CUARENTA Y CINCO

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1

Malvert Antra ya había comenzado a investigar y había hecho la respectiva denuncia ante la fiscalía de Dalton, como cualquier tercero interesado en la contaminación de un río, pero hasta ahora había sido ignorado. Qué decir de su queja ante el gobernador. Este le había quitado todo valor y había dicho que, si la fiscalía había autorizado las instalaciones de dichas empresas, entonces no había problemas.

Pero la cuestión era que sí los había y, al menos, uno muy gordo. Dalton tenía un río visiblemente tóxico, solo que, como de seguro había pensado Aaron Fitzmore en su momento, no era tan fácil hallar al responsable porque había varias industrias que eliminaban sus desechos en el mismo acuífero. Dos de ellas también eran empresas textiles y una de ellas trabajaba el cuero, otra forma de contaminación de lo más dañina. La única diferencia era que D&M era la más grande de las tres y, por tanto, la mejor candidata a ser la responsable de la tonalidad del río.

Sin embargo, incluso con esa posibilidad, Malvert regresaba al punto de partida.

La fiscalía había impuesto a D&M una serie de medidas de mitigación, probablemente por la presión mediática que habían tenido en el último tiempo, de modo que, para los medios y la gente, esta figuraba como la única empresa del sector que estaba haciendo algo al respecto. Obviamente, eso no era más que una fachada. Años de contaminación no podían taparse ni redimirse con un par de medidas de mitigación tardía. Pero eso, precisamente eso, era lo que Antra debía probar.

Y Dalton, dada las circunstancias, era un mal lugar para hacerlo. Debía, lamentablemente, ampliar su ámbito de búsqueda a sitios donde la contaminación no era tan obvia. Matanza, por ejemplo, podía ser su próxima parada. Había indicios, pero nadie había reparado en coincidencias o habían preferido hacer como que no se daban cuenta. Malvert solo debía ser cuidadoso para no levantar las alertas de los culpables. Solo que, ese no era realmente su estilo. Uno de sus grandes defectos era la impulsividad, de modo que no estaba tan seguro de que pudiera mantenerse callado mucho tiempo. Pero lo intentaría. Trabajaría con discreción y luego, cuando fuera el momento, daría el gran zarpazo.

Solo que, comenzaba a impacientarse y tal vez fuera demasiado difícil abandonar los viejos hábitos.

2

Benjamin Horvatt, para su pesar, comenzó a trabajar en el caso de Enric Wester. Primero, entorpeció la denuncia que el abogado Malvert Antra había hecho al gobernador. Aquello no fue difícil, pues el gobernador de Dalton era todo menos un tipo respetable. Se dejaba sobornar con la facilidad de un niño ante una paleta de dulce. Ya había aprobado tantos proyectos dudosos que el asunto de D&M, había sido uno más.

Luego, se dirigió a la fiscalía de Dalton para averiguar en qué iba la denuncia que había hecho Antra. No se atendió con cualquiera, por supuesto, sino con un sujeto bajo, de bigote y con el rostro arrugado como una pasa, pese a no tener más de sesenta años. La vida no había sido muy buena con él y necesitaba dinero extra, así que se había dejado convencer la primera vez para alterar los resultados del informe presentado por D&M. En su reunión con Benjamin aseguró que volvería hacerlo cuando D&M presentara el nuevo proyecto de mitigación.

Una vez hecho todo ello, Benjamin se dirigió a Matanza para averiguar si había sido presentado alguna nueva solicitud a la fiscalía, al gobierno o al tribunal. Nada. Ni a la fiscalía ambiental, ni al gobierno había llegado denuncia alguna, mucho menos al tribunal. Al parecer, Enric Wester podía dormir tranquilo unos meses más.

Y en lo que a él respectaba, confiaba en olvidarse de ese sujeto por un tiempo.

3

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora