CUARENTA Y CUATRO

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1

Elena había dejado de buscar a William Horvatt y se había resignado finalmente a la idea de que lo había perdido para siempre. Su familia no sabía ni deseaba saber nada de él, por lo que ignoraban dónde podía estar y este, por otro lado, había dejado de contestar las llamadas. Después de la muerte de su mejor amigo, había cogido sus cosas y se había largado.

La única persona que debía saber su paradero era esa muchacha pelirroja. Probablemente no solo lo sabía, sino que también estaba con él, en algún lugar del país, viviendo su amor como si fuese la gran cosa. No lo era. Elena seguía pensando que ella era la mujer indicada para William, aunque este se hubiera decidido por esa mocosa inculta. Tal vez la juventud lo había deslumbrado. Tal vez...

Elena sacudió la cabeza, le dio un sorbo a su café y decidió que no pensaría más en el asunto. Le hacía daño tan solo evocar en su mente la imagen de William Horvatt. Había dejado de usar el anillo solo porque resultaba demasiado doloroso contemplarlo y había perdido todo contacto con la familia Horvatt. También, había comenzado a frecuentar bares en los que fuera a encontrar a algún hombre que le hiciera olvidar por fin a William, pero nadie se le parecía.

En el fondo, aunque William lo negara, ella sí había llegado a amarlo y estaba viviendo el duelo de un amor no correspondido.

2

Era sábado por la mañana. Benjamin Horvatt desayunaba en el club de golf con su hijo Franz y su esposa, cuando recibió una visita inesperada y perturbadora.

Enric Wester hizo acto de aparición seguido por un hombre de considerable estatura. Benjamin sabía que Wester no acudía a esos lugares, al menos no al mismo club de golf que los Horvatt. Tenía sus propios sitios exclusivos donde esperaba no codearse con cualquier persona. Pero ahí estaba, con esa sonrisa de blancos dientes y fingiéndose muy sorprendido por el encuentro.

— Querido Benjamin, pero que coincidencia encontrarnos por aquí — exclamó, extendiendo los brazos.

Benjamin miró de reojo a Franz que se había puesto pálido, luego a su mujer que no parecía enterarse de nada y finalmente regresó a Enric Wester, el sujeto que casi le arruinaba su negocio y su vida.

— Enric, ¿qué tal? - saludo, con fingida amabilidad— Ya conoces a mi hijo Franz, ¿no? Ella es Alize, mi esposa. Alize, Enric Wester era uno de mis mejores clientes.

— ¿Era?— inquirió Enric, sorprendido— Pensé que seguía siendo tu cliente preferido.

Benjamin comenzó a ponerse nervioso. Después de ayudar a Enric a tapar la estupidez que había cometido al matar a Aaron Fitzmore, había jurado que no volvería a tratar con él. De hecho, se lo había dicho en su propia cara y este último había estado de acuerdo, al fin de cuentas, ni la fiscalía, ni tribunal alguno estaba tras su pista. Entonces, ¿qué demonios hacía allí como si nada de eso hubiera sucedido? A menos que, claro, viniera con más problemas.

Una gota de sudor se deslizó por su espalda, gélida.

— Ya conversamos esto, Enric— le dijo, sonriendo.

Enric sonrió a su vez. En lugar de responder, se dirigió a Franz y a la esposa de Benjamin.

 — ¿Permiten que me lleve un momento a Benjamin? Prometo que solo será unos minutos.

 — Enric ...—intentó Benjamin.

Enric le guiñó un ojo.

— Por los buenos tiempos, anda. No te quitaré mucho tiempo.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora