éste cerdo infeliz.
Entonces, en medio del pasional momento, tomé mi bolso y saqué una pequeña navaja y lo apuñaló sin parar, con una furia desgarradora en su pecho y cuello, lo cual le fue imposible reaccionar. Ese fue el final del maldito padre Hernando. A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar. Pero él no estaba con usted cerdo maldito.
Al amanecer, la muerte del padre Hernando fue la gran conmoción en todo el pueblo. Lo habían encontrado amarrado y desnudo en una cruz de madera en el piso.
En su pecho había un letrero que decía claramente:
"Dios no ama a un violador"
"Creo en Dios, Padre Todopoderoso. Creador del cielo y de la tierra; Creo en Jesucristo, su único Hijo,Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado"
Por orden de la madre superiora, todas debíamos asistir a las honras fúnebres del Padre Hernando. Yo no quería verle más la cara a ese viejo desgraciado. Merecía muy bien lo que le sucedió, lo que le hice, o mejor, lo que el señor tal vez quería. Dios todopoderoso lo sabe muy bien y sabrá perdonarme.
Esa noche las campanas de la catedral doblaban sin parar, anunciando el sentimiento y duelo de un pueblo ante tal vil crimen de un buen hombre, de un siervo del señor.
Esta vez no sentía emocionarme por el doblar de las campanas, más bien sentía como hervía mi sangre ante tanta perversión de los hombres, era un sentimiento de venganza, de resistencia, un sentimiento de justicia divina. Me sentía como el instrumento de la renovación.
Esa misma noche me encontraba en mi recámara, pensaba en mis acciones y adonde me había llevado mi camino. Nadie sospecharía de una monja, a nadie se le pasaría por la cabeza que una mujer de Dios haría tal atrocidad. Estaba a salvo. De seguro lo mató un padre vengativo de su hijo abusado. Pero nadie decía nada. Nadie nunca supo nada y el padre Hernando ahora descansa en paz en la gloria y el perdón de nuestro Dios.
"Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén."
Nuevamente recorrí los pasillos del convento, nuevamente algo me llevó a aquella ventana con la luz tenue de la hermana Clara. Era una de las más jóvenes, de las más bellas en el convento. Y de nuevo allí estaba yo parada, sólo observando cómo volvía a recorrer sus suaves manos por debajo de su manto blanco. La observaba y sentía nuevamente el infierno apoderarse de mí, de mi cuerpo, de mi carne y mi conciencia de mujer.
En ese instante no sé cómo y de donde hice un ruido tan fuerte que la hermana Clara me descubrió a través de la ventana. Vi muy segura como su bello rostro, cambio de una tez tierna, a una palidez de ultratumba.
Entonces conllevada por una fuerza inexplicable, ingresé a su recámara, que ni cerradura tenía, cómo si ella esperase que esto pasara. Allí estábamos, frente a frente mirándonos, sin decir una sola palabra, y mucho menos una reacción. Cerré la puerta con la cerradura, y una fuerte atracción me llevó junto a ella.
-Apaga la luz de la lámpara y ven a hacia mí-dijo Clara. Esa noche entramos juntas al infierno de la tentación, de la lujuria y del libido a punto de explorar. Entramos al mundo carnal, a lo vano. Nos perdimos en nuestros cuerpos desnudos ante la mirada de nuestro señor Jesús postrado en la pared.
Hoy, a mi salida con la hermana Clara a comprar algunos alimentos en el mercado del pueblo, me percaté de algo muy importante, en las puertas de la catedral se encontraban unos hombres, fácilmente los reconocí, eran policías, de seguro y muy probablemente estarían investigando la muerte del padre. Yo aseguraba que lo habían olvidado, y mucho más tratándose de un violador. La justicia terrenal es absurda ante la divina.
A nuestra llegada el resto de monjas comenzaron a murmurar entre ellas, no sabíamos muy bien Clara y yo el motivo de su murmuró, pero a mi cabeza comenzó a llegar la cierta idea del porqué. Esa misma noche comenzaría uno de tantos problemas para mí.
Clara y yo nos veíamos casi todas las noches en su recámara, había nacido un sentimiento entre nosotras. Desafortunadamente esa misma noche una de las hermanas nos descubrió mientras caminaba por los pasillos del convento, no me había percatado de cerrar perfectamente la cortina de la ventana. Esa maldita ventana, fue el inicio y el fin para mí.
Nos habían descubierto a la hermana Patricia una de las más antiguas allí en el convento. Clara no se percató del momento al estar de espaldas de la ventana, pero yo sí la vi, yo si vi ese ajado rostro. Era cuestión de tiempo para que la madre superior y todo el convento se enterara de nuestra prohibida relación.
"Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén"
No pude dormir en toda la noche, me fue imposible. Además quién dormiría en un momento así. ¡Nadie! me dije a mi misma. ¡Nadie! ¡Apiadate de mi señor! ¡No me dejes sola ahora!
A la mañana siguiente ya esperaba mi destino, se haría público mi prohibido vínculo con la hermana Clara. Las dos perderíamos el celibato y seríamos excomulgadas de la iglesia. ¿A dónde me iría? Si no tengo a nadie sino al señor. ¡No me abandones señor! ¡No nos abandones todopoderoso!
Lo impensado pasó, la mañana transcurría normalmente en el convento, todas estábamos reunidas desayunando en el comedor, no parecía que pasara algo fuera de lo común, yo estaba como siempre acompañada de Clara; cuando a lo lejos allí estaba ella, la hermana Patricia mirándome fijamente a los ojos. Tramaba algo lo sabía muy bien, de lo contrario antes de que amaneciera ya todo el convento se hubiera enterado de nuestra verdad, era la hora en que ya no estaríamos aquí, estaríamos en la calle siendo el centro de los dedos de todos juzgandonos, y en el peor de los casos exiliadas. El otro asunto que también me tenía preocupada, era la investigación de la muerte del padre Hernando. Sé muy bien que están allí afuera esperando encontrar algo, pero no lo harían. Era una gran ventaja que no había cámaras en el convento por respeto al derecho de la privacidad. También que las llaves sólo las traía la madre superiora, pero sé muy bien dónde las guarda sin ninguna precaución. Mala acción para su antigüedad.
De repente, la hermana Patricia pasa por mi lado, me hace una sutil señal y me entrega una hoja de papel doblada, sin que nadie note nada, ni la misma Clara, que estaba a mi lado.
De llegada a mi recámara, abrí la hoja de papel, donde decía:
"Ya notaste que no he dicho una sola palabra de tus negras acciones con la hermana Clara, de su lesbianismo en nuestro sagrado recinto. Deberían de estar avergonzadas con el señor depravado. Pero guardaré su secreto si llegamos a un acuerdo, ya sabes, digamos, un trato económico por el secreto. Si aceptas, nos vemos para hacerlo realidad, de lo contrario vayan preparando sus maletas."
¡Maldita bruja! Pensé con furia, mientras la volvía a mirar, pero le daré lo que pide. Guardará el secreto de eso estoy seguro.
Casi al anochecer, me encontré con la hermana Patricia en la entrada del convento, iríamos por el dinero a otro lugar, ya que no se nos tenía permitido guardar dinero en el convento por temas morales y reglas del recinto, todo lo que se necesitaba lo mandaba a traer la madre superiora. Así que cada una abrigada por la noche fría y nublada, partimos en secreto por el dinero acordado.
-¿Cómo es que tienes las llaves de la cerradura? ¿No es la madre superiora la única que puede administrarlas?-preguntaba con demasiada arrogancia Patricia.
-¿Acaso importa? ¿O no quieres tu dinero?-le contesté de la misma forma.
-Sabes que lo quiero. Además a ti y a Clara les conviene ¿No?. Y ahora más, descubrí su turbio secreto con las llaves.
-¡Claro! A todas nos conviene, hermana Patricia.
Entonces, salimos en medio de la noche en busca del dinero para cerrar el trato con la hermana Patricia, las calles estaban solitarias, húmedas, la luna se escondía en la penumbra.
-Sabía desde un principio que no eras una verdadera hija de Dios. Lo noté apenas llegaste al convento. Sólo estás allí por la madre superior. Eres su consentida.
-¿Y acaso te importa mucho que lo sea? No son la avaricia y la envidia también pecados, hermana Patricia?
- Nada se compara con su perversión hermana María-decía con un cinismo aterrador Patricia.
-Al fin y al cabo Pecadoras hermana. ¡Pecadoras! Y a las pecadoras como a nosotras nos espera una gran lección divina.
Tomamos un par de cafés de una máquina de bebidas. El frío era insoportable. Al rato de caminar en un silencio total, las dos nos encontramos cerca de un callejón, las calles estaban mudas, ciegas y oscuras. "Parece que Dios estaba de mi lado"
Entonces, le pedí a la hermana Patricia que me acompañara al callejón, allí había un gran contenedor de basura, donde arrojamos nuestros desechos.
- Hace mucho frío esta noche-dijo la hermana Patricia.
-Un poco. Pero no se preocupe. Ya vamos a llegar.
- Eso espero. Sólo quiero llegar a dormir. Estoy muy agotada
- Lo hará hermana.
Entonces, al estar allí cubiertas por la niebla, y en un silencio de ultratumba. Yo, acompañada por Dios, tomé por la espalda a la hermana Patricia, ésta, en su intento desesperado de gritar y defenderse con sus manos, no pudo hacer nada, ante las múltiples cortaduras que le causé mientras la tomaba del cuello tapando su boca con mis grueso guantes de lana.
Allí estaba, desangrándose, intentando elevar una mirada al cielo, como preguntando:
- ¿Por qué señor? ¿Por qué permites esto? Murió clavando su mirada hacia mí; una mirada de horror y desprecio.
-Tus pecados serán perdonados por nuestro señor misericordioso. Tus secretos llevados con él. Descansa en paz hermana.
Tomé su cuerpo, no sé de dónde saqué las fuerzas necesarias y lo arrojé al gran recipiente metálico de basura. Era cuestión de que en la mañana pasara recogiendo el camión. así estará sepultada por toneladas y toneladas de basura por toda la eternidad. A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar. Y yo sí que lo tenía.
Ya en la mañana todo el convento estaba conmocionado por la repentina desaparición de la hermana Patricia. La madre superiora no se explicaba cómo había salido, si ella era la única que administraba las llaves del convento. Al parecer no era la única.
Clara llegó a mí, me tomó de las manos en medio del llanto por lo sucedido, tomé sus manos y mirándola a los ojos le dije:
-Todo estará bien, hermana.
Ella me miró con desesperanza, mientras apretaba más fuerte mi mano. Pero todo será por nuestro propio bien. El señor estaba con nosotras-pensé, mientras me lamentaba al verle así por mi culpa.
En mi recámara, pensaba muy fríamente que era cuestión de tiempo para que encontraran el cuerpo y esto se llenará de policías investigando a cada una de nosotras; efectivamente no estaría equivocada, al convento llegó la vil noticia, habían hallado el cuerpo de la hermana Patricia en el basurero antes de ser incinerada, como lo hacen con la basura y las pruebas que estas llevan. En el cuerpo de Patricia también fue encontrado un letrero como el del padre con algo escrito en su pecho que decía:
"La envidia, la codicia, y la arrogancia, no le agradan al señor "
Los pobladores, comenzaron a relacionar las muertes con un asesino, que ciertamente odiaba a los religiosos supuestamente corruptos.
No tenía por qué preocuparme. ¿Quién dudaría de mí, una de las más amables y bondadosas religiosas de este convento y del pueblo? ¡Nadie!
Toda la comunidad estaba estupefacta, el convento igual, todo era tan macabro, tan confuso, que jamás se imaginaría nadie.
¿Quién sería capaz de matar a un religioso? Que el señor y la justicia lo condenen. No sabe lo que hace.
Estas palabras sentidas nos las compartió la madre superiora, en una reunión por la memoria de la hermana Patricia y el Padre Hernando. Ahora estaban en un mejor lugar.
Santísima Virgen María, Reina del Purgatorio; vengo a depositar en tu Corazón Inmaculado una oración en favor de las almas benditas que sufren en el lugar de expiación. Dígnate a escucharla, clementísima Señora, si es ésta tu voluntad y la de tu misericordioso Hijo."
Las investigaciones de estos dos casos, no estaban dando los resultados esperados, pero de cierta manera ya tenían la certeza de que se trataba del mismo autor, o tal vez de una posible y no descartable autora. Era hora de visitar el convento. Estaban seguros que allí muy probablemente encontrarán algo, algo que les ayudaría en su caso.
El siniestro día llegó una mañana de domingo. Muy temprano, la madre superiora atendió el llamado de los encargados de la investigación, nos hicieron presentar a todas las hermanas en el solar del convento. Los oficiales que eran dos, hablaron de los sucesos de los últimos días, y más ahora con la desaparición de la hermana Patricia, era más que probable que habrían muchas respuestas aquí, en el lugar donde residía hace más de veinte años, y por derecho, sería la sucesora de la madre superior.
Estaba segura, que nos preguntarían a cada una sobre nuestra relación con ella. No podía cometer un solo error. Era lógico que buscarían conocer ciertos odios y diferencias con ella, y a las que se le notaran serían automáticamente sospechosas. Era lógico que no descartaron la idea de que haya sido también una mujer. Esto no me comenzaba a gustar. Era consciente de que no podía cometer ninguna equivocación, o estaría perdida.
Efectivamente, los dos policías comenzaron con su interrogatorio, una por una, iniciando con la madre superiora, Clara y hasta que llegaron a mí, pero yo sabía que estaría a salvo, porque sabía muy bien que de todas ellas saldría una que no le agradaba Patricia. Yo sólo actué muy serena ante sus miradas penetrantes, que esperaban sólo un error, una muestra de miedo que de mi parte no pudieron conseguir.
Finalizado el interrogatorio, ahora pasarían a revisar los cuartos.
- Pedimos a Dios y a ustedes hermanas que nos perdonen, pero lo debemos hacer. Es nuestro trabajo- dijo uno de los policías.
Era la hora de la verdad, revisaron todos los cuartos, todos los lugares más recónditos del convento, era hora de dar un diagnóstico parcial de su labor de hoy.
Llegaron a una conclusión:
-De acuerdo a nuestra revisión e interrogatorio con cada una de ustedes, nos encontramos con resultados muy interesantes que nos serán de mucha ayuda para nuestra investigación.
-Así que, hermana Camila debe usted acompañarnos. Y también usted madre superiora. Deben ayudarnos a responder unas preguntas.
De inmediato todo el convento se quedó en un silencio tan profundo, para después despertar un río de emociones, tristeza, llanto y dolor.
Los agentes dijeron sus motivos de sospecha.
-En la necropsia encontramos pequeños hilos de lana, al igual con la tipografía de los letreros, que conlleva más a la escritura de una mujer, lo que nos da un 70% de posibilidad de que sea una la autora del crimen de la hermana y también el del padre Hernando por el lado de los letreros. La hermana Camila es la única de todas que nos habló de una forma diferente hacía la hermana Patricia con respecto al resto, se notaba un poco de resentimiento hacia ella, lo cual no puede dar a entender que no se llevaban bien, y existía algún conflicto.
Con respecto a la madre superiora, ella es la única que administra las llaves de la entrada, sólo ella era su portadora y para cualquiera que quisiera salir, debía ser abierta y cerrada por ella misma. ¿Entonces cómo saldría la hermana Patricia esa noche, si sólo usted las tenía? dijo también, que no existían más copias de ese tipo de llaves ya que hoy en día era imposible duplicarlas, porque ya no se fabrican de ese tipo en ninguna parte del pueblo, además tampoco se pudieron encontrar huellas allí, sólo las suyas.
Todo se había puesto color de hormiga, la madre superiora y la hermana Camila no podían creer lo que pasaba. ¿Cómo podrían dudar de ellas? Esa mañana, el convento donde meses atrás reinaba la armonía y la tranquilidad, se había convertido en el propio infierno, era una batalla campal, en medio de llanto, súplicas, gritos y oraciones.
De repente, pasó lo inimaginable, la madre superiora caía de golpe, víctima de un fulminante infarto por su fuerte reacción, ante su supuesta sospecha de los crímenes.
¡Había muerto! La madre superior había muerto!
"¡Dale señor el descanso eterno.
Y brille para ella la luz perpetua. "
Todo salió como lo imaginé, a decir verdad, no creí que fuera posible, ¡pero lo fue! ¡Lo fue! A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar. Ahora más que nunca sé que estás conmigo señor.
Me dio mucha pena por la madre superior, gracias a ella estaba hoy en día aquí, tenía un hogar. Le debo todo, pero son cosas que lastimosamente tenían que pasar. Por la hermana Camila no es que tenga algo en contra de ella, sólo supe utilizar su resentimiento con la hermana Patricia. Ella debe saber que el odio y el chisme también son faltas muy graves, pero Dios sabrá perdonar.
Tras la muerte de la madre superiora, los días y noches en el convento eran de incertidumbre, todas las hermanas y los pobladores ya hablaban de un castigador de malas acciones, sabían que estaba por allí, cerca de cada uno, y de cada una, tal vez observado serena y fríamente cuál sería su nueva víctima.
El grupo de policías, se sintieron muy culpables por la muerte de la madre superior, así que decidieron dejar el caso, pero no definitivamente, sólo cambiarían de investigadores, unos sangre fría que seguramente me traerán muchos más problemas.
La hermana Camila amaneció muerta la mañana del Viernes, después de Cinco días del suceso, no pudo resistir que la involucraron en algo que no había hecho. Se cortó las venas con un cubierto afilado en su celda, un día antes de que la dejaran en libertad, por falta de pruebas contundentes.
Ya podrán imaginar cómo se encontraban todas en el convento, ya no estaba su líder, la hermana Patricia y la hermana Camila. Todas sentían que tal vez les podría pasar lo mismo, como si se tratara de una maldición. Mi Clara, mi bella Clara, estaba destruida, no me gustaba verla así, pero era algo que no podía controlar. Ya en las noches no hacíamos el amor, ya en las noches, sólo me reclamaba de cómo yo podía pensar en esas cosas en estos momentos tan trágicos en el convento.
Ante tanta negativa, decidí irme de su recámara, dándole un beso en la frente, mientras le decía Perdóname.
Me afectaba que estuviera en ese estado, pero ya se le pasaría con el pasar de los días. Ahora podría estar más cerca con ella y con mi señor, sin que nadie nos molestara.
Un día, al convento llegaron los nuevos policías; yo me sentía muy serena, además, ya habían pasado varios días de los sucesos. No veía la razón de seguir investigando algo que no podrían resolver.
Entonces, yo había quedado de reemplazo parcial de la madre superiora, por el afecto que me tenía mientras llegaba su sucesora definitiva, éstos, me ordenaron reunir a todas, para darnos una importante información.
- El convento sería desalojado. Todas debían irse a algún lugar familiar u otro lugar por tiempo indefinido. Todas quedamos en total silencio. Según los policías, no era un sitio seguro para nosotras, por los anteriores acontecimientos, sabían que podría estar muy cerca él o la responsable de estos macabros hechos y lo más seguro era que volvería a actuar.
En ese momento, sentí como hervía mi sangre. Me separarían de Clara y más que todo, de mi señor.
Entonces comenzó el desalojo, sólo nos era permitido llevar únicamente nuestra ropa, debíamos dejar el resto de cosas en nuestra recámara tal y como estaban.
En la salida, estaba uno de ellos revisando cada maleta de todas las religiosas, revisaban todo, todo pero no encontraron nada, sólo buscaban algún objeto, alguna posible pista. Yo sólo mi poca ropa y mi crucifijo, el cual puede llevar después de explicarles que era muy importante para mí y debía llevarlo conmigo.
-Sólo es un trozo de madera. No puede matar a alguien con un crucifijo- dijo riendo el policía.
-Sería una locura-le respondí seriamente, mirándolo a los ojos mientras salía.
Clara me dijo que me quedara con ella en casa de su madre, mientras todo se solucionara y pudiéramos volver nuevamente al convento.
Para mi era muy difícil tener que vivir sin mi hábito, alejada de mi hogar y de Dios. Me sentía vil, sucia pisando tierra impura, tierra insana, tierra llena de maldad.
Comenzaría el arduo proceso de investigación dentro del convento, ya no había nadie, era un total silencio, un silencio siniestro. Arrasaron con todo el lugar hasta encontrar algo que les llamaría mucho la atención, ese algo que sería el gran comienzo de mi desgracia.
Mi relación con Clara crecía satisfactoriamente, en las noches, volvíamos a estar juntas, recorriendo nuestros cuerpos como nunca. Obviamente la madre de Clara no sospechaba nada, para ella sólo éramos unas buenas compañeras que se querían mucho. Jamás supo la verdad de su hija y mía.
Existía la posibilidad de dejar el celibato, para hacer nuestras vidas felices fuera de los ojos de las personas, pero amparados por los de Dios.
Una mañana, mientras hacía compras fuera de casa, Clara se disponía a ordenar nuestro cuarto, notó que yo ni siquiera había sacado mi ropa y mis implementos de aseo de la maleta, hasta. Entonces, Clara sacó cada prenda y artículo de mi maleta, hasta encontrarse con el crucifijo, el cual, colocaría a un costado de la mesita de noche. Entonces fue allí donde notó algo que le llamó la atención, observó pequeñas manchas rojizas en una de mis blusas. Ella asimiló que se trataría probablemente de vino, ya que lo tomábamos a diario en nuestra cena. Pero no. Ella sabía muy bien que no se trataba de vino, sino de otra cosa; quizás sangre.
Volviendo de nuevo con los investigadores, éstos encontraron debajo del colchón de la hermana Patricia lo que sería un cuaderno. ¡sí!, el maldito cuaderno donde había escrito la nota para el trato por su silencio. Lo encontraron, vieron el pedazo de hoja rasgada, y lo que sería la presión por la fuerza con la que escribió. Ahí se notaba lo que había escrito. A continuación uno de los policías tomó lo que era un lápiz, comenzó a trazar en la presión de la hoja, habían descubierto el mensaje, la maldita mayor de las pistas. Habían encontrado lo que tanto estaban esperando.
Como era de esperar se allanaron inmediatamente la casa de Clara, antes de salir del convento, todas las monjas debían poner la dirección de su hospedaje, como no tenía hogar, puse la maldita misma dirección de su casa. ¡Fui una estúpida!, cómo no me percaté del bendito cuaderno, de la dirección y de muchos otros errores. ¡Ojalá te pudras en el infierno maldita perra!
Efectivamente, allí estaban los vehículos de las autoridades. Ellos sabían perfectamente por quién ir. Éramos Clara y yo, las máximas sospechosas de la muerte del padre Hernando, la hermana Patricia y también de manera premeditada, culpables del suicidio de la hermana Camila. Los vi, quedé paralizada, lo único que podía hacer era irme, irme lo más lejos posible, lejos de mi amor, y más ahora cuando queríamos estar juntas, queríamos ser felices.
En la brusca llegada de la policía a la casa de Clara, la encontraron sentada en su cuarto llorando. A su lado, tenía las prendas con las posibles partículas de sangre y abajo, el crucifijo, que al dejarlo caer al tropezar por el negro pensamiento que pasó por su cabeza en ese momento, el de pensar que yo posiblemente era la culpable de todo. Allí estaba tirado el crucifijo, mostrando su secreto, mostrando lo afiliado de mi puñal. Era uno camuflado de la manera más inteligente y horrible, utilizando la cruz como caja. ¡Mi hermoso puñal! ¡Estaba perdida!, ¡totalmente perdida!
Se llevaron a Clara, se llevaron las prendas y se llevaron mi crucifijo. Pobre la madre de Clara, sólo lloraba desgarrada, sin saber qué era lo que pasaba y sin saber lo que le pasaría con su hija.
Han pasado veinte días desde que estoy escondida en este lugar con poca Agua, comiendo sólo pan. Es más que seguro que ya analizaron las prendas y pudieron comprobar a quién le correspondía la sangre. Usé diferente ropa para el padre y Patricia, pero no recuerdo haber visto rastros de sangre en ella. ¡Maldita sea! También el puñal en el crucifijo. Es lógico que ya sepan en todos lados que yo lo hice. Mi Clara, pobre de mi bella Clara. Me debe de estar odiando con toda su alma, pero lo hice también por ella, para que no nos separaran, y también por ti señor, Últimamente me has dejado sola, no me escuchas, no me hablas, nada. ¿También tú estás molesto conmigo?
Este es el recuento de mi desafortunada vida. Ahora que estoy prófuga, sólo puedo escribir mi historia en estas hojas. Tal vez alguien la lea y pueda comprenderme un poco, o tal vez me odie. ¡No lo sé!, Pero ya he decidido cómo terminará todo.
Antes de salir, dejé una carta a Clara, en esa carta le dije, que si en algún momento no sabía nada de mí, estaría refugiada allí, en nuestro cuarto secreto en la torre del campanario de la catedral. Ella sabía que yo desde niña, amaba profundamente el doblar de las campanas, ya que fue ese el llamado de Dios.
Sé que llegará, ella llegará por mí. Llegará a verme y me perdonará. Nos iremos lejos, a un mejor lugar, Seremos felices, felices por siempre.
¡¡Señor, no me arrepiento de nada, sólo fui tu instrumento para lograr la anhelada armonía y el cambio de las conciencias, ya que todo el mundo está mal, todo el mundo está podrido, todos estamos muertos!
Estas fueron las últimas palabras de Maria escritas de manera autobiografía en su diario, el cuál fue encontrado por Clara en casa y en el cual evidenciaba todos sus horribles crímenes con la intención de que fuera leída y recordada como una heroína o como una criminal, pero esto último es algo que jamás admitiría.
A continuación, les relataré como fueron los instantes finales de este atroz caso, allí estaba yo que lo vi todo. ¿Y quién soy yo?
Clara había llegado al esperado encuentro con María, se abrazaron fuertemente, hablaron de la inocencia de Clara, y por ese motivo la habían dejado en libertad. Clara, a pesar de todo lo ocurrido, supo perdonar a María por el amor tan grande que sentía por ella, pidiéndole que se entregará a la justicia por ella, por Dios. Entonces se sumergieron en un gran beso, a la vista de todo el pueblo. Allí en lo alto del campanario, harían eterno su amor sin secretos. Pero María jamás se entregó, ella sabía muy bien lo que tenía que hacer, era muy consciente que no saldría jamás de prisión, por la gravedad de sus crímenes.
Sin saberlo ninguna de ellas, la policía, llegó allí con un gran número de hombres, rodearon la catedral. Estaban muy seguros que Clara se vería en algún momento con María y darían con su ubicación, le observábamos sigilosamente día y noche desde que salió de la retención. María estaba acorralada, no tenía escapatoria, era su fin.
De inmediato la reacción de María, fue empujar a Clara para protegerla, mientras sacaba un revólver de su hábito, el cual llevaba puesto en ese instante, y haciendo caso omiso a las propuestas de entrega a la justicia, ésta disparó, hiriendo a un par de oficiales, por poco y a mi también. De inmediato se dió la orden de fuego. Clara, en su intento de protegerla inundada por él amor, y la desesperación, terminó baleada en los brazos de María, que también estaba gravemente herida por el fuego cruzado.
Clara moriría en brazos de María, no sin antes decirle que la amaba con toda su alma y que seguramente se volverían a encontrar en otra vida.
María estalló en una furia infernal, descargando todo su revólver sin ningún resultado, estaba cegada por la rabia y resignación ya todo había acabado para ella, para Clara, ya no le quedaba nada más que hacer que cerrar sus ojos, mirar al cielo y pedir por su alma. La impactan en múltiples veces en su pecho, y antes de caer muerta comienza un gran concierto de campanas, las campanas de su réquiem. María, moribunda antes de caer de lo alto del campanario, al tropezar por los impactos sólo gritó con una furia penetrante que aterró a todos y que escucharan por siempre:
-¡A quien tiene el corazón con el señor, nada malo le puede pasar! ¡Pura mierda! ¡Dios hace mucho que me dejó sola!
Maria yacía ahora muerta en la entrada de la catedral, en la entrada del cielo, en la entrada de su infierno para no ser olvidada jamás.

EL CARRUSEL DE LA DEMENCIAWo Geschichten leben. Entdecke jetzt