DESDE EL INFIERNO

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Cada vez más me estaba pareciendo a un cuervo. No dormía bien en mucho tiempo y cómo hacerlo; si el más vívido horror se había apoderado de mí, me perseguía en mis más profundas pesadillas, tenía constantes sueños lúcidos de un final atroz. La desesperación y una enorme angustia anidaba en mi cabeza, me sentía el ser más vulnerable del mundo, el más miserable, el más buscado, el más perseguido, el más humillado, el más imbécil de todos. Estaba loco.
Las ratas merodeaban por mi cuarto y parecía que me miraban con sus ojos rojos llenos de odio por una naturaleza tan repugnante, las escuchaba hablar entre ellas, era el sonido de la culpa.
Llovía muy fuerte esa noche y el frío entraba sin piedad por la carcomida ventana de madera, era tan helado como la muerte.
Divagaba en un rincón que estaba entre las sombras, sin nadie, sin ganas de nada, con el más profundo anhelo de desistir. Me fumé mis dos últimos cigarrillos mientras esperaba el amanecer, un nuevo y miserable día más en mi dramática vida y derrotado caí de bruces en el sucio colchón por horas.
Desperté a eso de las 5:30 de la tarde. Sentía mi cuerpo pesado. Me miré al espejo y me parecía más como un muerto. Pensé de inmediato en Samantha, en mi padre, en Castro que me había salvado la vida y por último en Germán. ¿En qué momento mi vida entró en tanta desgracia?- me pregunté frente al espejo.
Salí del baño en búsqueda de un cigarrillo, pero la caja estaba vacía. ¡Mierda!-dije, arrojando la caja al piso con furia. Me dirigí a la cocina y comencé a raspar con una cuchara los últimos granos de café en la lata.
No puedo más con tanta miseria-murmuraba, mientras encendía la pequeña estufa.
El café estaba listo. Estaba tan amargo como mi existencia y tan negro como mi porvenir. Estaba en el punto exacto.
El reloj marcaba las 6:00 en punto cuando tocaron a la puerta. ¡Ya llegaron a matarme!- grité con horror desmesurado, mientras corría a la cocina en busca del cuchillo.
Tocaron una, dos, tres, cuatro veces mientras yo estaba detrás de la pared esperando mi contienda con la muerte.
Sonó nuevamente la puerta y mi angustia aumentó a un estado incontrolable. Sudaba frío, comencé a temblar, estaba acabado. La puerta no sonó más. Entonces en el mayor silencio posible, dirigí mis ojos al borde de la pared que daba directamente a la puerta. Había una carta en el piso.
No podía creer lo que me estaba pasando. la angustia se estaba apoderando de mí. - Definitivamente he perdido la cabeza - dije mientras se calmaba mi exaltación.
Caminé entonces hacía la puerta para recoger la carta, la tomé y corrí de forma abrupta hacia mi cuarto. Abrí la carta y observé que tenía escrito algo en el espacio de remitente que decía:
Desde el submundo para Iván Soler.
Me quedé perplejo con aquella inscripción tan extraña y abrí el sobre para comenzar a leer. La carta decía lo siguiente:
Iván.
Escribo estas palabras desde el mundo de los olvidados, aquél lugar donde he tenido vidas paralelas y he soñado con que todo estará bien en sus justas medidas.
En este sitio existen personas excepcionales sumergidas en visiones tal vez extrasensoriales, son como profetas de la miseria humana, de los sentimientos corroídos y ambiciones mundanas sin sentido que las que alguna vez todos nos encontramos en el camino. Nos han olvidado, nos han acusado de neurasténicos como si olvidaran que aún existe en nosotros eso que nos hace humanos, los sentimientos.
Ahora que ya sabes que no soy un simple loco común y corriente y que estoy en todas mis facultades mentales, te contaré cómo ha sido mi vida sin poder haber estado a tu lado en estos veinticinco años querido hijo.
Recuerdo a tu madre, y cómo no hacerlo, si fue una mujer de un carácter admirable y un alma bondadosa, un alma de Dios.
En este punto de la carta sé que te estarás preguntando muchas cosas o tal vez me debes estar odiando como a nadie jamás, sin embargo quiero que sepas el motivo de mi larga ausencia en los peores momentos de tu vida y creerme que también han sido los míos.
Me enteré que no hace mucho tuviste contacto con tu tía Graciela la que vive en la ciudad, entonces decidí llenarme de valor y dejando el ego que tanto me caracteriza decidí aparecer como un muerto que sale de las sombras en tu vida. Te pareces mucho a mi y a la vez a tu madre, tienes esa dualidad que te ha llevado a sentir tanto sufrimiento. Sé que sufres, sufres como yo lo hice a tu edad y como lo estoy haciendo ahora.
A los veinte años era como tú, no tenía amigos, permanecía solitario en mi cuarto refugiado en la literatura y la música, me di cuenta entonces que jamás pertenecería a algo o ser alguien y decidí aceptarlo como un ideal sincero y realista, me convertí en un marginal. Fueron pasando los años, para mí eran días muy miserables en ese entonces había renunciado rotundamente a ser parte de una vida común y corriente, a esa vida que hacía muy felices a las personas, no podía mentirme yo no sería feliz nunca y también desistí de la idea de formar una familia ya que no me sentía con la autoridad de traer a este mundo a una pobre criatura y que pasara por esta experiencia tan agónica y fracasé miserablemente en ello.
Poco a poco me vi sumergido en un letargo mental y emocional que no me permitió seguir con mi vida, era como estar muerto pero aún con los ojos abiertos y la conciencia destrozada y no pienses que era egoísmo al contrario, era más bien el sentimiento de un alma ya derrotada.
El día que me enteré de tu nacimiento, ya me encontraba aquí en estas cuatro paredes del más profundo concreto pagando una condena por homicidio. Fueron veinte años muy largos y horrorosos acabar con alguien que no merecía seguir viviendo.
Quiero con esta confesión hacerte saber que no pude jamás con la culpa, no por haber matado a esa escoria, sino por no haberte tenido en mis brazos durante tus días de soledad, agonía y miseria.
Espero no llegues a juzgar a tu madre por esto, ella era tan santa que no quiso jamás que crecieras sabiendo que tu padre era un asesino, pasando toda tu niñez, adolescencia y madurez visitando una cárcel y viendo detrás de unos barrotes metálicos al hombre que era tu padre. No espero que me perdones, sólo acepta estas palabras de un hombre carcomido por la culpa como un desahogo para poder morir en paz algún día.
Te extraño, querido hijo.
Terminé de leer la carta con lágrimas cayendo por mis mejillas, eran lágrimas llenas de rabia, decepción, confusión y la vez llenas de una extraña alegría mi padre estaba vivo.

EL CARRUSEL DE LA DEMENCIAWhere stories live. Discover now