VEINTITRES

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William ingresó al salón a las ocho y media en punto. Repasó a su público, pero no vio a May Lehner. Entonces, se giró sobre sus pies y contempló el largo pasillo, a la espera de que la chica apareciera corriendo como loca, intentado llegar al salón antes de que él cerrara la puerta. Sin embargo, el pasillo estaba desierto.

A las ocho con treinta y tres minutos, cerró la puerta del aula y comenzó la clase. Poco después, tocaron la puerta. William experimentó un flujo de calor recorrerle desde el estómago hasta las mejillas, pero al abrir la puerta descubrió que no se trataba de May Lehner, sino del molesto estudiante con pista de surfista. Wade, o algo así.

Después de sermonearlo con la importancia de la puntualidad, le cerró la puerta en las narices y se dispuso a continuar con la clase, solo que, por primera vez no tenía deseos de hacerla. Fue insulso en su forma de hablar y finalizó la clase casi veinte minutos antes. Luego, cogió sus cosas y salió rumbo a su oficina, decidido a tomarse un café muy cargado, mientras contemplaba la nada, sentado en su sofá. En el camino, no obstante, fue atajado por Aaron Fitzmore.

— Oye, ¿no deberías estar en clases? — preguntó, siguiéndolo.

— Terminé un poco antes.

— ¿Un poco? Faltan quince minutos.

— ¿Qué quieres, Aaron?

— ¿Hablaste con May Lehnner?

William se volvió a mirar a su amigo con los ojos echando chispas. Al mismo tiempo, le hizo un gesto para que bajara la voz.

— ¿Por qué demonios tendría que hablar con ella? — siseó.

— Ya sabes por qué.

William suspiró, molesto y cansado. Se detuvo frente al asesor y decidió despachar a su amigo, porque en esos momentos deseaba estar solo, completamente solo.

— Déjame en paz, ¿quieres?

Pero Aaron nunca hacía lo que William le pedía. Si quería estar solo, Aaron se quedaba a su lado y terminaba sacándole una sonrisa. Si quería permanecer en su apartamento un día sábado, Aaron lo cogió de las mechas y lo llevaba a algún bar tranquilo a beber una copa.

Esta vez no fue la excepción.

— Te pasó algo, se te nota.

Las puertas del ascensor se abrieron y ambos hicieron ingreso. William presionó el piso cinco, pero mientras lo hacía fue inevitable no recordar a May Lehner y sus ojos verdes, fulgurantes cuando la apuntó con la linterna del celular aquella vez en que ambos se quedaron atrapados. También recordó el temor en ellos, el abrazo tembloroso, las lágrimas y el beso días después, sobre todo el beso.

— Estoy bien — respondió.

Aaron le dio un golpecito amistoso en la espalda.

— Sé que no lo estás, pero no voy a presionarte, ¿vale? Solo déjame acompañarte con un café.

William miró a su amigo. Se habían conocido en la escuela y desde entonces se habían vuelto inseparables, a pesar de que eran muy diferentes. Si había alguien a quien William le contaría el asunto de May Lehner sería él.

— De acuerdo — asintió.

Una vez en la oficina, ya sentados con sus respectivos vasos de café, William se atrevió a confesarle lo que lo tenía inquieto. No fue tan explícito, simplemente se limitó a decirle que en un arranque de locura había ido a parar al apartamento de May Lehner.

Aaron brincó fuera del asiento. El café se su vaso se menó peligrosamente.

— ¡No jodas! Dime que te la cogiste.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora