TREINTA Y DOS

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Lesta esperó hasta último minuto a que May se arrepintiera y le dejara quedarse, pero cuando esta abrió la puerta y lo vio todavía en su apartamento, armó un escándalo y terminó por echarlo otra vez. Lesta ordenó sus cosas y a las nueve de ese mismo día estaba en la terminal, aguardando a que el tren pasara para llevarlo de regreso a su pueblo.

Dos horas después, estaba en su casa en el campo, pero a pesar de que había vuelto al lugar donde pertenecía, el enojo de May lo hacía sentir miserable. Él la amaba, tal vez no de la forma correcta o del modo que ella deseaba que él la amara, pero la amaba, al fin y al cabo, y quería lo mejor para ella.

Si ese sujeto con pinta de actor de cine o de empresario famoso la hacía feliz, ¿entonces por qué negarse a aceptarlo?

Tenía que aceptar la realidad, aunque le doliera. Tenía que aprender a vivir con aquel amor no correspondido y velar porque ella fuese inmensamente feliz el resto de su vida. Ese era el papel que le había tocado en la vida de May, de modo que debía, no, tenía que aceptarlo. Pero costaba. Mierda, costaba horrores.

Su perro pareció notar su dolor, porque fue a echarse a sus pies y le lamió las botas durante casi un minuto completo. Lesta lo acarició en la cabeza y le agradeció, en silencio, su compañía y consuelo. Lo necesita. En ese momento, en que se resignaba por infinita vez a no ser más que un amigo de May, necesitaba el apoyo de su fiel compañero.

...

May se fue a la cama sintiéndose mal por haber despachado a Lesta de su apartamento. Le dolía tanto como a él que las cosas hubieran terminado de ese modo, porque era su mejor amigo y hasta entonces había estado para ella en todo momento, fiel como un perro guardián.

Si se había mantenido firme con su decisión era únicamente porque debía hacerlo comprender que entre ellos no ocurriría nada romántico, jamás. May tenía muy claro sus sentimientos hacia Lesta y todavía más claros respecto de William Horvatt, a quien estaba segura de que amaba como no había amado a otro hombre antes.

Dejó escapar un suspiro, mientras se metía bajo las sábanas y se disponía a dormir. Seguramente soñaría con William Horvatt y con lo que había ocurrido aquel día. Lástima que hubiera terminado tan mal algo que había empezado de tan hermosa manera.

Y todo por culpa de Lesta.

Le dolía y enfurecía su actitud, porque sabía que no podía corresponderlo, pero tampoco deseaba alejarse de él. La situación en la que estaban ambos era tan compleja como la situación en la que ella estaba con William Horvatt, precisamente gracias a Lesta.

Que maldito dilema, pensó, removiéndose en la cama sin hallar una posición cómoda para dormir. Aunque, a decir verdad, difícilmente podría dormir porque su cabeza funcionaba a mil por hora. Necesitaba saber si estaba todo bien con William o si Lesta había conseguido su objetivo de alejarlos.

Sacó una mano de debajo de las sábanas y buscó a tientas su teléfono celular. Empezó a escribir un mensaje, pero antes de enviarlo, lo pensó un momento más. Si le enviaba ese mensaje, él podría creer que ella sí estaba arrepentida por algo que no había pasado. Si le escribía, él confirmaría que tenía derecho a dudar.

Se removió otra vez y finalmente dejó el teléfono a un lado.

Tenía que confiar en que las cosas estaban bien porque ella no había hecho nada malo.

...

William acababa de acostarse, pero creía que fuera a dormirse muy pronto. Su cabeza funcionaba a mil por hora mientras contemplaba el techo y su teléfono en una secuencia casi obsesiva. Quería enviar un mensaje a May Lehner para decirle que le creía, que de verdad confinaba en ella, pero había una parte en su interior que todavía dudaba.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora