TREINTA Y UNO: PARTE UNO

4.7K 241 61
                                    


William apareció en la firma de su papá por primera vez desde que había faltado al club de golf sin dar ninguna explicación. Lamentablemente, Benjamin Horvatt no estaba ni pensaba llegar hasta bien entrada la tarde. En lugar de hablar con él, tuvo que conformarse con explicarle por segunda vez a Franz que no había sido su intención quedarse dormido. Esas cosas pasaban.

— Lo sé, solo que no te pasan a ti — replicó Franz, sonriendo — Eso es lo que tiene a papá preocupado.

— ¿Preocupado o molesto? — preguntó William.

Ambos estaban en la oficina de Franz, bebiendo café de máquina, en compañía de unas galletas saladas.

— Para nuestro padre es lo mismo, ya lo sabes.

William suspiró. Estaba aburrido de su padre, o no precisamente aburrido de él, sino de sus actitudes. Se sus enojos constantes cuando las cosas no salían a la perfección como si él fuese el vivo ejemplo de esa palabra. Y no lo era. Si resultaba ser cierto que ayudaba a Enric Wester a pasarse por encima de la ley, entonces Benjamin sería peor que escoria.

— Intentaré más tarde, tal vez para la cena ya se le habrá pasado — sopesó, pero no creía que fuera a ocurrir. Su padre era orgulloso de un modo que resultaba aterrador, o al menos así había sido cuando William era pequeño. Ahora, ese orgullo resultaba más bien molesto. Y lo peor, era que William sabía que no todo se debía a su orgullo. Había serias posibilidades de que el cliente de D&M le había ido con el cuento de que William hacía muchas preguntas sobre el impacto medio ambiental de las fábricas. Tal vez, Benjamin Horvatt estuviese evitándolo para no tener que tocar ese tema.

— Parece un buen plan — concordó Franz, mientras cogía una galleta y se la llevaba a la boca — Todos somos más amables con el estómago lleno.

William no creía que su padre fuera a estar más amable, pero ya no tenía sentido seguir esperando. Debía enfrentarlo de una buena vez. Y no solo a él. A Elena también. Era momento de encarrilar su vida de una buena vez.

...

Elena recibió una llamada de William, pero no contesto ni tampoco lo hizo cuando llamó diez minutos después. En su lugar, llamó a su asistente por el interfono y le pidió que le trajera una taza de café. Cuando este apareció con un humeante latte, le dijo que se sentara frente a ella porque quería charlar algo con él.

— No va a despedirme, ¿o sí? — preguntó, tomando asiento medio asustado.

— ¿Tengo razones para hacerlo?

— No que yo sepa.

— Entonces no — sonrió Elena, cogiendo el café y dándole un pequeño sorbo — Necesito un consejo.

— No sé si soy el más indicado para dar consejos.

— Eres hombre, ¿no?

— Hasta donde sé, sí — respondió y ambos rieron — Intentaré ayudarla, si puedo — agregó, una vez se apaciguaron.

Elena le dio otro sorbo a su café, meditando exactamente qué era lo que iba a preguntarle a un chico de veintitantos que no se parecía en nada a William Horvatt, salvo por el hecho de que ambos eran hombres. En lo demás, los separaba un abismo de diferencias.

— ¿Cómo te comportarías si tuvieras una amante?

Lev meditó su respuesta.

— Bueno, eso depende.

— ¿De qué? — Elena se inclinó sobre el escritorio, intrigada y a la vez preocupada.

— De qué tan interesado esté en la otra. Si creo que es algo pasajero, pretendería que nada está ocurriendo y seguiría con mi novia. En cambio, si creo que es algo serio, buscaría la instancia para decírselo a mi novia y acabar con la relación.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora